La globalización y el libre comercio parecen replegarse en medio de reiterados cuestionamientos a la forma como se distribuyen sus beneficios. ¿Se trata de algo temporal o de un auténtico cambio de época?
Hay una discusión amplia alrededor de estas cuestiones. En primer lugar, parecería que hay ciclos históricos que dejan lecciones. En la década de los treinta, por ejemplo, la profunda cerrazón con que reaccionaron las naciones a la Gran Depresión de 1929 no solo agravó la crisis, sino que propició el ascenso de los totalitarismos que, a la postre, desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. La estructura institucional y productiva construida al finalizar este conflicto bélico dio paso a décadas de crecimiento sostenido, pero entró en crisis con la Gran Recesión de 2008-2009. Esta vez los gobiernos no cerraron inmediatamente sus fronteras; sin embargo, con el paso de los años se fue extendiendo la percepción de que los modelos asiáticos, el chino en particular, eran una alternativa a la apertura más amplia de las naciones occidentales. Este modelo otorga al Estado mayor participación en la economía y le reserva un papel central en la promoción selectiva y planificada del crecimiento.
En el centro del debate contemporáneo está la idea de que, si bien de manera agregada la globalización ha beneficiado a la humanidad, lo ha hecho con un aumento muy notorio de la desigualdad. Es muy probable que en estas brechas distributivas esté la explicación del triunfo de Donald Trump y del Brexit. Estamos, quizá, en la antesala de una nueva época en la que, estados fuertes con gobiernos populistas, se disputarán la supremacía mundial en un entorno de fronteras menos abiertas. En este escenario se enmarca la guerra comercial entre China y Estados Unidos; la nación oriental parece ir en busca de la vanguardia tecnológica, algo que el país norteamericano ve como una amenaza potencial a su seguridad nacional. En medio de esta disputa, se acusa a China del uso de prácticas anticompetitivas, incluidas aquí la violación a los derechos de propiedad intelectual.
La dinámica productiva y comercial global parece organizarse, cada vez más, en bloques regionales. ¿Qué futuro les espera a organismos multilaterales como la OMC?
De entrada, se enfrenta a una eventual pérdida de protagonismo. Por un lado, en Estados Unidos está resurgiendo el “poder duro” como respuesta al modelo de apertura y provisión de bienes públicos que prevaleció anteriormente. Hay que recordar el apoyo que brindó Estados Unidos a Japón y Corea para cerrarle el paso a la China comunista en los años ochenta. Entre muchos otros factores, este apoyo ensanchó el déficit comercial de Estados Unidos. Para hacer frente a la inconformidad de quienes consideraban que esta estrategia alentaba una apertura excesiva, se optó por un proteccionismo selectivo que, en buena medida, también practicaban los propios países asiáticos. El enfrentamiento entre Estados Unidos y China, nos recuerda a muchos al que la potencia norteamericana sostuvo con Japón, país al que, por cierto, también acusó de piratería y otras prácticas desleales.
A la caída del bloque soviético, en los años noventa, le siguió una nueva ronda de apertura comercial en la que, una corriente democratizadora en América Latina, alentó la incorporación de los distintos países de la región, primero al GATT y luego a la OMC. China también se adhirió a este organismo multilateral a comienzos del presente siglo. Como ya mencioné, la crisis de 2009 frenó este ciclo de apertura y es legítimo preguntarnos hasta qué punto esta nueva etapa se parece a la de los años ochenta.
Hoy en día, Europa y países como Australia, Canadá, México, Nueva Zelanda, entre otros, se pronuncian repetidamente por el fortalecimiento de la OMC. A Estados Unidos no le entusiasma la idea, pues piensa que algunas potencias emergentes reciben importantes beneficios de la apertura comercial sin asumir compromisos equivalentes. Parece haber, pues, un conflicto cíclico entre la apertura y el proteccionismo. Por lo pronto, no se ve en el horizonte que países como China y la India estén dispuestos a asumir las responsabilidades que les corresponden en función de su nuevo estadio de desarrollo y de dos de los principios torales de la OMC, a saber: la no discriminación y la reciprocidad. China, por su parte, está promoviendo su propia estrategia con la iniciativa “Un cinturón, un camino”, que pretende conformar un bloque económico sustentado en su propio modelo centralizado y jerárquico.
