Usted ha destacado las múltiples implicaciones macroeconómicas del destino final de los créditos. Iniciemos esta conversación con la conexión entre el destino de los créditos y el ritmo de la expansión económica.
Ese es un muy buen punto de partida. Desde Schumpeter, sabemos que el crédito bancario y otras formas de financiamiento son ingredientes esenciales en el despegue y la expansión de la actividad económica, así como en su evolución de largo plazo. La función de los emprendedores es reformar o revolucionar las formas de producir; la función de los bancos es proveerles el crédito que respalde sus proyectos. Hoy en día, sin embargo, muchos de los créditos no tienen este propósito y se destinan a la adquisición de activos preexistentes en los mercados inmobiliarios y financieros. El desplazamiento de los créditos destinados a la innovación y el desarrollo empresariales afecta la trayectoria de la productividad y, en el largo plazo, repercute negativamente en el ritmo de la expansión económica.
Usted también menciona que el crédito bancario está relacionado con la estabilidad/inestabilidad de las economías, ¿cómo opera este vínculo?
En particular me baso en una investigación del profesor Richard Werner y en la distinción clave mencionada entre los créditos destinados al mercado de activos (inmobiliarios y financieros —acciones, derivados y un largo etcétera—) y los que fluyen a la llamada economía real de producción y consumo.
Keynes ya hablaba del dinero y del crédito en las circulaciones reales y en las circulaciones financiera e inmobiliaria. Está claro que, si destinamos una mayor cantidad de nuestros recursos crediticios a la adquisición de activos inmobiliarios y financieros, habrá un monto menor para financiar la innovación y el desarrollo productivos. Si en el sector real la reducción de este tipo de créditos se convierte en una limitante de la expansión económica —y hay sólidos argumentos teóricos y evidencia empírica de que esto es así—, en el sector financiero la abundancia de crédito alimenta la inestabilidad y el riesgo de enfrentar crisis recurrentes. La explicación es relativamente sencilla. Una mayor circulación de recursos eleva el precio de los activos. Los agentes en estos mercados son muy afectos al optimismo y al apalancamiento excesivos. El crédito se convierte en el combustible de una espiral de los precios y, como las expectativas sobre la evolución de los precios pueden cambiar de un momento a otro, hay un terreno propicio para la formación y posterior estallido de burbujas especulativas. Desde la gran crisis financiera de 2008, se han multiplicado los estudios que, con variantes, recuperan la trayectoria aquí descrita, así como las graves afectaciones que produce en las sociedades contemporáneas.
El mundo enfrenta una severa crisis económica, ¿qué papel debe desempeñar el crédito en esta coyuntura?
El gobierno de Países Bajos y también los de muchas otras naciones han realizado un esfuerzo ejemplar para mantener la economía a flote ante las afectaciones provocadas por las crisis sanitaria y económica. Las recientes intervenciones son una muestra fehaciente de la capacidad de los gobiernos —o mejor, los Estados para considerar también a los bancos centrales— para intervenir selectivamente en los mercados y asegurar que las actividades prioritarias mantengan un flujo apropiado de recursos y sigan operando. Sin este tipo de intervenciones, las economías realmente se habrían derrumbado.
Así que, en esta crisis, constatamos las múltiples oportunidades que brindan las políticas de asignación selectiva de recursos. Debo agregar que esto es solo una parte de la historia, la otra tiene que ver con el apoyo que el Banco Central Europeo, la Reserva Federal y otros bancos centrales siguen proporcionando a los mercados de activos. Para algunos de sus segmentos, 2020 fue un año fantástico a pesar de las múltiples afectaciones experimentadas por las actividades productivas, lo cual resulta paradójico y demuestra la profunda desconexión entre la circulación financiera y la circulación real del dinero y del crédito.
Considerando sus múltiples implicaciones macroeconómicas, el destino final de los créditos parece demasiado importante para que lo decidan únicamente los mercados. ¿Usted qué piensa?
Estoy completamente de acuerdo y es algo que se sabe desde hace mucho tiempo atrás. Los mercados de crédito no tienden naturalmente al equilibrio y suelen fallar debido a problemas de información. Joseph Stiglitz y otros reconocidos economistas se han ocupado de explicar este comportamiento. Las tasas de interés no se ajustan para asegurar que el crédito se asigne a los usos más productivos. A este propósito tampoco contribuyen la creciente relevancia de la banca en la sombra y la proliferación de instrumentos derivados y sintéticos. A la luz de las externalidades del crédito, pero también de las distorsiones de su mercado, hay razones de peso para que el Estado participe activamente en este mercado, ya sea con regulaciones prudenciales o mediante políticas de asignación selectiva de los recursos.
En su estudio se reseñan varios casos de asignación selectiva de crédito exitosos, ¿cuáles destacaría?
Esta es una historia realmente interesante. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta los ochenta, las políticas de asignación selectiva de créditos fueron la norma más que la excepción en buena parte del mundo. Sabemos que respaldaron el despegue de varias economías latinoamericanas en los años cincuenta y setenta del siglo pasado, y más tarde y de manera más duradera se apuntaron varios éxitos en Asia, donde destacan los casos de los denominados tigres asiáticos y más recientemente los de Vietnam, China e India.
