Las islas de valor
En los últimos años, uno de los conceptos más traídos y llevados es el de disrupción. Pero ¿qué significa esta palabra? ¿Cuándo es una tecnología realmente disruptiva? Para responder, Andrei Vazhnov se refiere a los modelos de negocios, recuerda casos emblemáticos como el de Uber y compara la llegada de nuevas tecnologías con mareas.
Por: Andrei Vazhnov

Imagine que en 1975, u otra época antes de internet, usted quiere saber el nombre del perro de Isaac Newton. Su única opción es acudir a una biblioteca grande y empezar a leer todas las biografías de Newton una por una, cruzando los dedos para que alguno de sus biógrafos se hubiera interesado lo suficiente en los asuntos caninos como para mencionar en su libro al mejor amigo de Newton. Usted sabría que la información que necesita existe en algún lado, pero encontrarla sería casi imposible. O imagínese en un bar escuchando el último minuto de una canción que le gustó mucho. Para conocer su título, tendría que esperar a que alguna estación de radio o programa de la tele pusiera la canción de nuevo justo cuando usted estuviera escuchando. Y esto podría nunca ocurrir o tardar mucho tiempo. Incluso si el CD con la canción estuviera disponible en la tienda de al lado, no tendría una manera fácil de saber cuál era o cómo buscarla.

Hoy en día toma segundos hacer la búsqueda en Google y encontrar varias páginas dedicadas a Diamond, el perro de Newton, o utilizar la app Shazam en su teléfono inteligente para identificar la canción y comprarla en línea. Lo mismo pasa con los libros en Kindle o los programas en Netflix. Es realmente un pequeño milagro que en menos de cinco segundos podamos encontrar el libro que queremos entre millones de títulos o que un buscador nos lleve instantáneamente a una página deseada entre más de cuatro mil millones de páginas que existen en la web en la actualidad. Buscar una aguja en el pajar no es nada comparado con lo que le pedimos a Google todos los días. Diamond, supuestamente, provocó un accidente que quemó 20 años de manuscritos de Newton.

 

Un mundo líquido

 

La búsqueda de una canción o de información en la web son ejemplos de cómo la primera ola de internet creó un mercado líquido para los activos informáticos: si un producto digital que necesita está disponible en algún lado del mundo, puede encontrarlo, pagarlo y empezar a usarlo con tan solo unos clics. La oferta encuentra la demanda no mediante una tienda física, sino a través de un algoritmo. La razón por la que Uber, Airbnb y otras apps parecidas resultaron tan disruptivas es que están empezando a traer esta misma liquidez a cualquier activo físico e, incluso, al mundo de trabajo. Esta liquidez, a su vez, puede cambiar una industria por completo.

BlackRock es el fondo de inversión más grande del mundo, con 4.59 millones de mdd de activos financieros. Su CEO, Larry Fink, recién explicó el cambio así:

Durante las generaciones pasadas, la gente joven alrededor del mundo se centraba en la adquisición de dos tipos de propiedades: una casa y un auto […]. Con la llegada de tecnologías como Uber y Airbnb, estas decisiones financieras pueden empezar a cambiar. ¿Para qué hacer esta inversión enorme, con todos los inconvenientes de mantenimiento, estacionamiento y la responsabilidad legal asociada con ser dueño de un auto, si puedes tener uno disponible con tan solo apretar un botón del teléfono?

Conforme más gente utilice los servicios compartidos de transporte, los vehículos personales se volverán menos importantes en términos financieros y como símbolos de estatus [...].

Piensen en la magnitud de este cambio. Uber se fundó hace tan solo cinco años. Es posible que cinco años más adelante, las tecnologías de autos compartidos reemplacen la propiedad de automóviles en gran escala. Esto tiene profundas implicaciones para la economía global.

Consideren lo que realmente ocurre cuando aprietan un botón para llamar a un taxi por Uber. En realidad es una búsqueda ejecutada por un algoritmo excepto que, en vez de ser una frase, el término de búsqueda es la ubicación de gps del pasajero y del vehículo. Los taxis y los pasajeros están esparcidos en las calles de la ciudad, tal como la información que busca está perdida entre las millones de páginas de las bibliotecas y los sitios web.

