¿De qué manera la secuela económica de la pandemia de la covid-19 es distinta a otras crisis con origen en ciclos económicos o burbujas financieras?
El Banco Mundial publicó recientemente la historia de las recesiones mundiales de 1870 a la fecha, 14 en total. La generada por la pandemia de la covid-19 será, de acuerdo con sus proyecciones, la cuarta más profunda; detrás de la de 1914, la más severa; de la de 1930-32 que fue muy prolongada, y de la que se experimentó al término de la Segunda Guerra Mundial. Estamos, pues, frente a una crisis de una magnitud no vista en los últimos 75 años, superior a la financiera de 2008-2009. Se trata, habrá que destacar, de la primera recesión mundial provocada por una pandemia en 150 años.
En esta coyuntura extraordinaria, ¿cuáles considera usted que son las principales fortalezas y debilidades de la economía mundial?
En el modelo económico predominante se pueden distinguir tres elementos fundamentales: la globalización productiva y financiera; un comercio internacional muy próximo al libre intercambio, y políticas monetarias y fiscales que buscan la estabilidad más que el crecimiento. La capacidad para atender las secuelas económicas de la pandemia bajo estos preceptos es tan limitada que muchos países, incluidos los más poderosos económicamente, buscan revertirlos. Las acciones emergentes en marcha incluyen: un gasto anticíclico extremo que va a rebasar los límites aceptados de los déficits fiscales, una fragmentación de la globalidad en mercados regionales y un repunte de políticas de corte proteccionista.
Sorprende la falta de una respuesta coordinada mundialmente para enfrentar la crisis sanitaria y sus secuelas. ¿A quién corresponde encabezar estos esfuerzos?
La incapacidad de las instituciones multilaterales frente a la crisis es más que evidente, sin embargo, no debemos perder de vista que antes de la pandemia ya habían fracasado muchos esfuerzos para reformarlas. En mi opinión, detrás de estos empeños fallidos están la falta de visión y el ejercicio de poder extremo de varios de los 193 países con representación en Naciones Unidas: los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, en primer término, y el resto del G-20, particularmente en lo que concierne al ámbito económico. No es extraño que muchas de las propuestas para atender los desafíos planteados por el cambio climático, las pandemias y otras amenazas similares, se enfrenten al desinterés o la franca resistencia de naciones clave. Sin embargo, en una coyuntura como esta es preciso construir una respuesta coordinada para la recuperación económica. En general, los organismos económicos multilaterales no han avanzado porque varios de sus miembros no respetan los acuerdos, lo mismo ocurre con frecuencia al interior de la Asamblea General de la Naciones Unidas.
EUGENIO ANGUIANO ROCH Y MAO ZEDONG DURANTE LA PRIMERA VISITA DE ESTADO DEL PRESIDENTE LUIS ECHEVERRIA (1973)
Entre los organismos multilaterales, la Organización Mundial de Comercio arrastra una situación particularmente compleja, ¿tiene cabida esta institución en la era poscovid?
El panorama de la OMC tras la pandemia se perfila incierto y complejo, entre otras cosas porque varios países están incorporando medidas proteccionistas para paliar la crisis y se fortalece la tendencia hacia la conformación de bloques regionales de comercio. Las inconclusas negociaciones de la Ronda de Doha exhiben con claridad muchas de las limitaciones de la OMC. Con este antecedente, parece difícil que pueda erigirse en un factor clave en la recuperación económica mundial. A eso hay que agregar un fenómeno que ojalá sea temporal: la posición del gobierno del presidente Trump en contra de ese organismo. Ya sea que este gobierno termine el año siguiente, o en cuatro más, quedará un residuo de esta actitud aislacionista. A pesar del entorno adverso, creo que la OMC debería retomar la Ronda de Doha, quizá con otro nombre, para consolidar sus avances y encontrar alternativas que permitan superar los obstáculos; de otra forma, no veo cómo pueda salir adelante.
Para algunos autores, la hostilidad hacia los organismos multilaterales, el retiro del Acuerdo de París y del de la Asociación Transpacífico evidencian la pérdida del liderazgo mundial de Estados Unidos. ¿Coincide con este diagnóstico? ¿Cómo pueden incidir la pandemia y la recesión global en este proceso?
Estados Unidos ha cedido, efectivamente, muchos espacios de liderazgo. El problema más grave sería que esta actitud se volviera una constante. La pandemia ha acentuado esa retracción, a pesar de que la economía estadounidense conserva muchos instrumentos que le permitirían mantener su liderazgo mundial. Por citar solo dos: su moneda y la capacidad de su sector privado para sobreponerse a las crisis, en buena medida gracias a políticas anticíclicas. De hecho, aunque la recesión es fuerte y el desempleo se mantiene elevado, ya hay indicios de una tímida recuperación que podría limitar los efectos de la recesión a 2020. Son estos los claroscuros de la posición estadounidense.