En la investigación que desarrollé junto con mis colegas de la University College London, documentamos la larga tradición de las políticas de asignación selectiva del crédito y de su utilidad para el desarrollo de actividades y sectores prioritarios. Esta nunca ha sido una historia de libre mercado; es, marcadamente, una historia de mercados y gobiernos trabajando juntos para promover el desarrollo de actividades estratégicas. En ocasiones, se optó por la agricultura, y el crédito canalizado fue determinante para elevar la productividad del sector de los alimentos y dar paso a una auténtica revolución verde. Con algunas variantes sucedió lo mismo en el florecimiento de la industria naval, en la de fabricación de automóviles, en la de la electrónica y en otras actividades seleccionadas para impulsar el despegue industrial de los países asiáticos.
Hay quienes desestiman el uso de políticas de asignación de crédito debido a las distorsiones que generan, ¿cuál es su postura al respecto?
Por supuesto es una crítica completamente válida. La historia no solo registra casos de éxito, también hay constancia de un número nada despreciable de fracasos. Los gobiernos se equivocan y ese es un riesgo que cualquier estratega político o analista académico debe tener muy presente. De ahí la importancia de contar con el respaldo de una política industrial que fije horizontes temporales y metas claras; guíe los esfuerzos públicos y privados, y mantenga una dinámica de evaluaciones y ajustes constantes.
¿Desincentivar los créditos destinados a la adquisición de activos inmobiliarios y financieros aseguraría que los recursos fluyeran hacia actividades con mayor impacto en el progreso social?
Aquí hay dos problemas. Desincentivar o reprimir oportunamente el flujo de los créditos a los mercados de activos inmobiliarios y financieros reduce la probabilidad de que se formen burbujas especulativas; esto es un punto positivo. Pero no hay evidencia de que, con estas medidas, el flujo crediticio se redireccione automáticamente hacia sectores o actividades de mayor proyección social. Por esta razón, habría que plantearse dos estrategias diferenciadas e independientes: por un lado, medidas prudenciales que eviten el sobrecalentamiento de los mercados de activos y, por otro, políticas de asignación selectivas de crédito a sectores estratégicos y previamente identificados en el ámbito de una política industrial.
¿Cuál considera un buen punto de partida para la incorporación de políticas de asignación selectiva de créditos?
No hay una regla general. Depende de la posición de cada país. Lo importante es que los responsables de la formulación de políticas comiencen por pensar nuevamente en la orientación crediticia como un poderoso aliado de su estrategia de desarrollo productivo. Con la llegada del Consenso de Washington y sus prescripciones de Estado mínimo, la política industrial terminó por convertirse en un anatema. Hoy, los desafíos planteados por el cambio climático, la gran crisis financiera del 2008 y más recientemente la crisis de la covid-19 han dado un nuevo impulso a la participación del Estado en la economía, a la política industrial y, con ella, a la asignación selectiva del crédito.
Cada país debe analizar sus fortalezas, sus debilidades, replantearse sus objetivos socioeconómicos y decidir cómo usar su sistema de crédito para que contribuya decididamente a alcanzar sus metas de desarrollo. Después de tres o cuatro décadas de neoliberalismo hemos descubierto que la forma más inteligente de hacerlo es no dejarle toda la iniciativa al mercado. El Estado puede y debe desempeñar un papel protagónico en la asignación estratégica de recursos, así como en la selección y fomento de las actividades que más contribuyan al desarrollo. Además de gestionar las consecuencias de la crisis de la covid-19, el Estado debería encabezar la transición hacia un modelo económico sustentable, invertir en la generación de energía renovable y, en el caso de los Países Bajos, canalizar una buena cantidad de recursos a la gestión del agua.
¿Cuáles considera los retos más significativos de una transformación con los alcances que plantea?
Hay dos tipos de desafíos, el primero es superar los intereses creados. Esto no es una teoría de la conspiración o algo parecido, sino una descripción sobria de la realidad. Las empresas del sector financiero gozan regularmente de una influencia considerable en los países donde operan y es posible que, en principio, no les convenza la idea de compartir algunas de sus actividades más rentables con el gobierno u otra entidad pública. Así que el primer reto es la construcción de un entorno de colaboración y diálogo permanente que favorezca el trabajo coordinado. Un entorno donde prevalezca el interés común y se aproveche toda la experiencia y energía del sector privado.
El segundo desafío está en el terreno de las ideas. Un desafío para las mentes y corazones de los líderes políticos y empresariales que los lleve a abandonar la idea de que la economía es un sistema que llega a algún tipo de equilibrio con la participación de los actores privados y donde la intervención del gobierno solo distorsiona. Sabemos que los gobiernos se equivocan, pero también que los mercados fallan. Entonces es una fantasía la presunción de que, sin un papel activo de los gobiernos, se podrá superar cualquier desafío de desarrollo serio, incluido el daño ocasionado por la crisis de la covid-19. Después de tantos años de pensamiento de libre mercado, es tiempo de retomar de la historia algunas lecciones de cómo los gobiernos fueron capaces de alentar el desarrollo mediante la construcción de mayores capacidades productivas. La política industrial y la de asignación selectiva de crédito forman parte de este repertorio.
1 Dirk Bezemer, Josh Ryan-Collins, Frank van Lerver y Lu Zhang, “Credit where it's due: A historical review of credit guidance policies in the 20th century”, Working paper IIPP WP 2018-11, Institute for Innovation and Public Purpose, diciembre de 2018.