Latinoamérica cuenta y debe contar más
Aunque ha habido esfuerzos exitosos, que se han traducido incluso en instituciones perdurables, la integración económica de América Latina parece remota. Justo ahora que se ciernen amenazas de desestabilización tanto en Estados Unidos como en Europa, conviene plantearse con toda seriedad el tema de la cooperación estrecha entre los países latinoamericanos.
Por: Ariel Ruiz Mondragón

La integración latinoamericana es una aspiración de larga data. Según explica Enrique V. Iglesias —economista uruguayo que ha tenido una brillante carrera en diversas e importantes instituciones, como la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)—, en el siglo pasado uno de los intentos más ambiciosos para integrar económicamente a la región se dio en los años sesenta, cuando coincidieron tres procesos.

El primero, los Tratados de Roma, de 1957, que dieron origen a la Unión Europea y fueron una especie de ejemplo a seguir en América Latina. El segundo fue la labor de la CEPAL y de su dirigente, Raúl Prébisch, “que en cierta manera tomó la integración latinoamericana como una gran bandera y movilizó a su gente para insuflar sustancia a este ideal”, según explica Iglesias. Y tercero, “en América Latina algunos líderes hicieron suya esa idea, como los presidentes Eduardo Frei y Carlos Lleras, además de hombres como Felipe Herrera, que en aquel momento fundó el BID”.

Entonces, evoca Iglesias, se armó una reacción que en América Latina prendió como en ninguna otra región del mundo: surgieron instituciones como la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, el Grupo Andino, la Integración Centroamericana y la Federación del Caribe.

En este proceso, Prébisch fue una figura fundamental. Iglesias, quien llegó a trabajar con el economista argentino, comenta que “fue un innovador y se puso al frente de un movimiento que empezó a pensar a América Latina de una manera distinta. En el fondo, quien lo acompañó fue la gente que decidió desprenderse de las aproximaciones de la economía neoclásica para entender la economía del desarrollo con ideas propias. Él estuvo al frente de una institución que fue ganando mucha visibilidad política y pública, y hubo toda una generación que compró el ideal regionalista en América Latina, lo que pudo ser tomado por algunos políticos como bandera de acción”.

Algo de aquel impulso original se ha perdido con los economistas actuales, debido a que “nos hemos concentrado mucho más en los temas internacionales, en los problemas de las políticas macroeconómicas”, pese a que la CEPAL mantiene un “pensamiento vigoroso”.

Sobre aquellos años y la actualidad, Iglesias reflexiona: “Tengo la impresión de que esa generación fue muy idealista, que se comprometió mucho con una visión de largo plazo”.

El economista uruguayo —que obtuvo en 1982, por su contribución al desarrollo de América Latina, el premio Príncipe de Asturias de Cooperación— considera que el establecimiento de flujos comerciales y de inversiones entre los países latinoamericanos tiene algunos problemas: “Es un poco decepcionante porque el comercio intrarregional no sobrepasa el 15% o 17% del comercio total. Lo que sí es un avance, no tanto en cantidad pero sí como actividad, es que hay 500 empresas multilatinas trabajando en la región. También ha habido avances en acuerdos, por ejemplo con la Alianza del Pacífico. Pero lo que no hemos logrado es hacer válida la existencia de un gran mercado latinoamericano que sea efectivamente una fuente de absorción de producción de los países de la región. Tenemos que movernos en esa dirección”.

Entre 1988 y 2005, Enrique V. Iglesias fue presidente del BID. Desde ahí tuvo que enfrentar el grave problema de la deuda y la negativa de Estados Unidos de aportar fondos a menos que hubiera una reforma estructural. Cuenta cómo fue aquel trance: “Hubo un desencuentro fuerte entre los cuatro grandes países latinoamericanos en el BID —México, Venezuela, Brasil y Argentina— y Estados Unidos, primer accionista del banco. Había discrepancias en torno a la visión que tenía esta nación sobre el tamaño y la orientación de las políticas de la institución. Fue un desencuentro muy fuerte, y me tocó llegar en medio de él.

“Conversando y negociando, se logró que el capital del banco se duplicara, y a partir de allí comenzamos a tener un diálogo más productivo para hacer del BID uno de los puntales de la cooperación internacional financiera hacia América Latina. Es la tarea difícil que me tocó cumplir.”

Sobre la deuda, Iglesias recuerda la labor que realizó con el entonces director del Fondo Monetario Internacional, Michel Camdessus, y el presidente del Banco Mundial, Jim Wolfensohn. Fue un problema grave “que costó mucho trabajo y esfuerzo enfrentar. Por supuesto, el Banco estuvo muy metido en las negociaciones que llevaron a la solución final”.

