En su opinión, ¿cuáles son los principales desafíos que la actual revolución tecnológica impone a los países en vías de desarrollo?
Esta revolución tiene un fuerte componente digital. Hoy en día tenemos una buena cantidad de aplicaciones que son cada vez más ubicuas, empresas basadas en plataformas informáticas están transformando la manera en la que nos relacionamos y consumimos, mientras se extienden a otros ámbitos de la actividad humana. Gracias al uso intensivo de datos, por ejemplo, la propia investigación científica está avanzando a pasos agigantados en biología molecular y áreas relacionadas, como la biotecnología. Este panorama abre un abanico de oportunidades para que América Latina pueda mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.
En primer término, estas tecnologías permiten revolucionar la manera en que los servicios públicos llegan a los ciudadanos, la cual se vuelve mucho más expedita y cómoda. El segundo tiene que ver con la posibilidad de ir generando aplicaciones que impacten la vida de las personas desde el punto de vista, por ejemplo, del acceso a servicios de salud a través de la telemedicina, o del mejoramiento de las capacidades para desarrollar agricultura inteligente con un uso más adecuado de fertilizantes, agua, etcétera.
Entonces, hay un mundo de aplicaciones que cada vez será más relevante; si antes predominaba el financiamiento a juegos o aplicaciones de comunicación, lo que se ve hoy en día en las tendencias de los fondos de capital de riesgo es que las inversiones se están orientando también a aplicaciones en el mundo de la medicina o la agricultura, por mencionar algunas.
En cuanto a los desafíos, en términos generales se pueden agrupar en dos vertientes. Una que tiene que ver con la conectividad: cómo llevar internet de buena calidad a todos lados, incluyendo a barrios pobres y a zonas rurales, para que los beneficios se distribuyan en forma equitativa. La segunda, que es absolutamente crucial, es el talento digital que las empresas e instituciones necesitan tener para aprovechar estas tecnologías digitales. Este talento se puede formar: existen mecanismos de formación rápida, de tres a seis meses, los llamados boot camps, que dan a gente sin conocimiento previo, las herramientas que les permiten familiarizarse con estas nuevas tecnologías.
¿Cómo describiría la situación actual de América Latina en materia de investigación y desarrollo? ¿El lugar que ocupa en el mundo corresponde con su riqueza humana y material?
América Latina está obsesionada con encontrar un atajo al desarrollo. Ve la innovación, la investigación y el desarrollo como un lujo y no como una necesidad, y eso es extraño, porque yo no conozco país alguno que se haya desarrollado sin hacer una inversión fortísima en investigación y fomento a la innovación. Algunos tienen, por ejemplo, una enorme riqueza petrolera, pero ya sabemos que esas riquezas son efímeras.
El problema es que los desafíos actuales en materia de cambio climático y en temas sociales, hacen que, efectivamente, si los países no logran conciliar el crecimiento con la inclusión social y con una mejor preservación del medioambiente, terminarán estancados. Yo no veo otra manera de conciliar crecimiento, sustentabilidad e inclusión, más que a través de la innovación.
¿Qué países de la región tienen el mejor desempeño en materia de innovación y desarrollo tecnológico?
En cuanto a la organización del esfuerzo, claramente Brasil es el líder de la región. Existen otros países como México, Costa Rica, Chile, Uruguay o Argentina, que tienen condiciones interesantes, pero no están invirtiendo mucho en investigación y desarrollo. Lamentablemente, en realidad lo hacen menos de lo que necesitarían. México, por ejemplo, tiene unas zonas de altísima productividad y complejidad tecnológica, pero se trata de espacios muy específicos dentro de la economía mexicana. Argentina lo mismo: tiene algunas áreas de excelencia, recordemos que es de los pocos países de América Latina que cuenta con varios ganadores del premio Nobel en áreas de corte científico. Tiene investigaciones de punta en determinados ámbitos, sin duda, pero son relativamente escasas. Y Brasil, que era el líder indiscutible e invertía 1.1% del PIB en investigación y desarrollo, ha ido disminuyendo su esfuerzo, y eso preocupa. Así, en la región tenemos pocos casos destacados. Hay países, como Uruguay, que han organizado muy bien su esfuerzo, pero donde todavía es insuficiente la inversión.
LAS PLATAFORMAS DIGITALES TRANSFORMAN LA MANERA COMO INTERACTUAMOS.
¿Hay condiciones para superar los rezagos que aquejan a América Latina en materia de inversión en investigación y desarrollo, tanto de origen público como privado?
Este es un tema muy complicado porque implica superar el cortoplacismo con que habitualmente se llevan las políticas en la región. El esfuerzo para formar capital humano avanzado y generar las conexiones del sistema lleva años, pero retribuyen a la larga, generan condiciones más favorables para crecer y desarrollarse. El problema está en que se requiere mucha voluntad política, porque significa dejar de hacer otro tipo de cosas que pueden dejar más dividendos en el corto plazo. Ese es el gran imperativo que tiene la región hoy día.
