Uno de los grandes retos a que se enfrenta toda sociedad, conforme sus procesos de producción se vuelven más complejos y sofisticados, es allegarse de mano de obra calificada. Durante la Edad Media, en las distintas ciudades o burgos de los estados germánicos, los artesanos de cada rama estaban organizados en “gremios”. Los jóvenes ingresaban a un guild en calidad de aprendices, y después de una etapa de educación teórico-práctica se certificaban como artesanos especializados. En el siglo xix surgieron propiamente las escuelas vocacionales, en estados industriales como el entonces reino de Württemberg.
Esta práctica, fuertemente arraigada en la economía alemana, fue formalizada en 1969 con la Ley de Capacitación Vocacional, reformada en 2005 para actualizar y reforzar la alianza entre el Estado federal, las entidades federativas (Länders), las empresas privadas y los sindicatos. El periodo de educación dual dura entre dos y tres años y medio. Durante este tiempo, los estudiantes pasan parte de la semana en una escuela vocacional, financiada por el Gobierno, y otra parte en una empresa, adquiriendo experiencia práctica de su oficio. Al terminar, los estudiantes son certificados por una cámara industrial o de comercio, o un colegio de profesiones y oficios. Estas certificaciones están estandarizadas a nivel nacional, lo que asegura que los egresados tengan las mismas competencias, independientemente de su región de origen. Actualmente, hay 330 oficios que requieren certificación, y por medio de la cooperación entre Gobierno, empresas y sindicatos, se pueden ir creando más conforme la tecnología propicia la existencia de nuevas ocupaciones. La Cuarta Revolución Industrial, las tecnologías de información y desarrollos como el internet de las cosas, que transformarán profundamente la manufactura y algunos servicios, son el principal motor detrás de la creación de nuevas especialidades y necesidades de capacitación. Actualmente, hay más de un millón 400 mil aprendices (6% de la población ocupada); 22.5% de las empresas (más de 480 mil) recurren al sistema, entre ellas muchas pequeñas, que son mayoría en el país. Otra prueba de su utilidad es que, cada vez más, los trabajadores en activo, incluso de mediana edad, recurren a él para actualizar y renovar sus conocimientos, en lo que se conoce como capacitación educativa-vocacional continua.
Cabe señalar que en México este sistema se ha puesto en práctica desde 1993, al principio como una iniciativa de empresas automotrices alemanas, como Volkswagen y Daimler-Benz. Apoyada por la Cámara Mexicano-Alemana de Comercio e Industria (Camexa), la iniciativa contó al principio con aportaciones de recursos gubernamentales, pero a partir de 2004 estas se suspendieron, por lo que el sistema debió volverse autosustentable. Hoy, por medio de una fundación, puede acceder nuevamente a ciertos apoyos del Estado.
El programa se aplica en los estados de Nuevo León, Morelos, Guanajuato, Baja California, Puebla, Chiapas, México, San Luis Potosí y Tlaxcala. Adicionalmente, y con apoyo de la Agencia de Cooperación Alemana, se está formando un sistema de dotación de capacidades de este tipo para las industrias de energías renovables. A partir de 2009, se cuenta con un instrumento jurídico muy importante: el Acuerdo de Cooperación entre el Conalep y el Instituto de Formación y Capacitación Vocacional, que desarrollan el proyecto modelo MexMechDual para formar profesionales en mecatrónica.
Sin duda, estas acciones constituyen una de las formas de cooperación internacional con resultados más tangibles y benéficos para ambas partes. Por un lado, las empresas alemanas mejoran su flujo de personal capacitado y, por la otra, los jóvenes mexicanos que recién ingresan al mercado laboral incrementan sus competencias y posibilidades de éxito profesional, con lo que se beneficia la economía en su conjunto.
México apenas está a tiempo de aprovechar su bono demográfico, es decir, ese periodo en la historia de una nación en que cuenta con la mayor cantidad de personas en edad de incorporarse al mercado laboral, o que están en sus etapas laborales iniciales. No queda mucho tiempo: entre 2020 y 2050, México envejecerá significativamente, lo cual es al mismo tiempo una oportunidad para aprovechar a toda esa infancia y adolescencia que se sumará al mercado de trabajo. El problema es que enfrentamos enormes retos, desde la educación preescolar hasta la profesional, en materia de calidad y adecuación a las demandas de la vida laboral real.
En 2015, el promedio de edad de México era de 27 años, pero de la población entre 18 y 24, solo el 31.5% asistía a la escuela y, de acuerdo con la OCDE, 25% de los mexicanos entre 15 y 29 años no estudia ni trabaja. Mientras tanto, en la Ciudad de México, la mitad de la población carcelaria tiene entre 18 y 30 años. Estas cifras revelan la magnitud del problema que enfrentamos, y la necesidad de adoptar más extensivamente modelos educativos que, a lo largo de décadas e incluso siglos, han mostrado su efectividad, como lo indica el hecho de que Alemania es uno de los países con menor tasa de desocupación entre los jóvenes, y sus empleos son, en la gran mayoría de los casos, de calidad.
Dado que el sistema ya se ha aplicado con éxito en México, valdría la pena ampliarlo, adaptarlo a las necesidades concretas de trabajadores y empresas mexicanas, y reforzar los niveles básicos de la educación para poder dotar a los alumnos de las competencias mínimas necesarias. El hecho de que México sea el invitado de honor en la próxima Feria de Hannover, uno de los máximos foros industriales del mundo, puede ser una oportunidad idónea para formalizar y ampliar aún más este mecanismo de cooperación.