Fue en esa época también que Latinoamérica se integró fuertemente a una economía libre y más globalizada. Iglesias rememora que la región siguió la ruta de todo el mundo. “A nosotros nos tocó acompañarla; había que remover muchos obstáculos, actualizar los modelos de crecimiento, revisar las políticas macroeconómicas, modernizar instituciones y, sobre todo, poner los temas sociales en el centro de las preocupaciones. Abatir la pobreza fue uno de los objetivos centrales en los años setenta y ochenta.”

 

Enfrentar la regresión

 

Aunque estamos en un mundo globalizado, se advierten signos graves de regresión para el comercio internacional, con la llegada de Donald Trump a la presidencia de la Unión Americana y el triunfo del brexit en el Reino Unido. Se trata, para Iglesias, de fenómenos preocupantes: “Estamos viviendo un cambio de época confuso y, sobre todo, impredecible. Yo creo que la política de Estados Unidos tiende a revisar y alterar un orden que es posible interpretar y mejorar pero sin tocar aspectos fundamentales, como los avances en materia comercial. Nos costó mucho trabajo avanzar hacia un mundo más abierto comercialmente, y hoy eso está en peligro. Es muy importante reconocer que aquellas son políticas que conmueven pilares que creíamos fortalecidos y que hoy ya no lo están”.

A lo anterior se añaden las tensiones en Europa. El único país que observa con claridad el futuro —dice— es China, “y quizá algunos otros países de Asia”.

Ante ese panorama, teme “que desandemos conquistas que fueron muy importantes para nosotros, que costaron mucho a América Latina como región. Se trabajó mucho desde la Ronda de Uruguay hasta la creación de la Organización Mundial de Comercio, pues todo esto tiene una impronta latinoamericana muy fuerte, y parece que está en camino de regresión, de peligro”.

Para enfrentar esos riesgos, Iglesias propone vigorizar los acuerdos de libre comercio, entre ellos la Alianza del Pacífico, e instrumentar en la región cadenas de valor que permitan fomentar el crecimiento y la vinculación entre empresas para producir, incorporar tecnologías, mejorar la productividad y ser mucho más activos en el comercio internacional.

El papel de las grandes economías latinoamericanas es fundamental: “Brasil, México y Argentina representan más del 60% del pib de toda la región; por tanto, lo que pueden hacer conjuntamente va a marcar el paso. Lo que importa es que haya un compromiso firme de estos países por la integración regional”.

Iglesias estima que América Latina debe actuar en conjunto, “con más colaboración y presencia internacional; es muy claro que cuenta con tres países en el G-20, y si sumamos a España, pues deberíamos tener una presencia más coherente”.

Se trata también de una integración iberoamericana —considera—, ya que España y Portugal han sido actores importantes: en 1990 las empresas españolas apostaron con mucha fuerza por América Latina, “ganando cotos de mercado importantes en los sectores de la banca, las comunicaciones y la infraestructura. Eso dio a España una posición importante en el mercado. Lo mismo pasó, aunque en menor grado, con Portugal. Ambos países tienen vinculaciones históricas y culturales con América Latina”.

Iglesias está convencido de que debemos adoptar posiciones comunes frente a los cambios que ocurren en el mundo. Contamos con experiencia: la región “siempre fue muy activa en materia comercial, por ejemplo, en el papel de los organismos financieros internacionales. Debe tener posiciones concertadas fuertes en esos campos”.

Para lograrlo, necesita fomentar ideales de integración y cooperación regional, y así “mostrar que pesa y cuenta en la economía mundial, como lo están haciendo muy bien los chinos, que tienen una política de creciente vinculación con América Latina, con exportaciones, importaciones, inversiones y préstamos financieros”.

La economía del conocimiento representa otro enorme reto para la región. Iglesias recomienda “diseñar un sistema económico donde la tecnología tenga un papel fundamental y donde uno de los objetivos sea la solución de los grandes temas sociales, que son complejos; la sociedad actual es una de clases medias (42% de la población mundial), que se muestran enojadas porque la globalización no ha repartido el progreso de manera igualitaria. Algunos sectores avanzaron mucho más que otros, y eso genera desequilibrios y desigualdades que son muy difíciles de aceptar por las clases medias. Eso implica un desafío importante para el mundo y también para América Latina”. Añade otras dos metas importantes: el aumento de la productividad y la innovación, y destaca la necesidad de políticas de distribución que corrijan las condiciones de pobreza y desigualdad.

En 2005, Iglesias fue elegido titular de la Secretaría General Iberoamericana, encargada de realizar las cumbres de los jefes de Estado y Gobierno de 22 países. Afirma que estos encuentros han sido la iniciativa más importante de los países ibéricos. Explica sus resultados: “Considero hay muchos logros en los campos de la educación, las relaciones económicas, la inversión y el aumento de la productividad. Pero hay que estar alertas y tratar de cuidar la forma en que nos movemos, hacer conciencia de que ya no somos un continente marginal, que poseemos recursos humanos y naturales, mercado y experiencia suficientes como para tener responsabilidad en la construcción del nuevo orden. Formamos parte de un mundo en donde contamos y debemos contar mucho más”. τ