Usted considera que el 12 de febrero de 2001 es una fecha determinante en la historia de la humanidad. ¿Por qué?
Esa fue la fecha en que, de manera informal, tanto los primeros ministros de Inglaterra y Japón como el presidente de Estados Unidos anunciaron las primeras dos versiones del código genético humano completo. Es la primera vez en la historia de la humanidad que entendemos el código genético que está dentro de cada una de nuestras células.
Es un poco como los primeros mapas de América que empezaron a llegar a Europa. El 12 de octubre de 1492 no se pensó en un mapa de América porque los viajeros creían que estaban en India, pero gradualmente la gente se fue dando cuenta de que ese primer mapita de una tierra que acabó siendo un nuevo continente fue uno de los descubrimientos más trascendentes en la historia de la humanidad, para bien y para mal.
El 12 de febrero de 2001 la gente no se dio cuenta de que el mundo había cambiado, pero a partir de entonces empezamos a entender un mapa completo de lo que nos hace tanto seres humanos como individuos dentro de nuestra especie.
Obtener poliéster mediante el cultivo de la planta del maíz o producir vacunas contra el cólera en árboles de plátano son algunos de los temas que usted ha mencionado en otras ocasiones. ¿Qué tanto hemos avanzado en esa dirección?
Todo eso ya se ha hecho. Ya se han programado células para generar energéticos y se pueden producir plásticos usando distintas formas de vida; es posible sintetizar vacunas en plantas, en animales, en huevos de gallina. Eso ya existe. Lo que sigue es buscar una caída rápida en costos y una eficiencia mucho mayor en lo que estamos haciendo. Por ejemplo, cada kilo de carne artificial fabricada en células, y no en ganado, costaba 640 mil dólares; ahora estamos en cientos de dólares, y en un momento no muy lejano vamos a estar en algunos dólares. Son cosas que parecían muy remotas, pero el precio está cayendo muy rápidamente y la calidad aumenta.
Usted ha planteado que los países cuyos niños entiendan la ciencia y hablen el nuevo alfabeto genético serán los que dominen la economía mundial. ¿Cuáles son las oportunidades que tiene México?
Su situación es curiosa porque algunas de las mejores mentes científicas del mundo están en México, y algunos de los científicos más brillantes son mexicanos que están en otros países. Entonces, existe el potencial pero no la masa crítica; no hay apoyo para la investigación, no están los recursos para financiar nuevas compañías con capital de riesgo, ni la cultura para invertir en ellas.
Tenemos muchos ejemplos de cosas que han cambiado al mundo y que han salido de México. A mí lo que me desespera es que cuando le pregunto a mi auditorio muy culto en México quién es Alejandro Zaffaroni, muy pocas personas me explican que, junto con George Rosenkranz, cambió el planeta porque inventó la píldora anticonceptiva. Y como no le pusimos atención a ese uruguayo, se fue a Silicon Valley y generó 19 compañías con un valor de mercado similar a la economía completa de Uruguay. Si se hubiera quedado en México y le hubiéramos hecho caso, tendríamos una industria farmacéutica muy grande.
Lo mismo pasó con Norman Borlaug, quien ganó el Nobel por investigaciones hechas en México que se aplicaron en todo el mundo: fue la revolución verde. Por no aplicar esa tecnología inventada en el país, México es uno de los principales importadores de granos del planeta.
Usted ha señalado que a fines del siglo XIX una persona en los países más ricos producía cinco veces más que una persona en los países más pobres. Esa brecha en la productividad se ha ampliado enormemente en la economía basada en el conocimiento, a 427 veces. ¿Qué significa esto para economías emergentes como la de México?
Antes, generar una nueva economía requería enormes conquistas, una gran cantidad de personas y mucho tiempo. Un país pobre, como Portugal, tenía que conquistar civilizaciones, gobernarlas, tratar muy mal a los habitantes, extraer recursos durante siglos, y de todas maneras las diferencias entre sociedades era relativamente baja. Si hoy Portugal escogiera e importara 10 mil cerebros de sus viejas colonias y les diera oportunidad de generar negocios, su economía se triplicaría en un periodo muy corto.
