¿CUÁNTO VALE LA ECONOMÍA COLABORATIVA EN TÉRMINOS DEL PIB?*
Existen innumerables formas de economía cola borativa que operan desde hace mucho tiempo en todas las sociedades del mundo. Sin embargo, la economía actual no siempre las considera ni en sus indicadores —como el Producto Interno Bruto— ni en sus políticas. Es importante resarcir esta omisión.
Por: Stefan Hall y James Pennington

Si le pidieran cuantificar la aportación de la economía colaborativa a la sociedad, ¿por dónde empezaría? El valor social de Uber en Estados Unidos alcanzó el año pasado el equivalente a repartir 20 dólares a cada ciudadano de ese país. En los primeros cuatro años de operación, Airbnb incorporó a su catálogo un total de 600 mil habitaciones; cifra que a la cadena Hilton le tomó alrededor de 23 veces más tiempo —93 años— alcanzar.
La economía colaborativa engloba un conjunto de actividades que, mediante el uso de plataformas digitales, permite a los particulares intercambiar activos infrautilizados; bien sea en forma gratuita o mediante alguna retribución. Sin duda, los servicios de traslado de pasajeros o de alojamiento son los más conocidos, pero la economía colaborativa abarca todo, desde aparatos electrodomésticos hasta el uso de tierras. Típicamente el propietario de la plataforma tecnológica (la aplicación que enlaza a la oferta con la demanda) fija la tarifa —como en el caso de los servicios de transportación—, aunque en otras modalidades son los propios proveedores quienes determinan los precios (renta de habitaciones o trabajo por encomienda, como ejemplos). En la mayoría de los casos, los propietarios de la plataforma digital cobran el importe total del servicio, toman la parte que les corresponde y trasladan el resto al vendedor.
Cuando el Gobierno calcula el producto interno bruto (PIB), debe incluir el valor de todos los intercambios porque esta magnitud macroeconómica expresa el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos en un país. Sin embargo, hay una porción considerable del valor generado por la economía compartida que no se considera en el PIB (ver el Diagrama).

 


La medición del PIB considera la porción de valor agregado internamente en la producción de bienes y servicios, la administración pública, las labores domésticas no remuneradas y ciertas partes de la economía sombra. Actividades propias de la economía colaborativa que sustituyen o complementan las actividades económicas existentes deben ser incluidas como ramificaciones.
A continuación se analizan cuatro aspectos de la economía colaborativa que no están plenamente incorporados al PIB.

1. Ganancias económicas no contabilizadas

Keynes escribió que el PIB disminuye cuando un hombre se casa con su ama de llaves; se refería así a los bienes y servicios que tienen valor comercial pero permanecen “ocultos”. Si bien esta imagen puede parecer un tanto anacrónica, llama la atención sobre aquellas actividades que contribuyen a la producción económica y no se registran adecuadamente en el PIB. Keynes tenía en mente labores como el trabajo doméstico, el cuidado de los niños, la jardinería y las reparaciones del hogar. “Inversiones” que agregan valor y contribuyen al PIB, pero no se registran. 

 

La economía colaborativa engloba actividades que, mediante plataformas digitales, permite a los particulares intercambiar activos infrautilizados


De manera similar, una porción del valor agregado por la economía colaborativa no se contabiliza adecuadamente. Más allá de personas que omiten declarar los ingresos que perciben mediante el uso de plataformas digitales, la propia naturaleza de las actividades de la economía colaborativa abre paso a esquemas donde el intercambio de bienes o servicios no implica necesariamente una retribución monetaria. Couchsurfing, por ejemplo, es un sistema de intercambio de alojamientos en casas particulares. Incluso cuando el servicio se proporciona de manera gratuita, existe una ganancia económica que no se contabiliza.
Gracias al alojamiento gratuito, las personas cuentan con recursos adicionales que pueden destinar a otro tipo de actividades económicas, como consumir bienes o servicios —cuya transacción eventualmente sí se reflejará en el PIB— o solo incrementar su ahorro. En cualquier caso, existe un beneficio económico, aunque no necesariamente se contabilice en el PIB. También es digna de mencionar la posibilidad que brinda la economía colaborativa a los consumidores de bajos recursos de disfrutar de bienes y servicios que, en otras condiciones, les resultarían inasequibles.


2. Uso más racional de recursos

Muchas de las actividades que hoy se encuadran en la economía colaborativa existen desde tiempo atrás. Baste mencionar los préstamos de herramientas entre vecinos o los acuerdos para compartir el automóvil (carpool). Pero en los últimos tiempos su importancia se ha acrecentado debido, principalmente, al internet, herramienta que permite reducir el costo de las transacciones y aumentar su escala. Gracias a tecnologías como el almacenamiento en la nube, la cartografía gps y las redes sociales los particulares pueden darle un uso alternativo a activos que, de otra manera, permanecerían ociosos. Los automóviles, por ejemplo, se quedan estacionados en promedio el 95% del tiempo. La economía compartida ofrece la posibilidad de combatir el despilfarro como nunca antes. Antes, solo el taladro del vecino estaba a nuestro alcance; hoy, se tiene acceso a cualquier tipo de herramienta doméstica y una flotilla numerosa de automóviles está a nuestra disposición con solo apretar un botón.