GUSTAVO VEGA CÁNOVAS
El TLCAN tuvo un papel destacado en la conformación de grandes bloques regionales. ¿Cuál es su opinión de ese acuerdo y de su impacto en las economías de Norteamérica?
Dado que la Ronda Uruguay del GATT no avanzaba, Estados Unidos buscó conformar su propio modelo regional (como lo había hecho la Unión Europea). Canadá fue su primer aliado natural en este propósito, tanto por su estrecha vinculación comercial con el mercado estadounidense, como por su acuerdo especial en el rubro automotor. En México, la crisis de los años ochenta generó la percepción de que era necesario integrarse a la economía internacional para dinamizar el crecimiento de la economía. Hubo un primer acercamiento con la Unión Europea que fue rechazado; en su lugar, se ofreció la idea del TLCAN. Aunque hubo un intenso debate sobre la capacidad de México para competir en el mercado norteamericano, finalmente el tratado se concretó; fue muy novedoso, por ejemplo, en el capítulo del sector agropecuario o en el de protección a la inversión extranjera. Por su parte, en Estados Unidos había preocupación por una posible competencia desleal de México en rubros como el laboral y el ambiental, misma que se zanjó con la firma de los acuerdos paralelos.
El TLCAN se convirtió en un modelo para otros acuerdos negociados por Estados Unidos; además, incluía temas ausentes en la Ronda Uruguay, como los servicios y la propiedad intelectual, que países como la India o Brasil se rehusaban a aceptar. En este y otros temas, el TLCAN puede considerarse todavía un modelo a seguir. Fue, en general, un acuerdo exitoso. A México en particular, le colocó en la senda de una profunda transformación económica que, al paso de los años, le permitió convertirse en una potencia manufacturera y exportadora. El Tratado fue fundamental para superar rápidamente la crisis mexicana de 1995 y representó una solución regional a la crisis asiática de 1997. Sin embargo, existe también la percepción de que quedó a deber. Se le ha querido culpar de problemas ajenos al acuerdo, cuando en realidad no se acompañó de políticas públicas que promovieran la educación, la infraestructura y el desarrollo de las regiones del sur del país.
En su opinión, ¿cuáles fueron las causas que llevaron al presidente Trump a promover la renegociación del TLCAN?
Trump llegó a la presidencia convencido de que lo que consideraba fallas de la anterior política comercial, eran las responsables del enorme déficit comercial; de la pérdida de puestos de trabajo, principalmente en actividades intensivas en mano de obra, y del menor dinamismo de la expansión económica. No estaba solo en estas preocupaciones. Los demócratas tenían las suyas, entre otras las antiguas quejas de que México atraía inversión basado en políticas ambientales y laborales laxas. ¿Cuál fue la diferencia en las campañas electorales? Trump sí vio una oportunidad en este tema, mientras que los demócratas no hicieron una lectura adecuada.
¿Cree que Trump logró sus objetivos?
Él piensa que sí. Por ejemplo, calcula con cierta razón, que México no podrá cumplir con la nueva regla salarial del sector automotor. A partir de dicho cálculo, confía que las inversiones regresarán a Estados Unidos. Sin embargo, organismos como la Comisión de Comercio Internacional (ITC, por sus siglas en inglés) prevén que esto no ocurrirá: en lugar de que regresen los puestos de trabajo, se incrementarán las importaciones estadounidenses de automóviles pues, con la excepción de algunos modelos, los aranceles son muy bajos. En todo caso, una mayor producción doméstica se traducirá en precios más altos para el consumidor.
Lo que Trump sí logró fue insertar la cláusula que prohíbe a los miembros del T-MEC negociar por separado un acuerdo de libre comercio con economías de no mercado. Lo cual, para efectos prácticos, es una prohibición para que México o Canadá negocien un acuerdo de libre comercio con China. A cambio, México y Canadá están exentos de la aplicación de la regla 232 de la Ley de Expansión del Comercio, que confiere atribuciones al presidente para imponer aranceles extraordinarios a los productos automotrices por consideraciones de interés nacional.