Eso fue precisamente lo que hizo Singapur, que pasó de ser un país muy pobre, con una economía igual a la de Ghana en 1965, a tener un ingreso per cápita superior al de Estados Unidos. La gran ventaja actual es que uno puede construir una enorme economía, un país muy rico, en una generación. El problema es que si no lo hace, la brecha entre ricos y pobres crece más rápidamente de lo que crecía hace uno, dos o cinco siglos.
Los servicios, sobre todo los intensivos en conocimiento, se perfilan como el motor más dinámico del desarrollo. ¿Ya dimos en México ese salto de la manufactura a la mentefactura?
México es un país de muchas dimensiones. Ciertamente hay clusters y redes que son muy importantes. En Guadalajara hay una red de creación de videojuegos que debería ser un orgullo nacional porque está participando a nivel mundial, al igual que algunos pintores, literatos y fotógrafos, directores de cine que están triunfando en Hollywood, entre otros.
Ciertamente hay centros de excelencia de aeronáutica en Querétaro, pero nos faltan nodos así en muchas partes de México. Hay gente que, pese a todo (la inseguridad, la inestabilidad, la falta de una educación consistente), juega y compite a nivel mundial, genera grupos de seguidores y aprendices. Pero ese no es el estándar, y mientras no empecemos a elevarlo, seguiremos teniendo enormes diferencias de ingreso, regiones ricas y pobres, economías que son de Primer Mundo y otras de Tercer Mundo.
En la búsqueda de competitividad basada en conocimiento, ¿qué papel pueden y deben desempeñar las universidades? ¿Deben ser elitistas o incluyentes? ¿Deben enfocarse en la docencia o en la investigación?
No es uno o el otro. Puede haber muchas universidades, pero tiene que haber algunas que sean absolutamente de élite; no en el sentido de que solo asista la gente que pueda pagar la colegiatura, sino de un ingreso restringido en función de las capacidades. Apliquemos a las universidades las mismas leyes que aplicamos al futbol: hay primera, segunda y tercera división, hay futbol para todos, pero a la gente se le paga y se le trata de manera distinta: si uno está en la selección nacional, recibe diferentes recursos. Pensar que vamos a tener a todo mundo en tercera división para que nadie sea de élite es un suicidio para un país. Hay gente muy talentosa en México y hay que premiarla.
¿Y qué ocurre con la vinculación al mercado de trabajo?
Nos falta vincular más. El problema de México no es que nos falten artesanos, poetas, escritores; los tenemos y qué bueno. Lo que nos falta son ingenieros, químicos, programadores de cómputo que jueguen a nivel mundial, y la consecuencia de eso es que en México no tenemos una bolsa de valores que esté generando una nueva compañía tras otra, en cuyo crecimiento podamos invertir. Casi todos los nuevos empleos en los países que se están desarrollando vienen de esas nuevas compañías, no de las viejas acereras, cerveceras y cementeras.
Si no estamos generando nuevos empleos, no vamos a ser un país con ingresos, con distribución de la riqueza, con impuestos, con atracción de las grandes mentes del mundo, y entonces vamos a ser un país cada vez más pobre, o vamos a depender más de los caprichos de un país al cual estamos exportando casi todo.
¿Qué hacer cuando el futuro nos alcance? ¿Qué es lo más urgente hoy?
Lo primero es la seguridad tanto personal como jurídica, porque en las áreas inseguras va a ser imposible que se genere un cluster de mentes brillantes y que podamos atraer talento de India y de África, junto con las mejores mentes de México, para generar una economía en los lugares que más se necesita. Vemos las consecuencias de la inseguridad en Monterrey: esa economía se fue en picada. Hay que proteger ciertas áreas y empezar a crecer en ellas.
Lo segundo es identificar a las mejores mentes, pensar qué cluster existe en ese lugar y cómo llevar ahí más mentes brillantes. Y pensar cómo demonios alimentarlo, cómo atraer la siguiente generación para hacer ese cluster. Hay que encontrar los centros de excelencia y alimentarlos con unas cuantas mentes. Los fundadores de WhatsApp fueron 42 personas que generaron una economía equivalente a todo lo que produce Uruguay en un año. ¿Cómo empezamos a armar estos clusters de 42 mentes en México, en industrias donde ya somos buenos, y cómo nos metemos a las redes globales para que esas industrias compitan a nivel mundial?