LA UNIÓN EUROPEA: CINCO MANERAS DE UNIR.
Los Estados nacionales redoblan sus tambores. El Brexit, en Europa, es un recordatorio amargo de que el sueño de una región cabalmente integrada sigue siendo solo eso: un anhelo. ¿Qué vías puede seguir la Unión Europea ante la creciente insatisfacción de sus ciudadanos y los desafíos que enfrenta en temas como la migración, la desigualdad y la brecha entre el norte y el sur?
Por: Julio César Herrero

 

El  próximo  1  de  noviembre  se  cumplirán  25  años  de  la  entrada  en  vigor  del  Tratado  de  Maastricht,  uno  de  los  acuerdos  fundacionales  de  la  Unión  Europea.  El  crecimiento  de  este  ambicioso  proyecto  ha  sido  muy  desigual,  resultado  —quizá—  de  haber  sido  pensado  desde  una  perspectiva  económica  que  ha  evolucionado  hacia  la  política  en  lugar  de  elegir  el  procedimiento  inverso.  Los  últimos  años  de  la  Unión  Europea  han  sido  especialmente  traumáticos,  la  han  sometido  a  importantes  tensiones  y  la  han  forzado  a  encontrar  respuestas  para  problemas  imprevistos  o  cuya  resolución  se  había  ido  postergando  por  motivos  diversos.  Entre  los  primeros,  la  salida  del  Reino  Unido.  La  idea  de  una  Unión  que  sumaba  no  albergaba  la  posibilidad,  remota,  de  que  uno  de  sus  integrantes  pudiera  restar.  Entre  los  segundos:  las  importantes  diferencias  entre  el  norte  y  el  sur  que,  en  los  años  más  difíciles  de  la  crisis,  resulta-ron  determinantes  a  la  hora  de  establecer  políticas  que  ayudaran  a  los  miembros  que  más  sufrieron  las  consecuencias;  o  la  crisis  de  los  refugiados,  que  evidenció  la  falta  de  una  política  exterior  común  (y  también  de  una  política  social);  o  el  cuestionamiento  desde  dentro  que  suponen  algunas  formaciones  políticas  radicales  y  populistas,  que  han  aprovechado  la  llegada  de  inmigrantes  y  los  duros  momentos  de  millones  de  europeos  que  padecieron  la  crisis  económica  para  criticar  la  ausencia  de  la  Unión  en  los  momentos  decisivos  y  la  conveniencia  de  abandonarla  o  de  distanciarse.  El  Brexit  ha  sido,  para  varias  de  esas  formaciones,  un  oportuno  asidero.

Pero ahí no acaban los retos o las amenazas. Esos son los más evidentes porque han tenido más repercusión mediática en los últimos meses y años. Son muchos los ciudadanos europeos que aún hoy dudan de que la Unión Europea sea capaz de mejorar su calidad de vida, o que la consideran distante o demasiado intervencionista. Si bien se ha constituido como el mayor mercado común del mundo, su peso se irá reduciendo por la pujanza de las economías de los países emergentes. Si bien la pertenencia a un club poderoso contribuyó a aminorar los efectos de la crisis, la recuperación está siendo muy desigual. Si bien la unión hace la fuerza, los atentados terroristas sufridos en diversas ciudades de la Unión han aumentado la sensación de inseguridad y de impotencia. Si bien en Europa se encuentran las sociedades más igualitarias del mundo, también se encuentran seis de las más desiguales. Tan solo un tercio de los ciudadanos confía en la Unión Europea, cuando hace apenas 10 años confiaba la mitad. Según el Eurobarómetro de octubre y noviembre de 2016, el 25% de los europeos está en contra de respaldar el euro, y el 29% no considera a la Unión Europea como una zona de estabilidad. Las causas se encuentran, probablemente, en la distancia existente entre las promesas y su cumplimiento, y entre las expectativas y la capacidad de la Unión Europea para satisfacerlas. Tampoco ayuda a mejorar esta situación que incluso los europarlamentarios exhiban sus logros en Bruselas en clave nacional. Fomentan así la idea de que su trabajo en las instituciones europeas no está encaminado tanto a que avance la Unión en su conjunto como a que obtengan beneficios los ciudadanos del país al que representan. A los europeos les debe importar cómo les beneficia su pertenencia a la Unión Europea pero la razón de ser de su pertenencia no puede estribar exclusivamente en los beneficios que les reporte individualmente. El sentimiento europeo, en caso de que exista, no puede ser la suma de los sentimientos nacionales. Y Europa no puede ser un mercadillo al que cada Estado acude para negociar e intentar llevarse, al mejor precio, lo que más interesa a sus ciudadanos.

 

Los últimos años de la Unión Europea han sido especialmente traumáticos y la han sometido a importantes tensiones

 

Decidir qué hacer y, sobre todo, cómo, resulta imperativo para los Estados miembros. No parece razonable seguir avanzando sin un itinerario claro. Con la idea de contribuir a la reflexión y al debate, la Comisión Europea publicó en marzo de 2017 el Libro blanco sobre el futuro de Europa, en el que ofrece cinco escenarios sobre el estado de la Unión en 2025. Resulta llamativo, en todo caso, que la Comisión reconozca que el resultado final será “sin duda diferente” al que describen los escenarios, y que los 27 Estados deberán decidir “qué combinación de elementos de los cinco escenarios” es la más adecuada. Es decir, se ofrecen cinco caminos pero advierte que no son “ni excluyentes ni exhaustivos”.

