Desde su entrada en vigor, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha sido el arquetipo de los acuerdos de libre comercio.* Al menos en términos de operación, ha sido el mecanismo de su tipo más exitoso: todo un triunfo en los rubros de comercio e inversión a nivel trilateral y frente al resto del mundo.
Sin embargo, ciertas variables no se han movido ni con la rapidez ni con la profundidad requerida, y así, perduran los bajos niveles de ahorro interno, un insuficiente nivel de crédito a las actividades productivas y la baja inversión. Hablamos de niveles muy bajos, sobre todo si se les compara con los registrados en ciertos países asiáticos, China principalmente.
Más aún, se acentuaron las desigualdades internas en los tres países de Norteamérica, disminuyó la productividad total de los factores y el gasto público destinado a fomentar el desarrollo y la investigación fue muy bajo. La clase media se empezó a debilitar, sometida a fuertes presiones dentro de entornos de pobreza extrema o casi extrema en las áreas rurales y en los bolsones marginados de los grandes centros urbanos.
Aunque el deterioro se observa en indicadores no vinculados necesariamente a objetivos plasmados en la versión original del TLCAN, es evidente que la ausencia de políticas públicas correctivas, tanto en el ámbito nacional como en el regional, contribuyó a exacerbar las desigualdades socioeconómicas existentes en los tres países.
En México, el Gobierno de Peña Nieto ha buscado introducir un frente amplio de reformas estructurales que estarían destinadas a aumentar el crecimiento y la productividad. Desafortunadamente, la larga recesión global, así como una serie de fenómenos sociopolíticos coyunturales que son producto de la desigualdad y la crisis interna —debida a su vez a la global— han vuelto insuficientes esos esfuerzos.
En el ámbito de las relaciones regionales, las reuniones recientes entre los líderes de los países del TLCAN no han logrado avanzar hacia una nueva era de mayor y mejor integración del mercado norteamericano. El tiempo perdido y los recursos empleados en las negociaciones del Tratado de Asociación Transpacífico, hicieron que la realidad nos alcanzara.
Se dejaron pasar, por ejemplo, las grandes oportunidades que brinda la revolución energética y las nuevas tecnologías relacionadas con la explotación en aguas profundas y la extracción de gas de lutitas (o shale gas), así como las vinculadas a la recuperación secundaria de hidrocarburos, incluyendo la de arenas bituminosas.
La extrema cautela política también se manifiesta en la decisión de mantener artificialmente tres mercados laborales diferentes que, si bien nacen de situaciones estructurales y demográficas particulares, pueden integrarse en forma progresiva mediante la aplicación de medidas correctivas y acciones decisivas.
Ante este panorama y dado el tiempo que se ha perdido, no hay que actuar precipitadamente. Al contrario, terminada la renegociación y ante la perspectiva de que se oficialice el nuevo TLCAN 2.0, debemos estar listos para reaccionar estratégicamente ante las oportunidades que brinda el momentum que se alcanzará tras la conclusión de esta cumbre regional.
Habrá que ir definiendo —de aquí a los primeros meses de 2019— los pasos a seguir para estructurar una posición proactiva, progresista y de fuerza frente a otras regiones, como China, Rusia y Europa. Tendrá que ser una posición firme, con visión, principios a respetar, definiciones concretas y una ruta de trabajo sobre temas amplios. Para una segunda etapa, se dejarían los acuerdos sobre tópicos más específicos, cuya instrumentación estaría sujeta a calendarios creíbles y etapas que reconozcan el entorno global que vivimos.
Se requiere de compromiso político al más alto nivel y de la visión estratégica de los tres Gobiernos para construir y alcanzar una región norteamericana dinámica y competitiva hacia adentro, basada simultáneamente en la búsqueda y obtención de una mayor fuerza de negociación hacia afuera, de tal manera que pueda enfrentar competitivamente a otras fuerzas regionales en Asia y Europa; al tiempo que distribuya de manera más equitativa entre la población los beneficios económicos derivados de la integración.
Además, México debería asegurarse —quizás mediante un acuerdo formal y por escrito— que en los tres países el fortalecimiento de la integración norteamericana, vía el TLCAN 2.0, tenga prelación sobre los demás acuerdos comerciales con Asia, Europa y otras regiones. En palabras llanas, que no se privilegie el CPTPP o un eventual acuerdo con Reino Unido, en detrimento del nuevo proceso trilateral norteamericano.
A fin de alcanzar una región norteamericana más dinámica y competitiva hacia adentro y hacia afuera, ¿en qué campos podríamos trabajar juntos los tres países?
Primero, hay que establecer las bases de una política energética de convergencia en la región norteamericana. Empezar con la elaboración de un análisis de perspectiva o outlook que evalúe la capacidad existente de interconexión, mediante la identificación y evaluación de las mejores prácticas en interconexiones eléctricas, de gasoductos y de oleoductos; revisar el avance tecnológico real en operaciones de energía renovable y no renovable (incluyendo la energía nuclear segura), así como el resultado de la aplicación de los estándares de responsabilidad social y ambiental en exploración y producción de hidrocarburos, en campos de energía renovable y en instalaciones de energía nuclear segura. Lo anterior deberá ser la base para diseñar y construir una red de distribución de electricidad, hidrocarburos y energía proveniente de fuentes renovables. Una red que, a su vez, sirva de instrumento principal para el funcionamiento del mercado común norteamericano de energía.
