Hoy coexisten dos Méxicos: por un lado, uno moderno, con altas tasas de crecimiento, integrado a la economía global y muy competitivo, y, por otro, uno con menor nivel de desarrollo, altos niveles de marginación y pobreza, y donde predominan actividades de baja productividad.
El México moderno ha logrado posicionarse como una de las principales potencias exportadoras. Actualmente, el país es el décimo sexto exportador a nivel mundial y líder de América Latina, con un acceso a más de mil millones de consumidores y a un 60% del PIB mundial a través de una red de tratados de libre comercio y acuerdos comerciales con 45 países. Entre estos, destaca el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que entró en vigor en 1994 y marcó un punto de inflexión no solo para las exportaciones, sino para los flujos de inversión y desarrollo industrial del país.
Derivado de ello, entre 1993 y 2014, las exportaciones nacionales crecieron 665%, de 51 mil 886 a 397 mil 129 millones de dólares, convirtiéndose México en el principal exportador de Latinoamérica. Las exportaciones manufactureras representan ya el 85% del total, creciendo a un ritmo medio anual de 10.5% desde la entrada en vigor del TLCAN (superior al ritmo de 8.5% de las petroleras). (Ver gráficas 1 y 2.)
Por su parte, de 1999 a 2014 los flujos anuales de Inversión Extranjera Directa (IED) casi se duplicaron, al pasar de 13 mil 940 a 25 mil 140 millones de dólares.
Esta apertura comercial y a la inversión ha propiciado un sólido desarrollo industrial en sectores como el automotriz, eléctrico-electrónico, aeroespacial y agroindustrial. En años recientes, México se ha posicionado como el sexto exportador más importante de vehículos en el mundo, el principal exportador de pantallas planas, el cuarto más importante de computadoras, el quinto de electrodomésticos y el octavo de celulares.
Esta historia de éxito se ha concentrado en los estados del norte, por su cercanía geográfica a Estados Unidos, destino de 80% de las exportaciones del país, y en El Bajío, región ligada a estos estados y con acceso a otros mercados de tamaño relevante.
Por su parte, el sur del país ha quedado al margen debido a diversas barreras estructurales que inhiben su potencial productivo y limitan su integración a la economía global: baja conectividad e infraestructura deficiente, bajos niveles de capital humano, un ambiente de negocios poco atractivo, falta de una masa crítica de empresas en sectores altamente productivos, escasa innovación y desarrollo tecnológico, acceso limitado al crédito, instituciones débiles, falta de seguridad y certidumbre jurídica, y un uso fragmentado de la tierra, entre otros elementos. (Ver gráficas 3, 4 y 5.)
Lo anterior ha derivado en importantes brechas regionales. De 1980 a 2014, el PIB per cápita de la frontera norte y la región de El Bajío creció 51%, casi seis veces el ritmo observado en los estados del sur (9%). En parte, esto se debe a que el desarrollo industrial es incipiente en esta región, donde solo 9% de las personas ocupadas se dedica a actividades de alta productividad como la manufactura, en tanto en el norte del país esta cifra es tres veces superior. Asimismo, un trabajador en el norte es más productivo que en el sur —en promedio 2.5 veces.
Estas brechas económicas se han traducido en contrastes sociales importantes. En 1990 prácticamente la mitad de la población de la frontera norte y El Bajío se encontraba en situación de pobreza; hoy solo 3 de cada 10 personas se encuentran en esta condición. En contraste, 7 de cada 10 personas en el sur se encuentran en situación de pobreza, lo que no ha cambiado desde 1990. En estos estados 70.7% de los municipios son de alta y muy alta marginación, mientras que en el norte y Bajío esta proporción es de solo 6.4 por ciento.
Hoy tenemos una extraordinaria oportunidad de poder disminuir estos rezagos y de integrar a los estados que han quedado al margen de la dinámica de crecimiento y desarrollo industrial.
El Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) entre México y otros 11 países representa en conjunto el acceso a un mercado potencial de 800 millones de personas, más de un tercio del PIB global y una cuarta parte del comercio internacional. Hoy, además, México es parte de la Alianza del Pacífico, con la que se abren oportunidades en los mercados de Chile, Colombia y Perú, y se ha dado mayor dinamismo al Proyecto Mesoamérica, con el que se robustecerá la integración, desarrollo y cooperación de nuestro país con Centroamérica.
El TPP, la Alianza del Pacífico y el Proyecto Mesoamérica representan una oportunidad de acelerar el desarrollo industrial en el sur de México, como sucedió con el TLCAN en el norte y El Bajío.
Con esta visión, el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, propuso la creación de Zonas Económicas Especiales (ZEE) como una nueva estrategia de desarrollo para detonar el crecimiento de regiones con alto potencial productivo y logístico que por diversas barreras estructurales no han sido debidamente aprovechadas. Estas ZEE buscan generar nuevos polos de desarrollo industrial en los estados más rezagados del país, que permitan diversificar sus economías, elevar su productividad y, lo más importante, brindar a su población mejores empleos que mejoren su calidad de vida.