 

 

  1. Seguir igual. Los problemas se abordan cuando surjan y la legislación se adapta cuando proceda. Los esfuerzos se centran en el empleo, la inversión, las infraestructuras en transporte, energías y digitales. Se trabaja para mejorar la supervisión financiera y garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas. Se “aumenta” la lucha contra el terrorismo “en consonancia con la predisposición de las autoridades nacionales a compartir información”. Los Estados ponen en común “algunas capacidades militares” y mejoran la “solidaridad financiera” para que se puedan desarrollar las operaciones de la Unión en el extranjero. Respecto a la política exterior, “se producen avances en el sentido de hablar con una sola voz”. Se refuerza la cooperación, sin bien la vigilancia de las fronteras seguirá recayendo en cada uno de los países miembros. El lenguaje empleado en el documento resulta a veces tan vago que en el apartado dedicado a “Ventajas e inconvenientes” de este escenario se afirma que “solo la determinación conjunta de obtener resultados en los ámbitos que importan contribuirá a reducir las diferencias entre las promesas sobre el papel y las expectativas de los ciudadanos”.
  2.  Solo el mercado único. “No hay voluntad común de colaborar más estrechamente en ámbitos como la migración, la seguridad o la defensa.” Por tanto, el proyecto es común exclusivamente en cuestiones comerciales, aprovechando la libre circulación de mercancías y capitales. Sin embargo, la de trabajadores y servicios no queda completamente garantizada por los controles de personas en las fronteras. Ello provoca que, por ejemplo, la migración se aborde con acuerdos bilaterales puntuales. Peligra la integridad de la moneda única y que pueda hacer frente a una nueva crisis. Al centrar los esfuerzos exclusivamente en el comercio interior, la Unión pierde fuerza para negociar como bloque con terceros no solo en esta materia sino en otras, como el cambio climático o la globalización. Si en el primer escenario la capacidad para obtener resultados no se corresponde necesariamente con las expectativas, en este se “agranda la brecha” entre las expectativas y los resultados obtenidos.

  3. Los que desean hacer más, hacen más. Es decir, cada Estado puede reforzar su cooperación en materia de seguridad, defensa, justicia, fiscal, social como estime oportuno. Con el tiempo, esto traería una Unión compuesta por ciudadanos con distintos derechos: más si viven en los países que han decidido aumentar la colaboración, y menos en aquellos que han preferido no hacerlo. Lógicamente, la brecha entre las expectativas y los resultados se reduciría en aquellos países que han reforzado la cooperación, pero aumentarían entre los ciudadanos de los países que han preferido no avanzar. La consecuencia en la Unión entendida como un todo resulta evidente: se complica la toma de decisiones.

 

Tan solo un tercio de los ciudadanos confía en la Unión Europea, cuando hace apenas 10 años confiaba la mitad

 

Europa no puede ser un mercadillo al que cada Estado acude para negociar e intentar llevarse, al mejor precio, lo que más interesa a sus ciudadanos

 

 

  1. Hacer menos pero de forma más eficiente. La Unión Europea ha crecido demasiado rápido pero sin pilares sólidos. Por tanto, se pone el freno, se determinan los ámbitos prioritarios de actuación en los que trabajar conjuntamente y se abandona el resto. En este caso, la correspondencia entre las promesas, las expectativas y los resultados es, lógicamente, mayor, toda vez que solo se formulan sobre políticas concretas. Así se evita que los ciudadanos esperen y reclamen soluciones en los ámbitos en los que la Unión Europea ha decidido no conocer. La Unión Europea podrá hablar con una sola voz en el ámbito internacional solamente en aquellas cuestiones sobre las que sus socios hayan establecido prioridades. El principal problema de este escenario —que quizás es el que permite un crecimiento sólido y controlado— radica en determinar cuáles son las áreas prioritarias y cuáles se pueden abandonar o retrasar.
  1. Hacer mucho más. Los Estados deciden “compartir más competencias, recursos y tomas de decisiones en todos los ámbitos”. Este es el escenario en el que piensan los políticos que reclaman “más Europa” como forma de resolver los principales problemas a los que se enfrenta la Unión. La transferencia de competencias nacionales a la Unión Europea es masiva. El Parlamento Europeo amplía sus atribuciones. La fotografía de este escenario resulta casi idílica: “Se crea una Unión Europea de Defensa […], la EU-27 sigue liderando la lucha mundial contra el cambio climático y refuerza su papel como mayor donante de ayuda humanitaria y al desarrollo del mundo. La amplia política exterior de la Unión Europea permite reforzar su enfoque común en materia de migración. […] surgen varios ‘Silicon Valley’ europeos […]. Se proporciona ayuda financiera adicional de la Unión Europea para impulsar el desarrollo económico y responder a las situaciones de crisis a nivel nacional, regional y sectorial”. Pero para alcanzar este paraíso habría antes que eliminar o reducir la sensación de falta de legitimidad de la Unión Europea existente en algunos sectores de la sociedad. Solo así se podrá pensar Europa como un todo y no como la suma de las partes que la componen.

 

Si los 27 quieren hacer de la Unión Europea algo más que un mercado común, tienen que determinar hasta dónde están dispuestos a ceder soberanía

 

 

Los 27 deben asumir que han ligado su futuro al del club al que se han unido voluntariamente. Debe, por tanto, ser conscientes de que su porvenir es el de la Unión y el de la Unión será también el de cada uno de sus miembros. Si quieren hacer de la Unión Europea algo más que un mercado común, solo será posible determinando hasta dónde están dispuestos a ceder en soberanía. Curiosamente, ese término aparece una sola vez en las 32 hojas del Libro Blanco sobre el futuro de Europa y en una expresión eufemística que evita pensar en la cesión: “compartir voluntariamente la soberanía nacional”. Revelador.