América Del Norte: Del Libre Intercambio Al Comercio Administrado
Con la premisa de que los acuerdos son el resultado de lo posible, no de lo deseable, Mauricio de Maria y Campos disecciona las particularidades de la renegociación del tratado comercial de América de Norte. Destaca, entre ellas, los cambios estructurales que hicieron del TLCAN un instrumento incómodo y el panorama de la industria farmacéutica mexicana tras la firma del Protocolo Modificatorio, una valiosa e inesperada ventana de oportunidad.
Por: César Guerrero Arellano / Retrato: Ignacio Galar

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¿Cuáles fueron las principales aportaciones del TLCAN a la economía mexicana?

El TLCAN marcó un esquema trascendental de referencia regional cuando el mundo se dirigía a una mayor promoción del comercio y de las inversiones. Dio seguridad a los inversionistas y contribuyó a la modernización de la economía mexicana en industrias como la automotriz, de autopartes, electrónica o aeroespacial. También promovió el desarrollo del sector agropecuario, donde la exportación de frutas y legumbres fue muy significativa. Se olvida, con frecuencia, que el nivel de desarrollo de los países incide en su capacidad de negociación. Se firma lo posible. Que 80% de las exportaciones vayan hoy a Estados Unidos nos da una ventaja, pero representa también una vulnerabilidad enorme.

 

La brecha salarial y el desarrollo de capacidades tecnológicas, ¿son deudas del TLCAN?

Conforme al modelo europeo, sí. La equidad estuvo en el centro de los debates que dieron forma a la integración europea, lo que explica el gran desarrollo de países y regiones como España, Portugal, Irlanda y el sur de Italia. Con un modelo más liberal de integración, durante la vigencia del TLCAN permanecieron las brechas salariales, de ingreso per cápita y de desarrollo entre las distintas regiones de América del Norte. El norte y el Bajío de México contrastan con el sur del país. El diferencial de ingreso per cápita entre México y Estados Unidos aumentó al no mejorar los salarios reales. Las exportaciones mexicanas crecieron a tasas muy elevadas, pero las de la producción registraron un promedio mediocre de 2% que apenas superó el crecimiento de la población, lo que se tradujo en un incremento marginal de nuestro ingreso per cápita, de 0.5% en promedio anual.

 

Pero quiero subrayar que, en un modelo estrictamente liberal, un gran pendiente es la falta de una política industrial y tecnológica. Los acuerdos de libre comercio deben ser parte de un planteamiento integral que permita el desarrollo de los sectores productivos y cree condiciones propicias para la inversión. No solo con el TLCAN, en el que somos superavitarios, sino en el resto de los tratados, donde compramos más de lo que vendemos. Nos ha faltado una política de fomento productivo y de desarrollo de capacidades tecnológicas locales. Hemos perdido y seguimos perdiendo esa oportunidad.

 

¿Cuáles fueron las causas más relevantes de la renegociación del TLCAN?

La más importante es que el ascenso económico, comercial y tecnológico de China, y de otros países asiáticos, cambió el contexto económico internacional. Sin dejar de lado los ajustes que requería el TLCAN para mantenerse en sintonía con los avances de los servicios, de la economía digital y de las telecomunicaciones, el factor que más gravitó en su renegociación fue el desplazamiento de los ejes de comercio, producción, empleo industrial y desarrollo tecnológico de Occidente a China. Esta preocupación no es nueva, ya desde el periodo de Obama se buscó instituir una nueva forma de competir con el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TPP). Esta malograda iniciativa estadounidense, retomada luego por el resto de los países del bloque, pretendía instaurar una zona de libre comercio con países como México, Japón o Vietnam. Ahí están las semillas del T-MEC: es un antecedente fundamental.

