La innovación y la tecnología, nuestra salvación.
En un entorno internacional donde el trabajo y el capital se tornan abundantes y escasean las ideas creativas, México tiene el reto de convertirse en un país innovador. Es lo único que nos va a salvar, afirma José Ramón López-Portillo Romano en entrevista con Comercio Exterior. Autor de La gran transición: Retos y oportunidades del cambio tecnológico exponencial (Fondo de Cultura Económica, 2018) y doctor en Ciencia Política y Pensamiento Económico por la Universidad de Oxford, advierte: el TLCANha sido y es fundamental, pero debe ser solo un trampolín para escalar nuestro modelo de desarrollo hacia uno digitalizado y adaptable a las tecnologías exponenciales.
Por: Ariel Ruiz Mondragón

¿Cuáles son las principales características de la gran transición?

En décadas recientes hemos experimentado un cambio gradual tanto científico como tecnológico. Hace poco más de 10 años, aparecieron los iPhones e internet se volvió una pieza fundamental de nuestras vidas. Con la conectividad y la innovación, hemos entrado en una época distinta que podríamos calificar como altamente transformadora.

La característica principal de esta época es el cambio acelerado en las grandes tecnologías de propósito general, como la computación, la conectividad, el autoaprendizaje de las máquinas, la robótica, etcétera.

Nunca antes dispusimos de instrumentos que, además de sustituir nuestras habilidades físicas, lo hicieran con las cognitivas. Mientras más interactuamos con las máquinas, más aprenden de lo que somos y eventualmente pueden reemplazarnos en actividades antes reservadas a los seres humanos.

En mi libro, recopilo trabajos de especialistas que hablan de las tecnologías que vienen y su posible impacto en la sociedad, la economía, la cultura, la política, la ética y la moral. Su propósito es concientizar a nuestros líderes y al público en general sobre la trascendencia del cambio tecnológico, y buscar respuestas para capitalizar sus oportunidades y superar sus desafíos.

 

En el libro usted habla de dos globalizaciones, “la vieja” y “la nueva”. ¿Qué las distingue?

Cuando la globalización empezó, lo primero que hizo fue abrir el sector laboral de los países desarrollados a la competencia internacional. Al caer las barreras del proteccionismo y de los nacionalismos, los salarios de los trabajadores industriales fueron expuestos a la competencia de los de otros países en los que se podía hacer lo mismo pero a un costo menor. Esa globalización se puede pensar como el desmantelamiento de la fortaleza del sector laboral en los países desarrollados, lo que repercutió en los países intermedios que intentaron mantener sus ventajas comparativas.

La vieja globalización también favoreció al capital en detrimento del trabajo y propició una creciente concentración de riqueza cada vez en menos manos, simplemente por las ventajas comparativas que erigieron las grandes empresas multinacionales.

Lo anterior dio pie a una nueva etapa en la que las nuevas tecnologías reducen los costos de producción y amplían la oferta de servicios a nivel internacional. Las cadenas de valor se han transformado porque el contenido que puede aportar en ellas la mano de obra barata ahora es menor y, en cambio, aumenta la preparación y la evaluación inteligente en las distintas fases del proceso productivo, desde el diseño de la manufactura hasta la venta de productos y servicios. ¿Cómo? Mediante la digitalización y el uso de sistemas inteligentes de análisis y de diseño de productos. Además, la retroalimentación durante el proceso de venta ha permitido que se agregue valor, lo que ha hecho que, en proporción, el valor agregado del trabajo y de los recursos naturales baratos se vaya reduciendo. Esa es la nueva globalización.

 

 

Comenta usted que la economía política necesita un cambio de paradigma.

Sin estar suficientemente preparado, México enfrenta el embate de las fuerzas tecnológicas y de sus efectos sobre los flujos comerciales y financieros. Pretendemos seguir compitiendo amparados en la ventaja de la mano de obra, los recursos baratos y la apertura a la inversión extranjera.

