“There is no country
with a more starking contrast
between its external success
and its domestic failure”.
D. Rodrik (The Economist, 2015)
A finales de 2015 concluyeron con serpentinas y maracas las tareas de concertación para lanzar el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) para impulsar el comercio. El anuncio atrajo gran atención pues las 12 economías integrantes (Australia, Brunéi Darussalam, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam) contribuyeron con 36% del PIB, 23% de las exportaciones y 26% de las importaciones mundiales en 2014 (CEPAL, 2015). Algunos estiman que para 2025 el TPP podría aumentar las exportaciones y el PIB mundial en 444 y 295 mil millones de dólares, respectivamente. The Economist sugiere que el PIB de los integrantes del Acuerdo crecerá en 1% para 2025.
Para México, las oportunidades del TPP se acotan pues lleva operando desde hace tiempo tratados comerciales con sus mayores miembros. Además, acuerdos paralelos al TPP entre Japón y Estados Unidos minarán las ventajas de México con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); por ejemplo, sobre el contenido subregional automotriz para ampliar la integración japonesa a la cadena de valor. Por otra parte, el TPP va más allá de un acuerdo comercial; incorpora consideraciones laborales, ambientales, compras gubernamentales y derechos de propiedad sujetando su incumplimiento a posibles sanciones comerciales. Ello puede acotar más el espacio de políticas públicas para el desarrollo.
Hasta ahora, la clase política celebra su lanzamiento. El presidente Peña Nieto lo aplaude: “Se traducirá en mayores oportunidades de inversión y empleo bien remunerado para los mexicanos”. El secretario de Economía agrega que el TPP “abre nuevas oportunidades de negocio en seis mercados de Asia-Pacífico […] la región [de] mayor crecimiento económico en los próximos 25 años”, y el del Trabajo opina que el acuerdo “atraerá inversiones directas que se traducirán en más y mejores empleos”. Más allá de las declaraciones políticas, ¿cuál será su impacto en México? Siguiendo a John Galbraith, quien dijo que la función esencial de las proyecciones de los economistas es darle respetabilidad a las predicciones de los astrólogos, conviene repasar lo ocurrido con el TLCAN, acuerdo comercial pionero con cuya firma México deslumbró al mundo hace dos décadas.
El TPP va más allá de un acuerdo comercial; incorpora consideraciones laborales, ambientales, compras gubernamentales y derechos de propiedad sujetando su incumplimiento a posibles sanciones comerciales
Con dicho Tratado, México impulsó exitosamente sus exportaciones; de aportar 8% del PIB en 1981 pasó a 33% en 2014. El 80% de estas constan de manufacturas —no solo petróleo, como antes— y son en su mayoría productos de mediana o alta intensidad tecnológica. Además, de 1994 a 2012 —dato más reciente—, México quedó solo atrás de China y Corea en el aumento de su participación en el mercado mundial de exportaciones manufactureras. La presencia de productos mexicanos es conspicua en Estados Unidos, incluso en segmentos sofisticados como autos, motores y electrónica.
Empero, este auge exportador no detonó un crecimiento dinámico y nuestra economía permanece en una senda de baja expansión. En el periodo de 1987 a 2014 la tasa media de alza del PIB real fue 2.6%, menos de la mitad del 6.7% registrado entre 1960 y 1981. Con ello, mientras que en 1990 México aportó 2.7% del PIB mundial, su aporte reciente es de 2.1%. Por demás preocupante, con tan pobre desempeño se abre más la brecha del PIB per cápita frente al de Estados Unidos. (Ver gráfica 1.)
En 1980 el PIB per cápita mexicano equivalía a 26% del de Estados Unidos; en 1994 a 20.4%, y en 2013 tan solo a 18.6%. Tal brecha es similar a la registrada en los años cincuenta, ¡siete décadas atrás! Asimismo, la incidencia de la pobreza ha aumentado en México desde 2008 y abarca a más de la mitad de la población.
¿Por qué el TLCAN y el auge exportador manufacturero no detonaron un crecimiento dinámico de la actividad económica en México? En primer lugar porque el éxito exportador se ha sustentado en un modelo maquilador, intensivo en el uso de insumos y bienes intermedios importados y escasamente conectado con el resto del aparato productivo nacional. Como dijo recientemente el secretario de Hacienda, México sigue sin dar la transición del modelo maquilador a “un proceso de industrialización de valor agregado”. Es decir, no logramos pasar del ensamblaje de insumos importados a la industria de transformación bien integrada al tejido productivo nacional que compita mundialmente con base en la generación de valor agregado local. Mientras no ocurra, la industria exportadora tiene escasa capacidad de “arrastre” al resto de la economía.