 

Desde su campaña, Trump planteó un paradigma muy distinto: administrar su comercio con China y con México para reducir un déficit que le resultaba inadmisible. Desestimó, sin embargo, que buena parte del desequilibrio comercial obedece a la pérdida de competitividad de la industria estadounidense por sus muy altos salarios frente a los chinos y los mexicanos y el cambio estructural del mercado laboral estadounidense asociado a la robótica. De hecho, sin la competitividad que le brindaron el TLCAN y los deprimidos salarios mexicanos ese déficit se habría ampliado. Al comenzar su presidencia, Trump presionó a estos países y a sus propias empresas para que compraran más productos estadounidenses, se retiró del TPP e inició un largo proceso, con varias etapas. La primera fue amenazar con terminar el TLCAN, un gran problema para estados como California y Texas, que son grandes exportadores a México, y para muchas empresas en México y Canadá que se crearon con base en ese acuerdo. Esto llevó a una negociación muy dura y compleja, con el estilo trumpiano de amedrentar a las contrapartes.

 

¿Qué tan distinto es el T-MEC en relación al TLCAN? ¿Es realmente un nuevo acuerdo?

Con todo y sus limitaciones, el TLCAN fue más positivo para México de lo que será el T-MEC. En realidad, el T-MEC es un acuerdo de comercio administrado. En sus quejas, Trump planteó dos críticas fundamentales: que el TLCAN amplió la brecha salarial entre los países de la región y que las plantas en México introdujeron sin aranceles componentes exógenos a América del Norte. Por eso creció el déficit de México con China, que es como de 15 a 1. El mejor ejemplo son los televisores que se ensamblan aquí, donde solo hay 1 o 2 por ciento de componentes mexicanos. No aportamos manufactura ni tecnología, solo mano de obra. Por esa razón el T-MEC modifica las reglas de origen para aumentar el contenido regional de lo que se ensambla en México, especialmente en aquellos productos de mayor valor agregado. Eventualmente eso reducirá nuestro déficit con China.

 

Veremos pocas inversiones en México para fabricar bienes intermedios dado el monto de las inversiones que se requieren. En principio, el T-MEC busca recuperar inversiones para Estados Unidos. México —que tiene ventaja comparativa en componentes automotrices como arneses y asientos, pero no en otros como los motores— lo tuvo que aceptar. Son reglas para autos de combustión interna que no podrán aplicarse del mismo modo a los eléctricos. Se acordó además un tope de exportación de 2.4 millones de vehículos. Cerca de producir dos millones, este tope desincentiva la expansión de inversiones automotrices en nuestro país. Asimismo, un 40% del contenido regional en los autos nuevos debe producirse en países con salarios de 16 dólares la hora. Si no, hay un arancel que pone en jaque a la producción en México y encarece los autos en América del Norte. Una serie de reglas darán tiempo ante esa muy fuerte presión laboral que, como resultado del T-MEC, será buena en otros terrenos. También hay cuotas en el sector electrónico y en otros que ya no son significativos, como la industria textil y del vestido, donde no hay producción mexicana para cumplirlas. Eso pondrá a muchas empresas mexicanas en problemas e incrementará nuestro déficit, como pasó con Vietnam y con Malasia en el Acuerdo Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (CPTPP).

 


MAURICIO DE MARÍA Y CAMPOS

 

¿Mejoraron los mecanismos para la solución de controversias con el T-MEC?

Los términos se deterioraron. Hubiéramos deseado mantener las disposiciones del TLCAN , que permiten a México y Canadá acudir al arbitraje comercial en la OMC. En el T-MEC las posibilidades fueron severamente limitadas a efecto de que la negociación se haga en tribunales estadounidenses, donde siempre hemos perdido.

 

¿Cómo evolucionó la industria farmacéutica del país durante la vigencia del TLCAN?