El retiro de los acuerdos mencionados no forma parte de una política estratégicamente definida, ni cuenta necesariamente con el respaldado mayoritario de su partido y de su gabinete. Son más bien, decisiones individuales de un presidente empeñado en desmontar los logros del gobierno anterior. El TPP es un caso emblemático. En las postrimerías de su gobierno, el presidente Barack Obama intentó reposicionar a su país en el sureste de Asia y en el área del APEC, mediante la construcción de un espacio de libre comercio de nueva generación. Con su retiro del TPP, la potencia norteamericana abandonó estos esfuerzos y cedió espacios para el avance de China en una región clave.
Por primera vez en varias décadas, China enfrenta una reducción sustancial en su ritmo de crecimiento. ¿Cómo cambia el panorama geopolítico chino en la era poscovid?
La mayoría de las proyecciones apuntan a que el crecimiento de la economía china rondará el 1% en este año. De confirmarse, sería una catástrofe, la mayor desde que se abrieron a la economía mundial. Los referentes más inmediatos son las crisis económicas tras los sucesos de Tiananmen y la financiera asiática de 1997, en ambos episodios el PIB creció entre 3 y 4 por ciento. Un crecimiento tan bajo como el que se perfila afectaría negativamente muchos proyectos en marcha, pero no necesariamente llevaría a una reducción de las tensiones actuales en el Mar del Sur, Hong Kong o Taiwán: espacios estratégicos en el proyecto de Xi Jinping. El poder acumulado por este líder en los últimos 8 años configura una suerte de regresión a la época de Mao, pero en un contexto económico distinto. No veo al gobierno de Xi desistiendo de esos proyectos geopolíticos. A lo sumo, las condenas y sanciones internacionales podrían provocar escisiones entre las facciones dominantes del Partido Comunista. Dado que la oposición fuera del partido tiene un peso marginal, lo relevante es lo que ocurre al interior del Comité Central, del Buró Político y su Comité Permanente. No descarto que el efecto recesivo de la pandemia lleve a ciertos grupos a imponer límites a Xi y a su proyecto de hegemonía global. Aunque difícil, es posible que impongan límites a sus pretensiones de reelección indefinida. En un año o año y medio empezaremos a ver las consecuencias.
¿Qué trascendencia tiene para el comercio mundial que China sea el origen de la pandemia? ¿Cómo repercutirá este hecho en el desempeño futuro de las cadenas globales de valor?
No mucha, a pesar de lo que diga el presidente Trump. Sus amenazas de hacer que China pague por la pandemia no pasan de la retórica. Está probado que China adoptó medidas tempranas, de ahí que la ira de Trump se dirija ahora a la Organización Mundial de la Salud. En cuanto a las cadenas de valor, tampoco importa mucho dónde se haya originado la enfermedad, lo importante es el cambio de la globalización a los regionalismos. China es parte de varios acuerdos regionales y su integración más estrecha no es con Estados Unidos, sino con los países de Asia central y en segundo lugar con Europa.
En medio de la crisis sanitaria muchos países enfrentaron serias dificultades para abastecerse de materiales médicos esenciales. Actualmente, el 95% de los precursores para producir medicamentos en el mundo proviene de China, ¿cree que los países deberían plantearse la conveniencia de asegurar la producción local en el caso de industrias estratégicas como la farmacéutica y la alimentaria?
Esta pregunta me lleva a una reflexión: parece que a la mayoría de los gobernantes les pasó de noche el enorme esfuerzo financiero y tecnológico desplegado por China a comienzos de los ochenta para elevar su producción de insumos médicos y precursores farmacéuticos. Durante mi segunda estancia como embajador (1982-1987), visité algunas fábricas que, aún con maquinaria antigua, estaban haciendo una labor encomiable. Para 1983, en los alrededores de Beijing, había dos fábricas produciendo enormes cantidades de precursores para antibióticos. Ahora China es una potencia en este sector. De esto se deriva la recomendación de que los países busquen la autosuficiencia farmacéutica y, como agrega la pregunta, la alimentaria.