El auge exportador agudizó la dualidad de nuestra estructura productiva donde algunas grandes empresas son exitosas competidoras mundiales, muy productivas, con tecnología de punta pero con un magro, y a todas luces insuficiente, recurso de proveedores nacionales de bienes intermedios. En contraste está la enorme cantidad de pymes marginadas de las cadenas globales de valor y ajenas a los beneficios del auge exportador, y que con fuertes restricciones de acceso al crédito y a la tecnología atiende a un mercado interno debilitado por una alta concentración del ingreso. La gráfica 2 ilustra dicha falla del modelo maquilador al revelar que, no obstante el auge exportador, la economía mexicana registra un déficit comercial de similar magnitud como porcentaje del PIB, asociado a cada vez menores tasas de expansión del PIB real.
En las décadas de los sesenta y setenta, el PIB real creció a una media anual de 7% con un déficit comercial de 2.5% del PIB. En el periodo de 2001 a 2013, ya con años de operación del TLCAN y el auge exportador en plena marcha, el ritmo de expansión cayó a la tercera parte (2.3%) pero con un déficit comercial muy similar. Puesto de otra forma, el auge exportador se acompañó de un alza igual o más intensa de las importaciones, con escaso valor agregado local, lo que mermó su impulso al resto de la economía. Así, si hoy la economía mexicana intentase crecer a tasas de 6% anual, requeridas para crear empleo suficientes y abatir la pobreza, su déficit comercial podría disparase al punto de quizá poner en riesgo la estabilidad de balanza de pagos y macroeconómica. Examinemos ahora en más detalle nuestro comercio con los países del TPP. (Ver cuadro 1.)
Como reporta el cuadro 1, nuestras exportaciones están muy concentradas, con más de 80% dirigidas al mercado de Estados Unidos. A Canadá enviamos un 2.7% y al resto de los países miembros del TPP un 2.1%; un poco más que a China (2%). El origen de las importaciones, por su parte, se ha diversificado más: 49% son compras a Estados Unidos, 2.5% a Canadá y 7.7% a los otros nueve países del TPP. Por su parte, la presencia de China en el mercado mexicano es agudamente creciente, hoy en día provee 16% de nuestras importaciones, ¡duplicando el porcentaje de 2005! Los contrastes subregionales en el desempeño comercial de México son más evidentes en los respectivos balances comerciales. En efecto, el déficit que caracteriza a la balanza comercial de México se compone ya desde hace tiempo de un fuerte superávit con Estados Unidos, que es más que compensado por un déficit al alza con China (equivalente a la mitad del superávit con eu), un déficit con el resto de países del TPP (compuesto de un registro en números rojos con los países asiáticos miembros y en negros con el resto), y otro déficit con el resto del mundo. Como muestran las cifras tenemos dos retos evidentes para frenar el desbalance de nuestro comercio internacional. Estos provienen en parte de los países asiáticos del TPP. Pero sobre todo de China: ¿cómo frenar el alza aguda de nuestro déficit comercial con ellos? En la medida en que China está ahora excluida, nuestra pertenencia al TPP no ofrece oportunidades para resolver tal reto en el marco del Acuerdo. ¿Cómo penetrar en el mercado chino? ¿Cómo crear una industria en México capaz de competir exitosamente en el mercado mundial con base en productos de alto valor agregado localmente —y no meramente de las maquilas o commodities— con China y con el resto de las naciones industrializadas o en vías de lograrlo?
Para aprovechar las oportunidades que ofrece el TPP o, más de fondo, para detonar un proceso de expansión sostenida y elevada de la economía de México urge implementar una política de desarrollo productivo con dos compromisos puntuales. El primero es transformar la industria manufacturera mexicana para que compita en los mercados mundiales con base en valor agregado local —actividades intensivas de conocimiento con más y mejores empleos— y no en insumos intermedios importados y uso de mano de obra escasamente calificada y mal pagada. Tal transformación fortalecería o reconstruiría los eslabonamientos del sector exportador con los proveedores nacionales y con ello su capacidad de impulso al resto de la economía.