Pero el país debe tomar una postura muy distinta, que ya se delineó en los últimos años mediante la política de ciencia y tecnología, mucho más orientada a la innovación. México se ha convertido en un líder internacional en la promoción del estudio de las tecnologías exponenciales: en Naciones Unidas, logró que se aprobara una resolución sobre el impacto del cambio tecnológico acelerado como parte de los objetivos de desarrollo sostenible.

Debemos pensar en un México distinto y en el que el modelo de desarrollo reincorpore la función del Estado. En Francia, Reino Unido, China y Estados Unidos hay enormes burocracias, poderes legislativos y jueces con papeles primordiales en la conducción de los asuntos nacionales.

Al Estado corresponde salvaguardar el interés nacional, que ahora debe enfocarse a resolver problemas de justicia social, desigualdad y polarización geoeconómica. Lo tiene que hacer sin interferir en el mecanismo de precios del mercado, generando la infraestructura y las condiciones para la innovación.

México se tiene que convertir en un país innovador y con altas capacidades tecnológicas. Es lo único que nos va a salvar. Se están volviendo muy abundantes el trabajo y el capital, y escasas las ideas creativas. Quienes las generen y las conviertan en innovaciones prácticas son los que van a tener éxito. Lo están haciendo los países desarrollados. ¿Nos vamos a quedar atrás?

 

“México se tiene que convertir en un país innovador y con altas capacidades tecnológicas. Es lo único que nos va a salvar.”

 

Usted plantea que la inteligencia artificial y la digitalización ubicua están cambiando los modelos empresariales. ¿Hacia dónde van?

La digitalización es la fuerza más creativa que ha encontrado la humanidad porque, unida a la conectividad, optimiza y abarata la programación, la manufactura y la evaluación de los resultados de lo que se vende. Permite también algo que nunca se había logrado: reducir los costos marginales hasta aproximarlos a cero. Internet, la conectividad y la colaboración entre personas pueden llevar a procesos creativos cada vez más eficientes, y los productos pueden valer cada vez menos porque es posible reproducirlos indefinidamente prácticamente sin costo marginal.

Otra parte es la acumulación de información, bancos de datos que son terreno fértil para la inteligencia artificial. Hay algoritmos que permiten extraer de esa información tanto tendencias generales como patrones coincidentes, y dar seguimiento a resultados que son útiles para la toma de decisiones óptimas y para tener la información más efectiva del mercado.

La inteligencia artificial mejora la eficiencia en la toma de decisiones empresariales y en los procesos del Estado. Vamos hacia una optimización de las decisiones y una reducción constante de los costos marginales en sistemas y procedimientos relacionados con las nuevas tecnologías. Eso es lo que hacen la digitalización y la inteligencia artificial.

En un mundo así, de enorme eficiencia, solamente los que se atrevan a dar los saltos innovadores en sus empresas van a sobrevivir. En la medida en que el activo más importante y más escaso, que es el creativo, se concentre en menos manos, igualmente lo harán el poder económico y la toma de decisiones.

 

Usted afirma que la ausencia de una política tecnológica e industrial es la peor receta para la supervivencia de las economías. ¿Cómo describe la situación en México?

Hay varios que nos han rebasado porque siguieron una pauta de liberalismo económico distinto, como Corea del Sur, Singapur, Hong Kong, China e India.

En México, debemos destacar tanto el aumento del presupuesto como la orientación de la investigación y el desarrollo tecnológico —aunque la Ley de Ciencia y Tecnología dice que el país debería dedicar cuando menos 1% del PIB a investigación y desarrollo (ID), no ha llegado ni siquiera al 0.55%—. Brasil dedica a esta actividad aproximadamente 1.4% del PIB; Corea, 4%; Japón, 2.5%. Israel es el país que invierte el porcentaje mayor.

