Desde hace mucho tiempo los economistas han reconocido el potencial del libre comercio para elevar el nivel de vida de las naciones. La lógica es sólida y sencilla. Un país, digamos Estados Unidos, querrá adquirir bienes de otro, China por ejemplo, si las mercancías que recibe a cambio valen más que las que entrega. Del mismo modo, China solo estará interesada en comerciar con Estados Unidos en la medida que recibe bienes más valiosos que los que envía. En pocas palabras, los países comerciarán en la medida que obtienen algo mejor. Pero ¿cómo puede ser posible que ambos países consigan la mejor parte del trato? Cuando Estados Unidos vende aviones civiles a China y le compra prendas de vestir, así como manufacturas electrónicas, ambas naciones terminan con un conjunto de bienes (aviones, prendas de vestir, electrónicos) que les reditúan un beneficio mayor al de los bienes que originalmente tenían. En este sentido, el comercio entre las naciones es similar a un amplio mercado al aire libre: cada país exhibe sus mercancías y hace intercambios mutuamente convenientes con otros países.
Sin embargo, los países no solo exportan sus excedentes, también fabrican mercancías con la intención de venderlas al exterior, y esto aumenta las ganancias del comercio. Con la certeza de que cuentan con un mercado mundial vasto, los países concentran sus recursos en la producción de aquellos bienes que fabrican mejor. Posteriormente, intercambian estos bienes por otros que se producen mejor en el extranjero. Por supuesto, no es mera coincidencia que Estados Unidos exporte aviones e importe calzado. Al ser una nación tecnológicamente avanzada y altamente capacitada, Estados Unidos puede hacer que los aviones sean mejores, más baratos y más rápidos que los fabricados en otros lugares. En la jerga económica se diría que tiene una ventaja comparativa en la producción de aviones. China, al ser un país en vías de desarrollo y con abundante dotación de trabajadores capaces, pero (aún) sin formación avanzada, tiene una ventaja comparativa en la fabricación de bienes que emplean mano de obra en forma intensiva, entre otros, ropa y calzado. De este modo, ambos países ganan con el comercio.
Esta lógica ofrece una sólida prima facie para explicar por qué los dirigentes políticos deben fomentar el libre comercio. Suprimir cuotas y aranceles, además de eliminar barreras comerciales artificiales, favorece el crecimiento nacional al reducir los precios al consumidor y al productor, y permite que los países se especialicen en lo que saben hacer mejor. El libre comercio eleva el pib de los países sin importar si tienen déficits o superávits comerciales; si se especializan en productos de alta o baja tecnología; si el comercio se realiza entre países pobres (Zimbabue y Mozambique) o entre países ricos y pobres (Estados Unidos y Bangladesh). No es una exageración decir que el comercio aumenta el pib de todas las naciones que participan de esta actividad.
Sin embargo, lo que aplica para el bienestar de un país en su conjunto, no necesariamente es válido para un grupo de ciudadanos en lo particular. Consideremos de nuevo el caso de los aviones y las prendas de vestir. Cuando Estados Unidos abrió su comercio con China, comenzó a fabricar más aviones y menos prendas de vestir. En consecuencia, el empleo aumentó en la industria aeronáutica doméstica y disminuyó en la industria nacional de la confección (en relación a lo que ocurría antes de la apertura). Si los trabajadores del sector de la confección y del de la fabricación de aviones tuvieran las mismas habilidades y, además, vivieran en una misma ciudad, los empleados despedidos del sector de las prendas de vestir podrían rápidamente contratarse en las empresas aeronáuticas y quizá con mejores salarios. ¡Todo estaría bien!
Pero hay dos razones por las que este escenario ideal no se materializa. La primera: los trabajadores no pueden cambiar de empleo sin costo alguno. Décadas de investigación económica demuestran que los empleados apartados involuntariamente de sus puestos de trabajo, especialmente en el sector de las manufactureras, experimentan una caída sustancial en sus ingresos. Estos costos de ajuste se sitúan en una media de 1.5 a casi 3 años de ganancias anuales en los siguientes 20 años. Pero las pérdidas se incrementan cuando los trabajadores son despedidos en ciclos recesivos.
La segunda razón es aún más importante. La integración comercial reestructura los mercados laborales de tal manera que puede beneficiar permanente a grupos de trabajadores con ciertas habilidades y perjudicar permanentemente a quienes poseen otro tipo de competencias. Cuando Estados Unidos se integra a países grandes y con abundante mano de obra, como es el caso de China, la parábola de los aviones y las prendas de vestir se reproduce a gran escala. Estados Unidos genera empleo en numerosos sectores que requieren mayor calificación, como la aeronáutica y la farmacéutica, así como los de la fabricación de vehículos de pasajeros, circuitos integrados y metales de alta tecnología. Al mismo tiempo, pierde plazas laborales en muchos sectores que utilizan intensivamente la mano de obra, entre otros, los de fabricación de ropa, calzado, muebles y ropa de cama, juguetes y equipo deportivo, así como los de ensamblado de productos electrónicos. La contracción agregada en la producción de los sectores intensivos en mano de obra debilita las oportunidades de empleo y de ganancias de los trabajadores que compiten de manera más directa con la fuerza laboral china, compuesta principalmente por trabajadores con educación secundaria, hombres en su mayor parte y miembros de minorías.