En cuanto a lo primero, creo que desde tiempo atrás México debió impulsar, si no la autosuficiencia, sí el desarrollo y producción de fármacos en territorio nacional. Perdimos esa oportunidad, al optar por una política que privilegia las patentes y la propiedad intelectual. China también lo hizo, pero antes de aplicarla se aseguró de desarrollar sus capacidades productivas. En cuanto a lo alimentario, no creo que la búsqueda de la autosuficiencia o, por lo menos, de un abasto mayoritario nacional, sea necesaria. China no lo hace, y eso se reflejó en el boom de las materias primas de hace unos años. La demanda mundial de productos agrícolas como la soya y otros se expandió considerablemente cuando China se dio cuenta de que no podía producir todo. Su carácter de fábrica del mundo les asegura una posición estratégica. En el caso de México, sin duda hay que fortalecer a la agricultura interna, pero no necesariamente la autosuficiencia o, como le llaman algunos, la soberanía alimentaria.
¿Qué impactos se perfilan en los flujos de comercio internacional? ¿Se reforzará la tendencia a la segmentación y automatización de los procesos productivos, y fabricación conjunta como la que actualmente prevalece en América del Norte?
En el corto plazo, al menos, la guerra comercial emprendida por el gobierno estadounidense contra China no arroja los resultados esperados. Los aranceles aplicados a productos chinos y las correspondientes represalias comerciales del gigante asiático produjeron, en efecto, una desviación del comercio. El déficit comercial estadounidense con China bajó de 420 mil millones de dólares en 2018 a 346 mil millones en 2019, pero todavía representa una parte muy significativa del déficit global de Estados Unidos, 41% frente al 48% anterior. En cambio, México por primera vez desde 2003, desplazó a China como principal socio comercial. En 2019, el comercio total entre Estados Unidos y México ascendió a 614 mil millones de dólares frente a los 559 mil millones del comercio total entre las dos potencias mundiales. En cualquier caso, la tendencia a la automatización e integración productiva entre Estados Unidos y México va a continuar y se verá reforzada por esta tendencia a la regionalización.
¿Cómo vislumbra la relación Estados Unidos-China ante un eventual relevo en la presidencia de Estados Unidos?
Si el presidente Trump perdiese la reelección, como indican ahora la mayoría de las encuestas, seguramente habría un relajamiento —por lo menos en la retórica— en la relación bilateral. Tal vez se transite a un manejo más comedido y profesional de la política exterior hacia China, pero la disputa por la supremacía mundial es una realidad que trasciende al gobierno de Trump y seguirá marcando la pauta de la relación bilateral. Hay un artículo muy pertinente en Foreign Policy de Orville Shell, donde se señala que la estrategia desplegada por Estados Unidos hacia China pretendía orientarla hacia una economía de mercado, bajo el supuesto de que ese avance e integración con la economía global, más el surgimiento de una clase media amplia, la llevarían a una política más liberal y a un eventual acoplamiento de intereses. En la medida que eso no ocurrió, tanto republicanos como demócratas empezaron a considerar la necesidad de un desacoplamiento gradual. Las acciones de Trump, sin embargo, dieron paso a un rompimiento abrupto y desordenado, que es muy peligroso, y no necesariamente experimentará un cambio significativo con una nueva administración. Cambiará el estilo, pero no el fondo.
La pandemia dejó en suspenso las movilizaciones globales relacionadas con el cambio climático y luchas identitarias. ¿Cómo se ven afectados estos movimientos por el virus y la recesión global?
La coyuntura actual los fortalece. Esto se ve claramente en Estados Unidos, donde el repudio de amplios sectores de la población a las políticas y retórica de Trump ha ido en aumento. Lo mismo ocurre con las exigencias por una economía verde y en favor de una distribución más justa de riquezas y oportunidades, sin distinciones de razas. Lo mismo está pasando en otros países desarrollados, donde se ha tomado mayor conciencia de la necesidad de aplicar medidas concretas y observancia obligatoria para proteger el medioambiente. Salvo el gobierno de Estados Unidos, los demás están escuchando; incluso en el sector privado estadounidense se observa un cambio de mentalidad.
Por último, México acaba de ser electo como miembro, aunque no de forma permanente, del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Cuál debería ser la agenda del país en esta nueva encomienda?
La designación constituye una gran oportunidad para que nuestro país promueva resoluciones en el Consejo de Seguridad, haga escuchar la voz de un país de desarrollo medio e impulse causas como el desarme nuclear o el cambio climático. Impulsar activamente acciones concertadas en favor de la resolución pacífica de conflictos que ponen en peligro la paz mundial, como las pretensiones israelíes de anexar los asentamientos de la Margen Occidental. Una agenda propia que incluso nos lleve a disentir de Estados Unidos en puntos específicos. El mayor riesgo que veo es adoptar una posición sumisa.