Aquellos países que han dedicado más a la innovación han crecido más rápido. Pero no toda la innovación lleva a los mismos resultados, no basta con aumentar el porcentaje de inversión para conseguir un resultado satisfactorio. Los recursos tienen que orientarse y, sobre todo, distribuirse horizontalmente. Por ejemplo: en las décadas de los setenta, ochenta e incluso noventa, Japón dedicó aproximadamente 2.5% de su PIB a la ID; la Unión Soviética le dedicó 4%, pero creció tres veces menos que Japón. ¿Por qué? Su innovación era distinta y no fue socializada, no cruzó horizontalmente, se concentró en ciertos sectores (como el de armamento) y no se difundió hacia otros productos.

Sin un mercado y sin una iniciativa privada ágil, activa y fuerte, fortalecida por las instituciones y la infraestructura del Estado, no va a pasar este milagro. México tiene que dedicarle mucho más de su PIB a la ID, pero orientándolo cualitativamente.

 

¿Por dónde empezar?

Como en la gran mayoría de los países en desarrollo y de desarrollo intermedio, las nuevas tecnologías suelen venir de fuera, es poco probable que las podamos generar internamente, por tanto tenemos que absorberlas, adaptarlas y utilizarlas para resolver nuestros problemas.

Se dice fácil, pero cuando nos enfrentamos con el iPhone, ¿qué vamos a hacer? Lo podemos utilizar en el país con propósitos innovadores: conectar a los agricultores para que puedan hacer mejor su trabajo, adaptar los sistemas para una mejor educación. Es así como hay que actuar: no descubriendo el hilo negro sino adaptándolo a nuestras necesidades. Ese es el esfuerzo innovador al que me refiero.

 

 

Ante la caída de los costos marginales, la contracción de las cadenas de valor y de transporte, e incluso la desaparición de intermediarios, ¿cómo evolucionarán los flujos de comercio e inversión?

Lo primero que debe pasar en esta sociedad es la digitalización de la economía entera y, sobre todo, del Estado. Tenemos que hacerlo inteligentemente porque no se trata de traducir los mecanismos tradicionales a un sistema electrónico, sino de hacerlo de manera que aumente la productividad cuantificada.

Añadir valor en el comercio internacional implica agregarlo en los dos extremos: tanto en la formulación de nuestros procesos de diseño y la elaboración de los programas de servicio, como en el conocimiento del consumidor y la creciente satisfacción de sus necesidades.

Hay otro tema fundamental: la educación y capacitación para aprovechar mejor la digitalización y la inteligencia artificial. Debemos lograr que todos los mexicanos tengan las habilidades necesarias para el uso de sistemas digitales, como teléfonos celulares, computadoras, internet, etcétera. Este es un esfuerzo grande que puede hacer el país, y allí está el valor agregado que más aportaría a nuestro comercio internacional.

Lo que el mundo está pidiendo no son cosas sino experiencias. ¿Qué puede ofrecer México? Somos el país con la mayor diversidad cultural del mundo. La manufactura ha sido muy importante, pero hay que preguntarse qué tanto vamos a poder seguir dependiendo de ella en el futuro. La industria automotriz y de autopartes representa, quizá, la parte más activa de nuestro esfuerzo de exportación. Pero si la automatización ocurre y los costos operativos de los robots disminuyen hasta situarse por debajo de los de la mano de obra mexicana, podemos sufrir lo que muchos economistas llaman desindustrialización súbita, resultado de la decisión de repatriar sus plantas productivas que toman los inversionistas foráneos para integrarlas a una constelación de pequeñas unidades completamente automatizadas y mucho más eficientes, orientadas y flexibles.

 

“La característica principal de esta época es el cambio acelerado en las grandes tecnologías de propósito general, como la computación, la conectividad, el autoaprendizaje de las máquinas, la robótica, etcétera.”

 

Hay estudios que hablan de esto, y nos puede suceder, por lo que hay que repensar el país. El TLCAN ha sido muy importante, y es fundamental que lo revisemos porque es la pieza clave de la estabilidad de los próximos años. Pero debe ser solo un trampolín que nos dé el respiro suficiente para transformar nuestro modelo de desarrollo hacia uno muy diferente: digitalizado y responsivo a las tecnologías exponenciales.