El próximo 1 de noviembre se cumplirán 25 años de la entrada en vigor del Tratado de Maastricht, uno de los acuerdos fundacionales de la Unión Europea. El crecimiento de este ambicioso proyecto ha sido muy desigual, resultado —quizá— de haber sido pensado desde una perspectiva económica que ha evolucionado hacia la política en lugar de elegir el procedimiento inverso. Los últimos años de la Unión Europea han sido especialmente traumáticos, la han sometido a importantes tensiones y la han forzado a encontrar respuestas para problemas imprevistos o cuya resolución se había ido postergando por motivos diversos. Entre los primeros, la salida del Reino Unido. La idea de una Unión que sumaba no albergaba la posibilidad, remota, de que uno de sus integrantes pudiera restar. Entre los segundos: las importantes diferencias entre el norte y el sur que, en los años más difíciles de la crisis, resulta-ron determinantes a la hora de establecer políticas que ayudaran a los miembros que más sufrieron las consecuencias; o la crisis de los refugiados, que evidenció la falta de una política exterior común (y también de una política social); o el cuestionamiento desde dentro que suponen algunas formaciones políticas radicales y populistas, que han aprovechado la llegada de inmigrantes y los duros momentos de millones de europeos que padecieron la crisis económica para criticar la ausencia de la Unión en los momentos decisivos y la conveniencia de abandonarla o de distanciarse. El Brexit ha sido, para varias de esas formaciones, un oportuno asidero.
Pero ahí no acaban los retos o las amenazas. Esos son los más evidentes porque han tenido más repercusión mediática en los últimos meses y años. Son muchos los ciudadanos europeos que aún hoy dudan de que la Unión Europea sea capaz de mejorar su calidad de vida, o que la consideran distante o demasiado intervencionista. Si bien se ha constituido como el mayor mercado común del mundo, su peso se irá reduciendo por la pujanza de las economías de los países emergentes. Si bien la pertenencia a un club poderoso contribuyó a aminorar los efectos de la crisis, la recuperación está siendo muy desigual. Si bien la unión hace la fuerza, los atentados terroristas sufridos en diversas ciudades de la Unión han aumentado la sensación de inseguridad y de impotencia. Si bien en Europa se encuentran las sociedades más igualitarias del mundo, también se encuentran seis de las más desiguales. Tan solo un tercio de los ciudadanos confía en la Unión Europea, cuando hace apenas 10 años confiaba la mitad. Según el Eurobarómetro de octubre y noviembre de 2016, el 25% de los europeos está en contra de respaldar el euro, y el 29% no considera a la Unión Europea como una zona de estabilidad. Las causas se encuentran, probablemente, en la distancia existente entre las promesas y su cumplimiento, y entre las expectativas y la capacidad de la Unión Europea para satisfacerlas. Tampoco ayuda a mejorar esta situación que incluso los europarlamentarios exhiban sus logros en Bruselas en clave nacional. Fomentan así la idea de que su trabajo en las instituciones europeas no está encaminado tanto a que avance la Unión en su conjunto como a que obtengan beneficios los ciudadanos del país al que representan. A los europeos les debe importar cómo les beneficia su pertenencia a la Unión Europea pero la razón de ser de su pertenencia no puede estribar exclusivamente en los beneficios que les reporte individualmente. El sentimiento europeo, en caso de que exista, no puede ser la suma de los sentimientos nacionales. Y Europa no puede ser un mercadillo al que cada Estado acude para negociar e intentar llevarse, al mejor precio, lo que más interesa a sus ciudadanos.
Los últimos años de la Unión Europea han sido especialmente traumáticos y la han sometido a importantes tensiones
Decidir qué hacer y, sobre todo, cómo, resulta imperativo para los Estados miembros. No parece razonable seguir avanzando sin un itinerario claro. Con la idea de contribuir a la reflexión y al debate, la Comisión Europea publicó en marzo de 2017 el Libro blanco sobre el futuro de Europa, en el que ofrece cinco escenarios sobre el estado de la Unión en 2025. Resulta llamativo, en todo caso, que la Comisión reconozca que el resultado final será “sin duda diferente” al que describen los escenarios, y que los 27 Estados deberán decidir “qué combinación de elementos de los cinco escenarios” es la más adecuada. Es decir, se ofrecen cinco caminos pero advierte que no son “ni excluyentes ni exhaustivos”.
Solo el mercado único. “No hay voluntad común de colaborar más estrechamente en ámbitos como la migración, la seguridad o la defensa.” Por tanto, el proyecto es común exclusivamente en cuestiones comerciales, aprovechando la libre circulación de mercancías y capitales. Sin embargo, la de trabajadores y servicios no queda completamente garantizada por los controles de personas en las fronteras. Ello provoca que, por ejemplo, la migración se aborde con acuerdos bilaterales puntuales. Peligra la integridad de la moneda única y que pueda hacer frente a una nueva crisis. Al centrar los esfuerzos exclusivamente en el comercio interior, la Unión pierde fuerza para negociar como bloque con terceros no solo en esta materia sino en otras, como el cambio climático o la globalización. Si en el primer escenario la capacidad para obtener resultados no se corresponde necesariamente con las expectativas, en este se “agranda la brecha” entre las expectativas y los resultados obtenidos.
Tan solo un tercio de los ciudadanos confía en la Unión Europea, cuando hace apenas 10 años confiaba la mitad
Europa no puede ser un mercadillo al que cada Estado acude para negociar e intentar llevarse, al mejor precio, lo que más interesa a sus ciudadanos
Si los 27 quieren hacer de la Unión Europea algo más que un mercado común, tienen que determinar hasta dónde están dispuestos a ceder soberanía
Los 27 deben asumir que han ligado su futuro al del club al que se han unido voluntariamente. Debe, por tanto, ser conscientes de que su porvenir es el de la Unión y el de la Unión será también el de cada uno de sus miembros. Si quieren hacer de la Unión Europea algo más que un mercado común, solo será posible determinando hasta dónde están dispuestos a ceder en soberanía. Curiosamente, ese término aparece una sola vez en las 32 hojas del Libro Blanco sobre el futuro de Europa y en una expresión eufemística que evita pensar en la cesión: “compartir voluntariamente la soberanía nacional”. Revelador.