La inversión, además, debe tener un sentido de misión para que pueda enfocarse en los problemas concretos de cada país, desde la investigación básica hasta la aplicada y la transferencia de tecnología. Por ejemplo, en Chile una de las áreas que se ha privilegiado es la prevención y mitigación de desastres naturales, que tienen un efecto devastador en su economía. Por lo tanto, invertir en tecnología que atienda este problema es extraordinariamente rentable. Se puede planear una agenda de prioridades de investigación, desde la física hasta la antropología, en línea con la agenda política para resolver estos grandes desafíos.
Un estudio del BID señala que, en América Latina, el 50% de los trabajos es susceptible de ser automatizado. ¿Cómo pueden prepararse los países de esta región para aprovechar el potencial de los cambios tecnológicos?
Esto es cierto, pero sobre todo en las tareas repetitivas, o que dependen del cálculo o el cómputo. El desafío es generar las competencias que permitan a las personas ocuparse en aquellos nuevos trabajos que van a ir surgiendo, en donde aspectos como la creatividad, la imaginación y el saber hacer preguntas van a ser más relevantes que el dominio de algunos saberes técnicos y habilidades repetitivas. Ese proceso de transición es complicado. Un caso extremo es el de cómo se hace ciencia hoy día. La formación de todos los investigadores, en cualquier campo, requiere una sólida formación en análisis de datos. Es muy difícil hacerse una carrera sin esas habilidades. Pero también se van a requerir habilidades esencialmente humanas, no reemplazables por robots.
¿Cuáles son los principales desafíos que tienen por delante las universidades para acompañar a las empresas en el salto digital y en las exigencias que les impone la dinámica productiva de la economía del conocimiento?
Para empezar, ajustar su proceso de formación al hecho de que el mundo está cambiando extraordinariamente rápido; además, van a requerir por lo menos distinguir entre la formación de investigadores y la formación de profesionales. Esta última se puede hacer de manera más rápida, sin impedir que el profesional pueda adquirir habilidades de investigación. El propio hecho de que uno se pueda formar hoy, en ciertos temas, en boot camps de unos cuantos meses y obtener el mismo sueldo de una persona con licenciatura, es muy indicativo de los retos que enfrentan las universidades. Hay mecanismos de formación muy ágiles que están invadiendo el terreno de las universidades y, por lo tanto, es indispensable que estas ajusten su proceso de formación.
El segundo desafío tiene que ver con que, en América Latina, las universidades realizan la mayor parte de la investigación, y por lo tanto deben estar muy atentas a las necesidades de la sociedad y las empresas, con el propósito de orientar esas investigaciones hacia una dirección que sea útil.
En un mundo donde Google lo sabe todo, ¿cuáles deberían ser las competencias más valoradas de los egresados de las instituciones de educación superior?
La capacidad de aprender, de generar interpretaciones novedosas, de saber trabajar en equipo y escuchar. Por ejemplo, un biólogo tiene que saber biología, pero cada vez más va a necesitar tener lo que se denomina “habilidades blandas” o humanas, porque el conocimiento se está generando en los espacios de confluencia de diversas disciplinas. Va a ser cada vez más importante la capacidad de tender esos puentes.
Y las empresas, ¿qué deberían hacer para mejorar su desempeño en investigación y desarrollo tecnológicos?
El mayor problema que tienen las empresas para acceder al conocimiento que se genera en las universidades es que, en muchas ocasiones, no cuentan con personal capacitado para entenderlo y asimilarlo. Hay muchos mitos acerca del vínculo entre las universidades y las empresas, como la creencia de que las primeras tienen que acercarse a las segundas. Lo que ocurre en los lugares en que conviven de manera estrecha —Silicon Valley o Cambridge, Massachussets, por ejemplo—, es que las empresas ahí instaladas tienen personal que es capaz de entender los artículos que se publican en las revistas especializadas, o de ir a una conferencia y entender dónde se está generando conocimiento de frontera para luego poder aplicarlo. Este es el mayor desafío de las empresas.
INVERTIR EN TECNOLOGÍA DE PREVENCIÓN ES EXTRAORDINARIAMENTE RENTABLE.
¿Los investigadores universitarios cuentan con los incentivos apropiados para involucrarse en la innovación productiva y en el desarrollo tecnológico del país?