En el mundo, cuando las ZEE han sido exitosas han funcionado como un instrumento muy poderoso para abatir la pobreza y detonar el desarrollo económico de regiones rezagadas. Las ZEE exitosas han sido aquellas que se han implementado bajo un enfoque integral en sitios con verdadero potencial productivo.
La primera ZEE moderna fue creada en Shannon, Irlanda, en 1959, pero fue a partir de la década de los años ochenta que este instrumento adquirió un mayor alcance con la proliferación de las ZEE chinas, donde se presentaron casos exitosos como Shenzhen, que en tres décadas logró un crecimiento del PIB per cápita de más de 150 veces.
En aquella década existían alrededor de 500 ZEE en el mundo. Hoy existen más de 4 mil. No obstante, menos de la mitad han sido exitosas. Entre los países que registran fracasos destacan India (más de 100), Japón y Nepal; también se registran fracasos en el continente africano (cerca de 100) en países como Nigeria y Kenia. Además de China, se han presentado casos de éxito en Brasil (Manaos), Panamá (Colón), Polonia (Katowice), Letonia (Puerto de Ventspils), Jordania (Áqaba), Emiratos Árabes Unidos (Jebel Ali), Marruecos (Tánger), Corea del Sur (Incheon y Mazan) y Bangladesh (Chittagong).
De estas experiencias, se advierte que las ZEE exitosas han sido aquellas que no se basan exclusivamente en incentivos fiscales o facilidades comerciales, sino que parten de un enfoque integral que contempla también el desarrollo de infraestructura económica y social, el fortalecimiento del capital humano, facilidades regulatorias para las empresas, certidumbre jurídica, apoyos a la innovación y transferencia tecnológica, acceso al crédito productivo, un desarrollo urbano sustentable y otra serie de medidas encaminadas a elevar la productividad de las empresas y trabajadores en las ZEE e integrarlas con las economías de la región.
Bajo este enfoque, y apegado a las mejores prácticas internacionales, se conceptualizan las ZEE para México, con el propósito deliberado de crear un entorno de negocios excepcional en distintas dimensiones, entre ellas:
• Incentivos balanceados al capital y al trabajo.
• Una ventanilla y guía única para la realización de los trámites.
• Un régimen aduanero especial.
• Infraestructura y programas que eleven la productividad de empresas y trabajadores.
• Políticas de desarrollo urbano ordenado y sustentable.
• Políticas públicas complementarias que promuevan el encadenamiento productivo, incluyendo esquemas de desarrollo del capital humano, innovación y transferencia tecnológica, así como programas especiales de financiamiento.
La creación de las ZEE en México partirá de una ley para dar certidumbre a la inversión y garantizar la continuidad de este esfuerzo. El Ejecutivo federal envió en septiembre pasado al Congreso de la Unión la “Iniciativa de Ley Federal de Zonas Económicas Especiales”, la cual ya ha sido aprobada en la Cámara de Diputados, quedando pendiente su discusión y eventual aprobación en la de Senadores.
La iniciativa prevé instrumentos de planeación a largo plazo no solo para la ZEE (Plan Maestro), sino para su área de influencia (Programa de Desarrollo), de manera que el establecimiento de las ZEE genere encadenamientos productivos y vínculos con las empresas y trabajadores locales, potenciando así las derramas económicas, sociales y tecnológicas.
También prevé un mecanismo de coordinación explícito entre los distintos niveles de Gobierno (Convenio de Coordinación) y mecanismos de diálogo y participación con el sector privado, social y académico local (Consejo Técnico), para lograr una suma de voluntades y esfuerzos para el exitoso desarrollo de cada ZEE.
Una vez aprobada la ley, el Gobierno de la República promoverá las primeras ZEE en Puerto Lázaro Cárdenas (municipios de Guerrero y Michoacán), Puerto Chiapas (Chiapas) y en el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (de Salina Cruz, Oaxaca, a Coatzacoalcos, Veracruz), lugares con gran potencial productivo y logístico. El establecimiento de estas ZEE será a través de decretos, que contendrán el paquete de estímulos y medidas concretas por zona conforme a sus condiciones iniciales y vocación productiva.
Se prevé que las ZEE permitan, o bien desarrollar nuevas industrias, o integrar esta región a las cadenas de valor de las industrias ya exitosas del país, elevando su contenido nacional. Asimismo, permitirán explorar nuevos mercados, diversificando las exportaciones del país hoy concentradas en pocos sectores y países.
Los frutos más sólidos de las ZEE se verán, sin duda, en el mediano y largo plazo. Sin embargo, empezar este esfuerzo hoy es indispensable para abatir el rezago histórico del sur, no solo por un tema de justicia social, sino para alcanzar mayores niveles de crecimiento, prosperidad y estabilidad social en el país.