Es necesario pasar del ensamblaje de insumos importados a la industria de transformación bien integrada al tejido productivo nacional que compita mundialmente con base en la generación de valor agregado local
El segundo, requisito indispensable para la puesta en marcha de una nueva y tan urgente política de desarrollo productivo para fortalecer la inserción en cadenas globales de valor, es el compromiso del sector público y del privado por impulsar la inversión. En efecto, en México, la formación bruta de capital fijo se derrumbó después de la crisis de 1982 y su recuperación posterior ha sido solo parcial. En años recientes, el cociente de inversión oscila cerca de 22% del PIB, inferior al registrado tres décadas atrás y por debajo del 25% que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y otros estiman como mínimo necesario para sostener tasas de crecimiento económico de 5% anual (CEPAL, 2012).
Particularmente alarmante, y muy ligada a la debilidad de la inversión privada, es la contracción de largo plazo que ha tenido la inversión pública. Ha bajado ocho puntos del PIB entre 1982 y 2014 para colocarse cerca de 4% del PIB; la proporción más baja desde los años cincuenta. Más aún en la primera mitad del presente sexenio, según cifras del Inegi, la inversión pública ha caído en términos reales (Inegi, 2015/CEESP, 2015).
De especial preocupación es la debilidad de la inversión en infraestructura y maquinaria y equipo. La escasa ampliación y modernización de este tipo de capital, a nivel agregado, tiende a abatir el potencial de crecimiento de largo plazo de la economía mexicana. Tal rezago socavó y seguirá socavando nuestra competitividad en el mercado externo y en el interno. (Ver gráfica 3.)
Estamos convencidos de que estas son preocupaciones clave que nuestra adhesión al TPP por sí misma no resuelve, ni siquiera las aborda. Las lecciones de nuestra experiencia con el TLCAN, tratado pionero y muy exitoso en fomentar las exportaciones, indican que para fines de impulsar el crecimiento económico importa menos el volumen de las exportaciones que el proceso de su elaboración. Más precisamente, en cuanto a su potencial como motor del crecimiento económico, lo relevante de las exportaciones es que se sustenten más en la generación de valor agregado local y no en el mero ensamble de bienes intermedios importados. Los responsables de la política económica al momento del lanzamiento del TLCAN no lo contemplaron y, por ende, los efectos sobre el crecimiento económico fueron tan magros. A menos que se haga ahora, mediante una política firme de desarrollo productivo, no hay razón alguna para esperar que la puesta en marcha del TPP y la apertura de algunos nuevos mercados que ofrece a México impulse a la economía nacional al mayor dinamismo que tanto le urge. La perspectiva del desarrollo como proceso de cambio estructural resultante de la interdependencia entre, por un lado, el ritmo de expansión de la economía y su forma de inserción en los mercados internacionales y, por otro, la composición del tejido productivo y la distribución del ingreso debe estar en el centro del diseño de la política económica.
El análisis de la normativa, implicaciones y posibles impactos del TPP en el comercio y en la actividad económica de nuestro país es por demás importante, muy justificado. Ofrece oportunidades, sin duda, de mayor acceso a mercados asiáticos y a la vez abre su entrada al nuestro. Tiene consideraciones sobre diversos y muy relevantes aspectos más allá del intercambio de bienes, servicios e inversiones, con posibles sanciones comerciales por su incumplimiento en ámbitos ligados a instrumentos de políticas que pueden restringir el margen de acción de políticas para impulsar una agenda de transformación productiva para el desarrollo.
Para aprovechar las ventajas del TPP, es necesario transformar la industria manufacturera mexicana para que compita en los mercados mundiales con base en valor agregado local
Quizás el riesgo fundamental es que, una vez más, la política comercial sea vista como la palanca exclusiva de la transformación y el crecimiento; que se descuiden, una vez más, los grandes pendientes tanto en materia de inversión, pública y privada, como en materia de diseño y aplicación de una firme política de desarrollo productivo para hacer la urgente transición a una industria generadora de valor agregado, más allá de algunos avances en el diagnóstico de la complejidad de nuestra industria (SHCP, 2015). Es decir, el riesgo es que la administración siga empeñada en buscar la palanca del desarrollo prioritaria o exclusivamente en la política comercial, área importante, en efecto, pero que dista de ser la palanca del desarrollo. No lo fue con el TLCAN, no lo será ahora con el TPP. ¡Vuelta la burra al trigo!