La expansión de la producción en los sectores que requieren mayor calificación laboral, por su parte, aumenta los ingresos reales de los trabajadores con niveles de instrucción elevados, de aquellos que diseñan y construyen los productos de alta tecnología que Estados Unidos exporta. Y este impacto diferenciado es el origen del problema. A medida que el comercio aumenta el tamaño del pastel nacional, se reduce el tamaño de la rebanada para algunos trabajadores, especialmente aquellos que no cuentan con educación universitaria.
Esta analogía también sugiere su propia solución. Si el comercio hace que el pastel sea más grande, cabe preguntarse entonces si es factible restaurar cada rebanada a su tamaño original y aun tener algo de pastel extra para compartir. Y la respuesta, enfáticamente, es sí. Dado que el pastel es más grande, es posible que cada persona tenga una porción mayor. Pero esto no sucederá sin que medie la intervención gubernamental. Si no hay redistribución activa, el comercio generará ganadores y perdedores; rebanadas de pastel más grandes y más pequeñas.
Esa es la teoría. ¿Cuál es la evidencia? Durante las tres o cuatro décadas que siguieron a la segunda posguerra, hubo pocas oportunidades para analizar los efectos redistributivos del comercio exterior. La mayoría de los bienes fluía de “norte a norte”, es decir, entre naciones con ingresos promedio relativamente similares, lo que ayudó a mitigar los efectos redistributivos del comercio. Cuando en los años ochenta la desigualdad comenzó a repuntar en Estados Unidos, los economistas renovaron su interés en estos temas. Encontraron, de manera alentadora, que el comercio no tuvo considerables efectos distributivos adversos para los trabajadores menos cualificados. El diagnóstico que prevaleció en ese momento fue que el aumento del empleo altamente cualificado y la reducción de las plazas de trabajo en las actividades intensivas en mano de obra obedecían, principalmente, a cambios tecnológicos. El comercio exterior, en el mejor de los casos, tenía un impacto redistributivo modesto.
Justo cuando el consenso alrededor de este diagnóstico se fortalecía, un cambio radical irrumpió en la escena internacional. Después de décadas de rezago económico, China emergió como una potencia exportadora y derrumbó los patrones habituales de comercio. El avance de China proporcionó la rara oportunidad de estudiar el impacto de un gran choque comercial en los mercados laborales de las economías desarrolladas y puso en entredicho buena parte de las explicaciones dominantes hasta entonces, entre otras:
• La opinión generalizada de que el comercio podía ser fuertemente redistributivo en teoría pero relativamente benigno en la práctica;
• La idea de que el ajuste comercial se produce prácticamente sin fricciones, con costos de ajuste que se difunden en las grandes agrupaciones de competencias laborares en lugar de concentrarse en aquellos trabajadores e industrias que compiten directamente con las importaciones.
Después de analizar los efectos redistributivos de los grandes choques comerciales, las investigaciones actuales encuentran que el costo a corto y mediano plazos del ajuste es relevante y debe considerarse para determinar las ganancias efectivas del libre comercio.
Lo que estos resultados significan en la práctica es que el comercio exterior no solo crea ganadores y perdedores sino, además, que las pérdidas están más concentradas de lo que los economistas habían considerado previamente. En concreto, el empleo en las fábricas textiles estadounidenses ha disminuido en casi dos tercios (de más de 700 mil a menos de 250 mil) en los últimos 20 años, ya que la producción de telas y prendas de vestir emigró a otros países en busca de menores costos laborales y de fabricación. Esta eliminación de casi medio millón de empleos en la industria textil podría parecer enorme, pero en realidad es una cantidad pequeña si se la compara con los 150 millones de puestos de trabajo que conforman el mercado laboral estadounidense. La probabilidad de que una eliminación de esta magnitud afectara sustancialmente las oportunidades de ingresos de todos los obreros del país era, más bien, limitada; pero sí representó un duro y prolongado golpe para aquellas regiones dedicadas tradicionalmente a la producción de textiles y a la confección de prendas de vestir. En 2000, la mitad de la producción estadounidense de textiles y prendas de vestir provenía de solo ocho estados del sureste del país (Alabama, Georgia, Kentucky, Misisipi, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Tennessee y Virginia) y estaba concentrada en un puñado de condados, donde las fábricas de ropa y textiles aportaban más del 15% del empleo total. En estos condados, los trabajadores dedicados a la producción de este tipo de bienes fueron los más afectados.
A partir de lo expuesto hasta aquí se pueden mencionar siete consecuencias principales:
1. El comercio internacional tiene el potencial de incrementar el pib de todas las naciones que participan en esta actividad. Los dirigentes políticos deben buscar la manera de capitalizar las oportunidades que brinda el comercio con el exterior.
2. Dado que el comercio aumenta el pastel nacional, crea una oportunidad para que cada ciudadano adquiera una rebanada un poco más grande. Nadie debe tener necesariamente una porción más pequeña.