Ha ido cambiando, pero en general la respuesta es no. El sistema de incentivos apunta a la cantidad de publicaciones y eso significa que, en general, incluso si uno está cerca de desarrollar una investigación que podría tener una aplicación relevante, las estructuras de financiamiento e incentivos lo empujan a seguir investigando y no a perseguir el desarrollo de esa aplicación, por el riesgo de que su carrera no pueda seguir progresando. “Publicar o morir” sigue siendo la norma, si bien en algunos sistemas se ha introducido la idea de que también se evalúe a las universidades —por ejemplo— por la cantidad de patentes, pero eso tampoco es una medida infalible: patentar es caro y hay muchas patentes que son inútiles, de modo que tampoco tiene sentido obligar a las universidades a hacerlo constantemente. La pregunta es: ¿cómo se genera valor? Y las universidades generan valor de distintas maneras: formando gente, sin duda, y conocimiento nuevo, pero también pueden generar valor para la sociedad mediante la transferencia de ese conocimiento, de identificar problemas relevantes para tratar de resolverlos. Esta última dimensión es la que en especial se echa de menos, porque no necesariamente implica publicaciones en revistas indexadas.
¿Qué políticas públicas ayudarían a promover una mejor coordinación de empresas y universidades en el proceso de innovación y desarrollo tecnológicos?
El mayor problema no es solamente que las universidades estén en la torre de marfil, sino que, simplemente, las empresas son incapaces de formular preguntas relevantes, o incluso de entender el conocimiento que genera la contraparte universitaria. Políticas públicas que ayuden a las empresas a adquirir capacidades de generar conocimiento nuevo, les permitirían saber qué y dónde buscarlo. Las empresas innovadoras buscan y encuentran respuestas de manera global, pero donde primero van a buscar es en los centros de conocimiento cercanos.
¿Cómo puede la cooperación internacional apoyar los esfuerzos de los países latinoamericanos para mejorar su desempeño en materia de innovación y desarrollo tecnológicos?
Lo primero es revisar cómo aprenden los países, unos de otros. En América Latina hay conjuntos de países que enfrentan más o menos el mismo desafío. Por ejemplo, países que enfrentan desafíos institucionales importantes y similares para desarrollar sus agencias de investigación científica y tecnológica. Esos países pueden aprender unos de otros y de las experiencias internacionales previas. Buena parte de lo que logra el BID es transferir experiencias y enseñanzas. Eso es muy importante. También tener acceso a lo que han hecho o están haciendo países más avanzados. La cooperación internacional debe ser un acompañamiento permanente —más que la simple lectura de documentos— mediante el diálogo continuo. La ventaja del que llega tarde es que pueden aprender de los errores y aciertos del que lo hizo anteriormente, pero siempre entendiendo que no es un proceso de copia, sino de adaptación.
¿Cuál es el papel del BID en el apoyo de la innovación en la región? ¿Cuáles, sus áreas de acción prioritarias?
En sus 60 años, el BID ha sido un compañero permanente de los esfuerzos de los países de la región en esta materia. En los setenta y ochenta, ayudó mucho al fortalecimiento de las capacidades universitarias y a la formación de los consejos de investigación científica y tecnológica. En años recientes ha sido muy importante para apoyar las capacidades de intervención en los países por medio del establecimiento de agencias y fondos de innovación que, probablemente, sin el apoyo del BID no hubieran surgido. Ahora es prioritario apoyar otros instrumentos de estímulo a la innovación, por ejemplo, el uso de las compras públicas como un mecanismo que permita incentivar innovaciones, ayudar a que se generen mecanismos de apoyo al emprendimiento, la formación rápida de talento, sobre todo digital y, desde luego, los procesos de innovación que ayuden a cumplir con los objetivos de desarrollo sustentable.
¿Cuál es su balance de los resultados obtenidos por el BID en esta área?
Una fortaleza del BID es su muy riguroso sistema de evaluación. Evaluamos los impactos de los proyectos y programas, y si uno revisa lo que hemos hecho, se aprecia que se han ido perfeccionando en la región, y no es solo un mérito del banco, sino también de los gobiernos y de los mecanismos de intervención. El problema es que estas intervenciones no tienen todavía la escala para producir cambios fundamentales y sólidos. La región ha aprendido a hacer bien estas cosas, ya no hay tanto miedo, pero se siguen haciendo todavía a una escala muy menor.
Dada la condición de partida de los países latinoamericanos, ¿cómo espera que evolucione su acervo tecnológico y de innovaciones productivas en los años por venir? ¿Qué escenarios avizora?
Salvo excepciones como las de regiones de Brasil, México, Argentina y Costa Rica, el grueso de los países de la región depende en exceso de sus recursos naturales, desde la minería hasta lo forestal, la agricultura o la biodiversidad. Buena parte de lo que viene tiene que ver con el desarrollo de actividades que van a revolucionarse con la aplicación de las tecnologías digitales, particularmente el internet de las cosas. Esto se suma a la revolución en la biotecnología y todas sus implicaciones. El surgimiento de los biomateriales y en general todo el mundo de lo bioeconomía va a ser muy relevante y en estas actividades América Latina tiene un enorme potencial si invierte en la generación de talento y capacidades de investigación y aplicación. La región tiene mucho que aportar, de ahí la urgencia de redoblar los esfuerzos.