El sector farmacéutico es especialmente complejo: requiere la incorporación sistemática de tecnología de punta y predomina la presencia de multinacionales. El consumidor no es soberano (aunque depende de la orientación del médico) y la piratería es un riesgo. Gracias a disposiciones adoptadas en los años ochenta se logró establecer una industria farmacéutica mexicana con productos genéricos y también con fármacos que compiten con los de las grandes empresas. Mediante una política limitada, pero importante, el mercado mexicano de genéricos se desarrolló durante la vigencia del TLCAN, tanto para compras del sector público como en farmacias, donde acuden muchas personas sin seguridad social. Con estos productos, farmacéuticas de capital mexicano coparon una porción del mercado. Algunas invirtieron seriamente en tecnología y comenzaron a exportar, no solo a otros países, sino al mismo Estados Unidos.

 

Sin embargo, un problema creciente es que, mediante una disposición muy liberal, el gobierno de Calderón retiró a las farmacéuticas la obligación de establecer laboratorios en México, donde al menos se embotellaban o empaquetaban los medicamentos. Eso abrió el mercado a productos de muy diversos países, a veces sin calidad óptima y hasta peligrosos. El importador ya no requiere una responsiva médica que garantice la calidad. Las falsificaciones y los productos que no reúnen las condiciones de salud se han extendido a mercados y pequeñas farmacias en México.

 

El surgimiento de farmacéuticas con un poco de mayor nivel de sofisticación tecnológica en México y en países como Brasil, China y la India, nos remite de nuevo al TPP, donde las grandes empresas farmacéuticas buscaron mantener el predominio mediante el incremento de la vida de las patentes. Ningún país lo admitió, pero lograron que, bajo condiciones de excepción fácilmente generalizables, se pudiera duplicar el primer periodo de protección agregando a los medicamentos elementos que “modifican” sus fines, como aliviar el dolor de cabeza además de la gripe.

 

Los medicamentos desarrollados en los últimos años son también biológicos y no solo químicos. Con los procesos biológicos es mucho más fácil crear productos que pueden competir una vez que vence la patente. Ante esto, las farmacéuticas estadounidenses lograron que, en el TPP, el periodo de exclusividad se ampliara de tres a cinco años. Pero tras el retiro de Estados Unidos de ese acuerdo transcontinental se congeló esa disposición. En el T-MEC, sin embargo, se mantuvo el periodo ampliado, contra todo el interés de las farmacéuticas mexicanas, que ya estaban en posibilidad de sacar al mercado anticancerígenos y antirretrovirales contra el sida. Se trata de áreas de avanzada en el tratamiento de enfermedades con mayor incidencia en México y en otros países, y donde los precios de los medicamentos se han incrementado significativamente.

 

En la negociación del T-MEC esas farmacéuticas cabildearon un plazo mayor al del TPP: ocho años. Empresas mexicanas, canadienses y de otros países protestaron, pero sus gestiones resultaron infructuosas ante la relevancia de las cuestiones automotrices. Al final México aceptó, a pesar de contar con intereses muy concretos. En un estudio que coordiné para el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República, se calculó un ahorro para pacientes y sector público de miles de millones de pesos anuales si se evitaba firmar en esos términos. El precio de un anticancerígeno podía reducirse hasta un 10% del costo original. No obstante, el gobierno decidió seguir y aprobar esto en fast track.

 

¿Qué reflexión le merece la eliminación del periodo de exclusividad para medicamentos biológicos acordada en el Protocolo Modificatorio al T-MEC?

Sucedió lo que nunca nos habríamos imaginado: el Partido Demócrata de Estados Unidos se opuso a todas las cláusulas relativas al sector farmacéutico y a la propiedad industrial del T-MEC, ratificado por el Senado en México y firmado por el Presidente. Muy connotados aspirantes demócratas a la presidencia —como la senadora Warren, el senador Sanders y hasta el propio Biden— dijeron que no. Como en Estados Unidos tampoco saben qué hacer con los muy altos precios de los medicamentos, eliminaron el requisito de diez años para fabricar medicamentos por la vía biológica, poniéndolo como condición a Trump para ratificar el T-MEC. Fue una carambola. Sin esta restricción, la industria mexicana tiene ahora una oportunidad dorada. Muchos laboratorios en Jalisco piensan aprovecharla, pero requerirán apoyo de la banca de desarrollo, de Nafin y Bancomext. México necesita una política de apoyo al desarrollo tecnológico nacional.