Además, de la misma manera que Google personaliza su búsqueda en función de su historial y otros factores para traerle la información más relevante, Uber tiene en cuenta mucha información contextual mientras ejecuta su pedido para traerle un taxi de forma más directa y eficiente.

Por ejemplo, Uber puede analizar su historial de viajes, si está lloviendo o cuáles son los patrones de tráfico en la ciudad en este momento. Si está pidiendo un viaje desde el aeropuerto en su lugar de residencia, Uber sabe que el lugar más probable al que se dirija es su casa; pero si está en otra ciudad, lo más probable es vaya a un hotel. Así como Google utiliza el poder del algoritmo para conectar a los lectores con artículos y libros sin importar dónde estén, Uber conecta a los taxistas con los pasajeros y en el proceso crea un mercado líquido para millones de vehículos ociosos, juntando el auto y el pasajero sin importar donde estén. En otras palabras: Uber creó una plataforma digital para una categoría de bienes físicos. Y esta capacidad de brindar liquidez a los activos físicos ahora va a sacudir un ámbito tras otro.

 

La disrupción y las islas del valor

 

Al leer esto uno puede preguntarse: “¿Cuál es el mensaje aquí? Nada de esto es nuevo. Hace años que se habla de Uber y de la ‘disrupción tecnológica’”, y es cierto, disrupción es un término tan trillado que a veces ya no significa nada concreto. Sin embargo, una de las razones por que se volvió inútil es justo porque el concepto de tecnología disruptiva se empezó a usar como un sinónimo genérico de tecnología potente o tecnología transformadora. Para entender la utilidad del concepto disrupción es importante tener presente que no hay tecnologías disruptivas en sí mismas. Una tecnología es disruptiva solo en referencia a un modelo de negocio específico. ¿Fue internet —tal vez el ejemplo más popular— disruptivo para McDonald’s o para bmw? No, al revés. No solo no fue disruptivo, sino que ayudó a McDonald’s y a bmw a ser más eficientes en sus negocios al integrar comunicaciones, logística y recursos humanos de mejor forma. ¿Fue internet disruptivo para agentes de viajes o para distribuidoras de música? Ahí sí, porque el autoservicio de despegar.com o iTunes reemplazó todo el modelo de negocios de estas industrias.

En vez de pensar la disrupción como algo binario, evaluando si la tecnología es disruptiva o no lo es, conviene pensar en la llegada de nueva tecnología como una marea lenta, que revela poco a poco un archipiélago sumergido.

Primero aparecen las islas más altas aquí y allí; estas representan los lugares donde el valor que puede aportar la nueva tecnología es mayor, como el gps para los barcos y aviones. A medida que baja la marea, la cual representa el costo relativo de la tecnología, más y más islas empiezan a aparecer: primero la isla de gps para autos, después la de gps para teléfonos y, finalmente, la de Uber.

Una manera de ver esto en acción la ofrece el caso de la realidad aumentada. En 2012, Google estrenó el Google Glass, el dispositivo wearable que proyecta imágenes directamente en tus ojos. Por un par de años, el Glass fue el emblema del futuro que se acercaba rápidamente y referencia obligada en las conferencias tecnológicas dedicadas a toda forma de disrupción. Sin embargo, en enero de 2015, Google discontinuó el proyecto y ahora las fotos de gente con Google Glass a veces parecen algo retrofuturista. Muchos dijeron: “Esto de la realidad aumentada ya fue, ya lo probaron y fracasó”, y sin embargo lo único que pasó fue que el mercado masivo aún no era alcanzable con el costo de mil 500 dólares que tenía Google Glass, y el archipiélago quedó sumergido. En 2016 sabemos que la realidad aumentada volvió en escala masiva gracias al desarrollo de una forma barata de ofrecerla: una app en tu celular. De repente apareció y todo el mundo enloqueció con Pokémon GO.

De la misma manera, no va a haber un momento concreto de disrupción debido al “internet de las cosas”. Habrá una serie de impactos en distintos ámbitos, algunos significativos, otros no tanto, y el desafío principal estará no en ver el potencial disruptivo sino en ser el primero en encontrar esas islas del valor. 

 

 

Andrei Vazhnov es director académico del Instituto Baikal y autor del libro La red de todo: Internet de las cosas y el futuro de la economía conectada.