 

Gracias a esta economía, los consumidores de bajos recursos pueden disfrutar bienes y servicios que, de otra forma, les resultarían inasequibles

 


De lo anterior se desprende que la reducción del exceso de capacidad instalada conlleva un beneficio ambiental. El uso de recursos se torna más racional: ¿por qué construir un hotel más si las personas pueden rentar temporalmente las habitaciones de sus hogares? Algunos investigadores sugieren que la economía colaborativa favorece el consumo de bienes de mayor duración y es más respetuosa del medio ambiente, dado que sus propietarios pueden recuperar parte del dinero invertido mediante el arrendamiento. La reducción del exceso de capacidad es particularmente importante en eventos de gran demanda, como los juegos olímpicos. Las ciudades pueden satisfacer estos picos inusitados de la demanda sin tener que edificar una nueva infraestructura que, probablemente, permanecería infrautilizada una vez normalizada la demanda. El PIB no contabiliza el impacto ambiental del consumo ni la calidad de los bienes consumidos.

3. Mayor bienestar personal

El PIB no es un indicador apropiado para evaluar el progreso social, un indicador importante que se extiende más allá de simples medidas económicas para incluir factores de calidad de vida como la salud social y psicológica. Cuando se trata de la economía compartida, los beneficios de la socialización no pueden ser calculados en valores monetarios pero suelen contribuir enormemente a elevar el nivel de vida. 
Alguien que renta una habitación en su casa a un desconocido puede asignar un importe monetario a la transacción y esta, eventualmente, se reflejará en el PIB. Mediante plataformas digitales, los viajeros pueden identificar a personas de la localidad dispuestas a acompañarlas durante recorridos por la ciudad o a compartir una cena. Si estos servicios estipulan una tarifa también deberán figurar en las cuentas del PIB. Pero, en ambos casos, las personas también reciben un beneficio social al interactuar con otros y esto no se puede medir en términos monetarios. El bienestar individual aumenta porque las personas generalmente disfrutan del contacto con sus semejantes.

4. Valor de opción y excedente 
del consumidor

Hay dos conceptos interrelacionados que se aplican a la economía colaborativa y no pueden reflejarse en el PIB: el valor de la opción y el excedente del consumidor.
El primero se refiere al interés de mantener un bien o servicio público, aun cuando la probabilidad de que se use sea pequeña o inexistente. La cantidad exacta que las personas están dispuestas a pagar por este activo público está relacionada con la incertidumbre respecto a la necesidad futura del bien, el costo de reemplazo si se pierde y el carácter no almacenable del bien.
En otras palabras, las personas están dispuestas a pagar por tener la “opción” de usar el activo público en un momento determinado, bien sea porque la seguridad que les proporciona (como es el caso del servicio de autobús nocturno interurbano) o porque el costo de su almacenamiento o mantenimiento sería mucho más alto, o incluso imposible de pagar, a título individual (como un parque público). Es difícil saber cuál es el valor de la opción para la economía colaborativa, pero existen argumentos de que es bastante alto. Una vez más, esto significa que hay valor en la economía que no se registra en el PIB.
El segundo concepto es el excedente del consumidor. Se trata de la diferencia entre el precio que los consumidores están dispuestos a pagar y el importe total que en realidad pagan. Parte del excedente del consumidor se genera mediante una mayor oferta: una mayor cantidad de alojamientos en alquiler, ya sean privados o comerciales, pueden reducir el precio promedio de una habitación en todo el sistema.

 


La otra parte del excedente viene del pleno uso de la capacidad excedente, tal como se describió anteriormente. No son necesarios más autos para hacer caer los precios de los taxis si, gracias a los viajes compartidos, se puede aumentar el número de recorridos realizados con los mismos autos. Un estudio de la Junta de Investigación sobre Transporte de Estados Unidos estima que un vehículo compartido reemplaza al menos a cinco autos particulares. Tener menos recursos “desaprovechados” amplía la oferta y disminuye los precios, lo cual aumenta el valor de la opción y el excedente del consumidor. Ninguna de estas medidas de valor se incluye en el PIB.

¿Qué hacer?

Como sostiene Diane Coyle: “La economía colaborativa está desdibujando la frontera convencional entre la economía y la vida cotidiana. Entender esto es fundamental para instrumentar políticas públicas que favorezcan el crecimiento económico y un entorno propicio para que las personas trabajen y ganen como quieran”.
Evidentemente, no todos los beneficios son capturados adecuadamente por el PIB: el bienestar se incrementa, la economía puede volverse más eficiente, se da un uso más racional a los recursos ambientales y el excedente del consumidor tiende a aumentar. Pero también hay varios riesgos, relacionados con el bienestar y la protección social, y el impuesto corporativo en particular. Los gobiernos deben garantizar que todos se beneficien del valor creado.
Algunas sugerencias para capturar el alcance total de la economía colaborativa incluyen el uso de macrodatos (big data) y encuestas entre la población activa para ofrecer una panorámica más amplia de la evolución de la economía colaborativa y su impacto en el bienestar social. La Comisión Europea puso en marcha una iniciativa para incluir aspectos ambientales y sociales en las medidas de progreso económico, y por lo tanto hay muchos otros índices (como el desarrollo y la felicidad) que intentan ir más allá del PIB como el descriptor principal del crecimiento. En última instancia, “los estadísticos y los economistas deben pensar más profundamente sobre lo que significa ‘la economía’ en el siglo XXI”. Puede que se den cuenta de que las nuevas tecnologías subyacentes también podrían usarse para medirla.  

Traducido con la colaboración de Sandra Strikovsky.

*    Este artículo apareció originalmente en Agenda, publicación digital del Foro Económico Mundial . Lo reproducimos con autorización de los autores. Las opiniones expresadas en este texto son personales y no representan necesariamente las del Foro Económico Mundial.

Stefan Hall es líder de proyecto en la Iniciativa del Sistema de Información y Entretenimiento del Foro Económico Mundial. James Pennington es especialista en el proyecto Economía Circular del Foro Económico Mundial.