El retroceso de las cadenas de valor globales
La revolución tecnológica y sus grandes tendencias asociadas están marcando nuevos derroteros para el intercambio internacional de bienes y servicios, así lo refiere Erik Berglöf en este artículo escrito a principios de año, cuando la covid-19 era, aún, una vaga referencia en nuestra historia.
Por: Erik Berglöf, profesor y director del Instituto de Asuntos Internacionales en la London School of Economics and Political Science y fue economista principal en el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo.

Si bien es cierto que China se enfrenta al riesgo de permanecer a la zaga del promedio salarial que se percibe en los países desarrollados, la llamada “trampa de los ingresos medios”, también lo es que ha conseguido mitigarlo gracias al avance alcanzado en los últimos tiempos. Su ritmo de expansión productiva es dinámico, sostenido y se basa más en la innovación que el de la mayoría de países considerados como de ingresos medios. Aun así, un aspecto clave de su modelo de crecimiento, la integración de su economía a las cadenas de valor globales (CGV), enfrenta importantes desafíos, de cuya respuesta dependerá la velocidad y naturaleza del crecimiento económico en China y en el resto del mundo.

Hasta la crisis financiera de 2008, la expansión de las CGV fue muy dinámica y el flujo de bienes y servicios asociados a este arreglo productivo llegó a representar el 70% del comercio mundial. Desde entonces se observa un estancamiento del intercambio comercial ocasionado, fundamentalmente, por la reducción de la demanda china de insumos extranjeros (sustentada en una mayor producción local) y el incremento de la exportación de bienes intermedios.

Al amparo de estas tendencias, Asia, un importante proveedor de bienes intermedios a China, redujo su presencia en las CVG; Europa, en tanto, aumentó su dependencia respecto a China en detrimento de sus cadenas intrarregionales de valor; mientras que Estados Unidos absorbió una parte del aumento de las exportaciones chinas de bienes intermedios y redujo su participación en las CVG. El efecto neto de todas estas trayectorias —en palabras de Alicia García-Herrero del Centro de Investigaciones de Bruegel— es que China se ha vuelto menos dependiente del mundo, mientras que el mundo se ha vuelto más dependiente de China.


CHINA DEBE CONSTRUIR CADENAS DE SUMINISTRO PROPIAS

El destino de los cada vez más sofisticados y eficientes sistemas de producción trasfronterizos está en juego. Estos sistemas están ligados a tecnologías específicas y profundamente arraigadas; pero también constituyen ordenamientos políticos y sociales que los hacen vulnerables al conflicto geopolítico y geoeconómico. De ahí que China enfrente la necesidad de construir cadenas de suministro propias y de decidir dónde y qué producir, lo que podría conducir a un eventual repliegue de la globalización.

El viraje del modelo de crecimiento chino, de uno basado en la inversión a otro impulsado por la innovación, está en marcha. Llevar esta transición a buen puerto demandará una estrategia de innovación que favorezca el surgimiento y despegue de empresas con amplios horizontes de crecimiento y el retiro de las de menor dinamismo. Si bien es cierto que al sistema financiero chino le cuesta extender crédito a las pequeñas empresas, su problema principal radica en el soporte que da a la sobreviviencia de empresas improductivas. De ahí que se vuelva cada vez más relevante construir un entorno que permita la destrucción creativa. China necesita abandonar la promoción de “campeones” nacionales y locales, y adoptar una política industrial que flexibilice las restricciones sectoriales y mejore el clima de inversión en toda la economía.

En un ámbito más general, el cambio tecnológico acelerado supone un reto permanente para las cadenas de valor ya establecidas. La segmentación de los procesos productivos y su especialización resultante siguen nuevos derroteros alentadas por el creciente desplazamiento del intercambio de bienes por el de datos e información (esta última, estrictamente controlada por medio de estructuras corporativas multinacionales). Hoy en día, un país puede integrarse a un eslabón específico de la cadena de valor y abocarse a la producción de un componente pequeño (la caja de cambios en lugar de un automóvil, por ejemplo). Sin embargo, la robotización y la inteligencia artificial tienen un peso creciente en la localización o traslado de las empresas en diferentes partes del mundo, y China está realizando cuantiosas inversiones en estas tecnologías para tratar de incidir en la conformación futura de las cadenas mundiales de valor.

El cambio tecnológico en marcha acelerará la sustitución de empleados, carreras profesionales y ocupaciones, con el consiguiente aumento de la incertidumbre laboral. La desigualdad al interior de los países va en aumento y los actuales modelos de crecimiento refuerzan las disparidades urbanas y regionales en todo el mundo, China incluida. Los mercados laborales en las economías avanzadas y emergentes se están polarizando con la práctica desaparición de los empleos de cualificación media. Las tensiones sociales resultantes alientan el populismo, al que es preciso responder con políticas que pongan el acento en la igualdad de oportunidades y en el fortalecimiento de las redes de seguridad social.


LOS MERCADOS LABORALES EN LAS ECONOMÍAS AVANZADAS Y EMERGENTES SE ESTÁN POLARIZANDO

Sin embargo, la amenaza más inmediata a las CVG y al lugar que China ocupa en ellas proviene del gobierno del presidente estadounidense Donald Trump. Al vedar a proveedores chinos el acceso a partes sustantivas de las cadenas de valor, Estados Unidos alimenta un eventual proceso de “desacoplamiento” entre las dos más importantes potencias económicas del orbe que, a partir de la estrecha interconexión establecida hasta ahora, no puede sino ser sumamente costoso para ambos países. No se pueden exagerar los riesgos a largo plazo de un mundo así. El enfoque más constructivo para los productores chinos sería construir sus propias cadenas de valor, basadas en arquitectura abierta que favorezca la sinergia entre las empresas más eficientes y mediante esta vía, se reduzcan sus propias vulnerabilidades.

De la misma manera, el desafío unilateral de Estados Unidos a la participación china en las cadenas de valor mundiales podría constituirse en el preámbulo de un papel más activo de la potencia asiática en la conformación de un nuevo multilateralismo para el siglo XXI. La guerra comercial y tecnológica en marcha también brinda la oportunidad para que China extienda sus redes de producción en Asia (donde hoy están subdesarrolladas) y reduzca su exposición frente a Europa y a otras partes de Occidente. Tal impulso, encontraría una comprensible resistencia entre los países asiáticos que, si bien recelan de la influencia china, pueden privilegiar los intereses económicos. La cuestión, en última instancia, es determinar si China tendrá la capacidad de definir los estándares tecnológicos en Asia y las consecuencias que este hecho tendrá para el resto del mundo.

Como ocurrió en otros países que lograron sortear “la trampa de los ingresos medios”, la transformación de China en una economía basada en la innovación se enfrentará al desafío de la disrupción tecnológica. En la medida que el proceso interno de destrucción creativa se acelere, aumentarán las tensiones sociales y políticas. China no dejará de ser vulnerable a la ruptura del multilateralismo iniciada por Estados Unidos, pero lo mismo le ocurrirá al resto del mundo.

En última instancia, el gobierno chino debe entender que la tensión sinoestadounidense está enraizada en las diferencias que exhiben sus sistemas políticos. Una transformación más fluida de la economía mundial requerirá una mayor disposición de China para flexibilizar su modelo autoritario.

 

1Copyright: Project Syndicate (2020). Traducción: Esteban Flamini.