 


FARACÉUTICAS EN MÉXICO, BRASIL, CHINA Y LA INDIA COMPITEN CON LAS TRADICIONALES

 

¿Qué lugar en el mundo tiene la industria farmacéutica mexicana en función de sus capacidades productivas y tecnológicas?

Es un sector muy disparejo, con enormes avances en los últimos veinte años. Hay un grupo importante de empresas que han hecho investigación y desarrollo tecnológico con laboratorios de la UNAM y del IPN, sobre todo en medicamentos biológicos. Algunas realizan exportaciones crecientes, no solo a mercados como los africanos, como Inosan Biopharma, la empresa número uno del mundo en producción de antiviperinos. Hay más que están haciendo buenos productos. Es un grupo pequeño, pero si las autoridades sanitarias e industriales se enfocan, podemos aprovechar las nuevas oportunidades y construir un buen sector. Muchos de los desarrollos recientes provienen de algún tipo de estímulo, como fuertes demandas del sector salud en Estados Unidos, Europa y China. Si bien sería para una minoría del total de laboratorios mexicanos, se puede y se debe seguir impulsando.

 

Junto con el de alimentos, el sector salud es de los pocos en los que debe existir una capacidad propia para responder a una emergencia, como la del coronavirus y otras que hemos vivido. Tener capacidad de investigación es una cuestión de seguridad nacional. Al igual que Estados Unidos, dejamos de invertir en producción local de vacunas. Hoy en día, los medicamentos europeos y estadounidenses se basan en materia prima china, sus principales productores en el mundo. Cuando se necesitan, casi siempre debido a una pandemia mundial que puede surgir en cualquier momento, no son algo disponible que se pueda importar de un día para otro. Primero hay que desarrollar las vacunas y, ya que existen, se pagan a un precio altísimo.

 

Solo una de diez mil sustancias que se desarrollan en los laboratorios llega al mercado como medicamento. ¿Cuáles son los mecanismos más adecuados para proteger la rentabilidad de esas investigaciones?

Desde que nacieron las patentes, los economistas escribieron libros justificando su valor social. Se les consideró muy importantes como estímulo para la inversión, lo que yo comparto. En efecto, es un sector de investigación de alto riesgo. Pero más allá de los fines sociales de la investigación hay una zona gris que se presta al abuso para lograr el máximo beneficio económico. Las cláusulas congeladas en el CPTPP, que se ampliaron en el T-MEC, daban pauta para abusos. Un sistema de patentes que permita rendimientos a la altura de los esfuerzos de investigación debe tener como límite el interés público. No es válido que mucha gente muera porque no puede pagar los muy altos precios de los medicamentos.

 

Ahí es donde autoridades de patentes y de salud, como la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), deben supervisar el costoso y complejo proceso de pruebas. Existe el principio de las llamadas patentes obligatorias ante una pandemia, con el que autoridades de salud permiten la incorporación de un mayor número de productores en función del interés público. Se contempla en la mayor parte de la legislación internacional y doméstica de propiedad industrial. También hace falta que los médicos consignen en las recetas el nombre genérico de los medicamentos, como ocurre en Europa. Otro problema reciente y muy serio es que, para adquirir medicamentos a menor costo, se autoriza la importación de medicamentos sin contar con el registro de la Cofepris en los concursos. Precios bajos destruyen a la industria existente y luego se incrementan, con el peligro adicional de que sean medicamentos apócrifos y de que circulen en el comercio informal. Lo más importante es que haya abasto oportuno de medicamentos a precios accesibles.