Uno de los principales recursos naturales de México es su ubicación geográfica, lo que el embajador José Juan de Olloqui denominaba la “multigeopoliticidad” de nuestro país: puente entre América del Norte y América Latina, así como entre Europa y Asia.
Desde hace décadas, incluso desde el siglo XIX, el proyecto de unir logísticamente el Golfo de México con el océano Pacífico por la ruta más corta, a través del istmo de Tehuantepec (200 kilómetros), ha sido considerado como un posible detonador del desarrollo de una de las zonas más complejas del país. Sin embargo, los altos costos, la competencia del Canal de Panamá y varios retos sociales y ambientales han pospuesto su realización.
La administración federal entrante lo ha retomado como una de sus prioridades en materia de infraestructura, convencida de que México no puede seguir dividido en dos naciones: la conectada al mundo, con una economía más formalizada y de alto valor agregado; y la anclada en el pasado, concentradora de pobreza y con economías de bajo crecimiento y alta informalidad.
El reciente repunte en el precio de los combustibles y la saturación del Canal de Panamá renuevan la oportunidad. El proyecto de un clúster logístico multimodal podría dar a México grandes ventajas en el comercio internacional, sobre todo si incluye la agregación de valor por medio de parques industriales, y contribuiría a impulsar una nueva economía en la región.
Al clúster logístico se podrían agregar otros: agroindustrial, manufacturero, de construcción y vivienda, acuícola, minero y energético (además del ya existente gasoducto Jáltipan-Salina Cruz). Un aeropuerto en Ciudad Ixtepec, Oaxaca, así como una universidad tecnológica, incubadoras de empresas y otros centros de investigación podrían completar el proyecto.
Por lo pronto, el comercio transístmico parece revivir: después de 30 años de inactividad, entre febrero y mayo de 2018 se transportaron 19 mil toneladas de granos básicos entre Coatzacoalcos y Salina Cruz, y en febrero se recibió en este puerto el primer barco con un cargamento de trigo, luego de 10 años de inactividad.
El presidente electo ha dicho que, inicialmente, se dotará al proyecto de un presupuesto de 40 mil millones de pesos. Para algunos expertos, una posibilidad sería establecer asociaciones público-privadas que desarrollen los distintos componentes; con esta fórmula, se podrían alcanzar los 140 mil millones de pesos tan solo en una primera etapa. Gerardo Esquivel, quien será subsecretario de Egresos en Hacienda, ha mencionado la opción de atraer inversión extranjera, incluso china, para el proyecto, pero desde luego hay inversionistas de Estados Unidos y Canadá, sobre todo si se concreta el nuevo acuerdo trilateral de modernización del TLCAN, que también estarían interesados.
En efecto, el proyecto podría detonar la inversión y el empleo en esta zona prioritaria para el desarrollo armónico de México, pero este beneficio potencial por sí solo no aseguraría la viabilidad de la obra: además de los costos, es indispensable tomar en cuenta los retos ambientales y sociales.
El Istmo de Tehuantepec se sitúa en la confluencia de las zonas neártica y neotropical del continente americano, lo cual explica en gran medida la enorme biodiversidad que caracteriza a nuestro país. Hay también diversidad demográfica, con centros de población zapoteca, huave y zoque. El proyecto deberá tomar en cuenta los riesgos ambientales que puede acarrear, y pensar en formas innovadoras de incluir a las poblaciones locales, de tal forma que puedan aprovechar su potencial productivo y ampliar sus conocimientos y capacidades, en el marco de sus propias culturas y formas de organización. Esto, además de no afectar el movimiento de fauna, crucial para la conservación de la biodiversidad, que es otro de los principales activos naturales de México.
Habrá que estar atentos, también, al papel de las nuevas tecnologías y la Industria 4.0, que procede de ellas, en un proyecto como el del Istmo: por un lado, la digitalización y automatización de los procesos productivos y logísticos podrían traducirse en una baja creación de empleos; por el otro, la intensa conectividad que debería traer consigo el proyecto podría generar oportunidades para que las comunidades se incorporen a la cadena de creación de valor a lo largo de la ruta.
Aunque aún no existe un proyecto ejecutivo, la columna vertebral consistiría en modernizar y ampliar el puerto de Coatzacoalcos, construir un nuevo puerto en Salina Cruz, y rehabilitar y ampliar a cuatro vías el Ferrocarril Transístmico, además de una autopista de ocho carriles, al menos dos parques industriales, recintos fiscalizados, gasoductos y un puerto seco. La creación de una zona económica especial con su centro en Salina Cruz ofrecería ventajas fiscales y de otros tipos para las nuevas inversiones.
Uno de los elementos clave es la creación o habilitación de vías ramales que permitan el acceso al corredor desde municipios aledaños, de manera que las comunidades se incorporen a la generación de valor y adopten como suyo el proyecto; se busca un corredor que, lejos de dividir, una.
Realizar el proyecto tomará varios años y deberán revisarse distintas propuestas que incluyan los puntos de vista de expertos en diferentes materias, desde la geología, la meteorología, la antropología y la biodiversidad hasta la logística, la producción industrial de última generación y las tecnologías de la información. Las propuestas deberán acompañarse de proyectos innovadores en vivienda, desarrollo urbano y rural, educación y salud.
En cualquier caso, la apuesta de la nueva administración por el desarrollo del sur-sureste de México es acertada: el reto es atraer inversión innovadora, que aproveche tanto la tecnología más avanzada como el potencial ecológico, social y cultural de las distintas zonas para propiciar un nuevo tipo de desarrollo incluyente, sustentable y que combine las formas de vida comunitaria tradicionales con la apertura al conocimiento y al mundo.