3. En ausencia de la intervención estatal, es casi seguro que el comercio reduzca algunas rebanadas del pastel, incluso si este crece de tamaño.
4. Los beneficios del comercio suelen ser moderados a nivel individual, pero ampliamente compartidos. Importar las prendas de vestir de China en lugar de producirlas internamente, por ejemplo, redujo los precios de la ropa en todo el país —tal vez más para los consumidores que adquirieron sus prendas en los grandes almacenes de descuento. Se calcula que el conjunto de las reducciones de precios asociadas a los bienes importados, alcanzó entre uno y dos puntos porcentuales del ingreso anual de la mayoría de los hogares. Eso es significativo, pero insuficiente para cambiar la vida de las familias.
5. En contraparte, los efectos adversos del comercio están altamente concentrados en grupos de trabajadores y localidades específicas. Estas pérdidas pueden ser considerables, como se destacó en el ejemplo de la ropa. Por lo tanto, es totalmente factible que el comercio con el exterior aumente el tamaño del pastel nacional entre 1% y 2%, al tiempo que reduce algunas rebanadas individuales en alrededor de 20% o 30%.
6. Reconociendo los puntos anteriores, las autoridades deben abstenerse de afirmar que “todo el mundo gana” con el comercio. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los países ricos negociaban principalmente entre ellos, el comercio probablemente tenía costos de distribución muy modestos en los países ricos, es decir, había muchos ganadores y pocos perdedores. Pero esa época quedó atrás. En las últimas dos décadas, la integración comercial entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo, especialmente entre China y Occidente, ha producido grandes ganancias globales, pero también pérdidas económicas para los trabajadores no cualificados de los países ricos. Esos daños no han sido suficientemente compensados, ni por la reducción de los precios al consumidor (ropa más barata) ni por el conjunto muy modesto de instrumentos de política que Estados Unidos ha utilizado para ayudar a los trabajadores afectados.
7. La discusión sobre los derroteros futuros de la política comercial estadounidense ha cobrado una vehemencia inusitada, pero en gran medida es reactiva y está impregnada de fuertes reminiscencias. Mirando al futuro, el gran choque comercial de China pronto podría quedar atrás, si no es que ya lo hizo. La transición de China a una economía más orientada al mercado está avanzando y tiende a convertirse en una nación de ingresos medios. El rápido incremento de los salarios reales indica que la era de la mano de obra barata en China está a punto de concluir. En el futuro, la ventaja comparativa de China estará probablemente ligada a la fabricación de bienes más complejos que competirán con los productos de países de ingresos medios y altos como Japón, Corea del Sur, México y Estados Unidos. A falta de cualquier cambio en la estrategia estadounidense, la integración comercial será en el futuro cercano menos dramática y desgarradora de lo que lo fue en las dos décadas anteriores.
Es justo decir que el ascenso de China probablemente ha hecho más por aliviar la pobreza global y reducir la desigualdad mundial que cualquier otro evento económico ocurrido en los últimos siglos. El crecimiento económico de China ha permitido que cientos de millones de personas superen la condición de pobreza. Existen múltiples evidencias del incremento en el nivel de bienestar material de los ciudadanos chinos. Basta contemplar las siete carreteras que rodean Pekín, el chispeante paisaje de Shanghái y la multitud de fábricas dedicadas a la exportación establecidas en Guangzhou. Nada de esto existía en 1980; ahora constituyen una muestra fehaciente del éxito alcanzado por el país asiático.
El crecimiento de China generó un auge en la oferta de artículos de consumo que extendió la prosperidad económica a través de América del Sur y las regiones productoras de artículos de consumo en Asia Meridional y el Sudeste Asiático. China es ahora el socio comercial más importante de África y contribuye a estimular la demanda de energía y minerales del continente. La reciente riqueza del gigante asiático le ha permitido realizar significativas inversiones directas en África, a menudo en algunos de los países más pobres, aquellos que los inversionistas occidentales generalmente evitan.
Los políticos no deben perder de vista estas enormes contribuciones al bienestar mundial. China tiene razón al sospechar que muchos políticos estadounidenses prefieren ver a los mil millones de ciudadanos chinos enfrentarse a un estancamiento económico, que permitir que un conjunto comparativamente pequeño de trabajadores estadounidenses del sector manufacturero se enfrenten a nuevos desafíos competitivos.
Traducido con la colaboración de Viviana Silva Infante
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David Autor es profesor Ford de Economía en el Massachusetts Institute of Technology.
1 United States Department of Agriculture Economic Research Service, Output and Employment in the U.S. Textile Industry Has Stabilized, Washington, D.C., 2015.
2 United States Department of Agriculture Economic Research Service, U.S. Textile and Apparel Industries and Rural America, Washington, D.C., 2015.
3 Wenjie Chen, David Dollar y Heiwei Tang, China’s Direct Investment in China: Reality Versus Myth, The Brookings Institution, Washington, D.C., 2015.
* Versión resumida del artículo International Trade and U.S. Worker Welfare: Understanding the Cost and Benefits, Washington Center for Equitable Growth, 31 de octubre de 2016.
Traducción de Comercio Exterior.