La aparición del libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, ha sido un fenómeno inusual por su éxito de ventas y por el intenso escrutinio y debate que ha generado entre quienes lo han recibido como el redentor que viene a actualizar El Capital de Karl Marx, y quienes creen que su trabajo es una quimera.
La esencia del libro de Piketty es la creciente concentración de la riqueza desde el inicio de la revolución industrial en el siglo XVIII, tendencia interrumpida por las políticas progresistas aplicadas en muchos países a principios del siglo XX y por las subsecuentes guerras mundiales y la Gran Depresión del periodo entre guerras, que llevaron a abatir tanto la riqueza acumulada por la sociedad como su concentración.
De esta observación empírica, el autor deriva su teoría del capital y de la desigualdad en su distribución, y postula que mientras el rendimiento al capital sea mayor que la tasa de crecimiento de la economía, habrá una tendencia secular hacia una mayor concentración de la riqueza, problema que propone resolver mediante un impuesto global que la grave progresivamente, así como un impuesto al ingreso con una tasa máxima de 80 por ciento.
Incluso antes de las críticas que se han hecho a su metodología, que siembran dudas sobre la validez del trabajo, y lo improbable que es que el mundo entero adopte las políticas que propone, se habían encontrado problemas en el análisis:
1. Que la tasa de rendimiento al capital sea superior a la tasa de crecimiento de la economía no necesariamente conlleva a un deterioro en la distribución de la riqueza, pues los seres humanos no son inmortales y la mayoría dejan de acumular conforme se acerca el fin de sus vidas. Las herencias que se trasladan a la siguiente generación disminuyen la concentración al dividirse entre los herederos y pagarse los impuestos correspondientes.
2. Piketty no toma en cuenta los cambios ocurridos en los sistemas impositivos en los últimos 30 años, lo que exagera las percepciones recibidas por 10% de los causantes con mayores ingresos.
3. En sus cálculos, él ignora las transferencias del Gobierno a los ciudadanos, como cobertura médica y de seguridad social y otros pagos que se hacen a grupos de menores ingresos que mejoran notablemente la distribución.
4. El análisis no considera como riqueza sino la fracción heredable de la misma y deja de lado el capital humano, que es la forma de capital que más rápido ha aumentado, y el valor presente de las pensiones, seguros médicos y otras prestaciones proporcionadas parcial o totalmente por los empleadores, que reducen en forma tangible la disparidad distributiva.
Pero la crítica más devastadora la dio la historiadora Deirdre McCloskey, quien descubrió que Piketty en realidad no entiende cómo operan la oferta y la demanda en un mercado que funcione apropiadamente, ni el papel que juega el mecanismo de precios para crear los incentivos necesarios entre productores y consumidores.
Además, en todo este debate, nadie repara en la verdadera causa de la concentración de la riqueza y la persistencia de la pobreza: el capitalismo de compadrazgo apoyado por Gobiernos que impiden que los mercados en libertad operen bien y que una efectiva competencia acabe con rentas y utilidades monopólicas injustificables.