En el imaginario popular, Escandinavia suele representarse como una región homogénea en cuanto al avanzado grado de desarrollo humano de sus sociedades, apoyadas en sistemas políticos parlamentarios (con o sin monarquía constitucional), y en los que se privilegia el diálogo civilizado y se evitan los extremos radicales. La percepción también suele incluir sus excelentes servicios públicos, financiados con impuestos ciertamente altos, pero administrados con honestidad, prudencia y pericia.
Hay buenas razones que fundamentan esta percepción, aunque quizás sería conveniente comenzar por caracterizar a los países que conforman el área. Estrictamente hablando (o por lo menos en la terminología local), solo Noruega, Suecia y Dinamarca pertenecen a esta zona histórico-geográfica, al ser los países que hablan lenguas norgermánicas mutuamente inteligibles; descendientes de la misma rama lingüística a la que también pertenece Islandia, país que se incluye, junto con Finlandia, en una definición amplia del término. Esta última nación difiere de las demás en su origen étnico y lingüístico, pues el finés, lengua materna de 89% de la población, es de origen urálico y por lo tanto es una de las cuatro únicas lenguas oficiales de la Unión Europea que no proviene de la matriz indoeuropea. Finlandia perteneció a Suecia durante seis siglos, y por ello mantiene importantes lazos culturales e institucionales con la región. De estos cinco países, tres son miembros de la Unión Europea (Suecia, Dinamarca y Finlandia) y dos no (Noruega e Islandia).
En cualquier caso, la percepción popular está justificada. En el recientemente publicado Índice de Desarrollo Humano 2019 de la ONU1, Noruega aparece en el primer lugar, seguido por Islandia (6), Suecia (8), Dinamarca (11) y Finlandia (12). En cuanto a la prueba pisa, todos están entre los 15 primeros lugares, con excepción de Islandia, que aparece en el lugar 28 entre los miembros de la ocde. En este rubro destaca Finlandia, que aparece en la tercera posición de la ocde (solo superado por Estonia y Canadá) y en el séptimo global, pues los primeros cuatro lugares están ocupados por países sinoparlantes.
El exitoso modelo educativo finlandés ha sido objeto de mucha atención por sus singulares características. La base del sistema es una red universal, gratuita y de alta calidad de centros de educación para infantes menores —a partir de los ocho meses—termina con un año de preescolar hasta los siete años, cuando los alumnos pasan a un sistema de nueve años de educación básica común obligatoria (y también gratuita), en el que las diferencias de desempeño son mucho menores que en otros países.
En las guarderías y jardines de niños, la infancia recibe una atención personalizada, basada en el respeto a la individualidad y en el fomento activo de las habilidades de comunicación interpersonal, socialización, de escucha y de empatía hacia los demás. Esta última característica es muy importante, pues educa a los niños en el cuidado de los demás, en la atención a sus necesidades y sentimientos, y en la apertura hacia otras culturas, ideas y formas de vida.
Los otros países de la región comparten este empeño en el desarrollo humano desde la primera edad. En Noruega, por ejemplo, los niños de primer grado pasan la mayor parte del tiempo en juegos educativos con un fuerte componente de interacción social, así como recibiendo las bases de la aritmética y las lenguas noruega e inglesa. A partir del segundo grado se inician en las ciencias, la música y la estética. Además, la educación religiosa no se centra en una sola creencia, sino en la historia y premisas básicas de las principales religiones del mundo.
Hasta antes de la universidad, las escuelas son financiadas y administradas por los gobiernos municipales, con respeto a las decisiones locales que no contravengan la política nacional. Aunque hay algunas —muy pocas— escuelas privadas (casi todas de orientación religiosa), el cobro de colegiaturas está prohibido, así como la selectividad en la admisión. Estas escuelas reciben un subsidio similar al de las públicas y deben seguir los mismos parámetros de aceptación y otorgar los mismos beneficios sociales. Todos los profesores están sindicalizados y cuentan con un amplio margen de independencia en la selección de métodos educativos, e incluso pueden elegir libremente los libros de texto. Al igual que en otros países de la región, cuyo sistema es similar, al final de la preparatoria no hay examen para quien no vaya a continuar a la universidad.
Suecia fue uno de los primeros países del mundo en introducir el sistema de vouchers (1992). Cualquiera puede establecer una escuela privada, que recibe el mismo subsidio que las públicas. Todas las escuelas otorgan gratuitamente la comida del mediodía y muchas añaden el desayuno.
Dado el amplio financiamiento público, la cobertura universal de calidad y el interés en el desarrollo profesional de los maestros y en la promoción de la educación emocional y social, no es de extrañarse que los países de Escandinavia disfruten de altos niveles de calidad de vida. Son, sin duda, ejemplos que vale la pena estudiar.
1 Informe sobre Desarrollo Humano 2019, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo http://hdr.undp.org/sites/default/files/hdr_2019_overview_-_spanish.pdf