Debemos aprovechar la revolución energética para estimular el resurgimiento de las industrias intensivas en energía, fortaleciendo cadenas de valor exitosas, como la automotriz y la aeroespacial, para darles ventaja sobre las de otras regiones del mundo.
En otro campo, precisamos una alianza trilateral en infraestructura, que parta de una evaluación precisa de capacidades y requerimientos. Se deberán estudiar las necesidades de vías férreas, puertos marítimos, aeropuertos, caminos y puentes fronterizos. El propósito es convertir estos activos en detonadores no solo de inversión y empleo, que tanta falta hacen en esta larga recesión, sino también del movimiento ordenado del factor laboral, que se traduciría en una reducción de costos gracias a la cercanía entre los centros de proveeduría y los centros de producción regionales.
Un reforzamiento efectivo de la energía y la infraestructura regional, además de vigorizar las tres economías, serviría para mejorar los corredores logísticos y centros de producción y distribución existentes, y para crear otros.
Tenemos que trabajar conjuntamente en una región más conectada, donde las fronteras no sean obstáculos para el intercambio de bienes, servicios y capitales, sino más bien lo promuevan. Urge establecer una comisión fronteriza trilateral, algo que no consiguieron los gobiernos de la región en los últimos años. Hoy existen todavía dos comisiones fronterizas reguladoras: una, MéxicoEstados Unidos; otra, Estados UnidosCanadá.
Pero el potencial de un proyecto que trascienda el TLCAN 2.0 es aún mayor. Solo hay que imaginar lo que se conseguiría si los tres gobiernos se comprometen a ampliar los recursos financieros y las facilidades para utilizarlos en el desarrollo de la región, mediante los bancos de comercio exterior y de infraestructura de cada nación. La banca de desarrollo, además, debe contar con la cooperación de la banca privada y respetar el mandato de distribuir más rápido y de forma más sencilla los recursos entre empresas pequeñas y medianas que trabajen en energía, infraestructura y comercio exterior regional. La incorporación de Canadá al Nadbank, en el que ahora solo participan Estados Unidos y México, sería un ges to inmediato que detonaría ese proceso.
Cabe considerar también la movilidad de personas. Se requiere una reforma migratoria regional acorde con las obligaciones y los derechos reconocidos trilateralmente, y cuyo fin sea aprovechar las diferentes estructuras demográficas de los países miembros para unificar gradualmente los mercados laborales, que ahora son ineficientes.
Se puede empezar con ciertos sectores y avanzar, en una segunda etapa, a la unificación laboral hemisférica. Hay que ir más allá de los programas temporales que hoy existen solo para trabajadores agrícolas. Por ejemplo, en energía e infraestructura —o en servicios de salud—, podemos complementarnos vía la libre movilidad de personas certificadas de acuerdo a estándares pactados trilateralmente. Durante los trabajos conducentes a estos fines, es muy importante acordar el reconocimiento trilateral de los certificados técnicos y títulos profesionales, empezando, otra vez, en sectores prioritarios y en campos donde los tres países ya puede delinear estándares comunes.
En suma, necesitamos que las concesiones que hacen y los beneficios que reciben los países de la región encuentren un nuevo equilibrio en el marco de un TLCAN mejorado. Esto a partir de una visión de integración más amplia y tendiente a beneficiar a grupos más amplios de población.
México puede convertir una situación aparentemente perversa en una oportunidad histórica, encabezando un nuevo trilateralismo norteamericano que alcance metas concretas, tal como se logro en el ámbito del comercio y la inversión. Nuestro país podría ser el que más aproveche el nuevo acuerdo trilateral, tal como lo hizo, relativamente hablando, en los últimos 20 años con el TLCAN.
A manera de conclusión
Los países se construyen a partir de las ideas que generan las universidades, y los centros de investigación y opinión. Ideas que luego son aprovechadas por empresarios nacionales e internacionales, que comprometen sus recursos cuando encuentran un entorno propicio para los negocios y, más aún, cuando están bajo el amparo de tratados internacionales que ofrecen marcos legales adecuados y un menor riesgo para sus inversiones y los empleos que generan. En el futuro, esto sucederá si, y solo si, funcionarios públicos, empresarios, trabajadores, académicos y el resto de la sociedad civil suman esfuerzos para asegurarse que los beneficios del libre comercio se distribuyan equitativamente entre toda la población. Este es el reto más grande que enfrentaremos los tres países en los próximos años.
*Maestro en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Texas, en Austin. Ha desempeñado diversos cargos en el sector público y privado. Entre otros, Director General de Promoción Internacional de Negocios, y Director de Proyectos y Relaciones Institucionales del Grupo Pulsar.
* Me tomaré la libertad de usar indistintamente los vocablos tratado y acuerdo.