¿Cómo evalúa esta renegociación, en especial para México? ¿En qué nos beneficia y en qué nos perjudica?
El principal beneficio es que mantiene el acceso al mercado norteamericano. El T-MEC, en esencia, es un acuerdo que ratifica la estructura fundamental del TLCAN. El éxito de los negociadores mexicanos y canadienses, fue preservar en el T-MEC los avances alcanzados en materia de apertura y acceso a los mercados. Además, en el caso de la agricultura, un sector clave, se refuerza y alienta el intercambio comercial al garantizar el acceso a productos basados en nuevas tecnologías. El capítulo de servicios financieros, por su parte, amplía la cobertura y garantiza prácticamente las mismas condiciones de acceso a las distintas modalidades de servicios financieros entre México y Estados Unidos. También se acordó la renovación y ampliación del acuerdo original en temas como comercio digital, ciberseguridad, facilitación de comercio, transparencia y prácticas regulatorias, empresas propiedad del Estado, medioambiente, pequeñas y medianas empresas, competencia, anticorrupción, solución de controversias y administración del tipo de cambio.
Asimismo, México logró desactivar las propuestas más peligrosas, como la estacionalidad para las exportaciones agropecuarias. Casi todo quedó igual y se logró eliminar la incertidumbre. Por otra parte, Trump puede vender el T-MEC a su electorado como un triunfo de su país. No es un hecho menor, que la apertura comercial con México cuente ahora con mayor respaldo en Estados Unidos. El balance final es positivo. De lado de los costos, creo que se concentran en el sector automotriz y en el ámbito laboral. Todo indica que las nuevas disposiciones para el sector automotor incrementarán los costos de producción de los automóviles y camiones en América del Norte. En cuanto al ámbito laboral, México aceptó nuevas disposiciones y mecanismos para asegurar que el gobierno y las empresas mexicanas cumplan con los compromisos adquiridos en el capítulo laboral del T-MEC. De especial preocupación es aquella que modifica la forma de probar la violación al acuerdo laboral al establecer que, ante la presentación de una queja, se partirá de la presunción de que el comercio o la inversión de la parte denunciante ha sido afectado a menos que el acusado demuestre lo contrario. Esta provisión podría incrementar el número de litigios sobre violaciones a los estándares laborales en las empresas o los centros de trabajo de los sectores manufacturero, de servicios o agropecuario de México. Si llegara a utilizarse de manera maliciosa, podría desincentivar la inversión en nuestro país. Cabe reconocer, sin embargo, que México incluyó una provisión en contra de demandas frívolas o notoriamente improcedentes.
¿Cómo ha influido la guerra comercial entre Estados Unidos y China en todo este proceso?
La cláusula que impide acuerdos comerciales por separado con China responde, precisamente, a la percepción del gobierno de Estados Unidos de que la irrupción de insumos chinos en muchas manufacturas mexicanas viola las reglas de origen. Se busca evitar este efecto y otros que podrán derivarse de acuerdos por separado. Hasta ahora México se ha beneficiado de esta guerra ocupando el espacio que han cedido las importaciones chinas por la mayor carga arancelaria impuesta por el gobierno estadounidense. En este sentido, México aparece como un contrincante más de China en la batalla por el mercado estadounidense. Si bien es cierto que la cláusula que restringe la firma de acuerdos de libre comercio con “economía de no mercado” limita nuestra relación futura con el gigante asiático, la verdad es que nunca hemos contemplado firmar un tratado de esa índole. El T-MEC, por cierto, no nos impide establecer con China acuerdos de cooperación menos ambiciosos, pero apropiados para capitalizar las complementariedades existentes entre ambos países.
¿Qué podemos esperar de la globalización durante las próximas décadas?
Con todo y el coronavirus, espero que el mundo comprenda que la cerrazón no es la solución a los problemas.