Lo que hoy se conoce popularmente como “economía colaborativa” surgió en 2008 en el marco de la crisis financiera. También denominada economía de plataforma, esta modalidad abarca una gama extensa de actividades como alojamiento, transporte, servicios personales e intercambio de bienes duraderos. En su segmento lucrativo, objeto de este artículo, las plataformas emplean aplicaciones digitales para enlazar a los propietarios de algún tipo de activo con demandantes potenciales. Lo hacen mediante un sistema de calificaciones y evaluación de la reputación desarrollados en dinámicas colaborativas que facilitan el intercambio entre desconocidos. Además, casi siempre contratan a proveedores como trabajadores independientes y sin las protecciones habituales del empleo. Las dos plataformas más importantes son Airbnb y Uber, que ofrecen alojamiento y transporte, respectivamente. También hay plataformas de trabajos personales, como TaskRabbit y Takl, que brindan servicios de limpieza doméstica, mantenimiento, mudanzas o montaje de muebles. Otras plataformas organizan el intercambio entre particulares de herramientas, equipo de acampar y otros bienes, y utilizan diferentes modalidades (alquiler, préstamo o donación).
¿Las plataformas mejoran, transforman o exacerban las desigualdades existentes?
La aparición de estas plataformas de intercambio entre particulares ha despertado el interés de la prensa tanto por su rápida expansión como por lo controvertido de sus impactos esperados. ¿Proporcionan salarios adecuados?1 ¿La figura de contratista independiente es adecuada para clasificar a los trabajadores de estas plataformas?2 ¿Cuál es el impacto esperado de la proliferación de sitios de servicios de alojamiento como Airbnb en la disponibilidad de viviendas?3 Además de estas preguntas económicas, legales y políticas, el sector arroja luz sobre la reestructuración del empleo en un entorno de precariedad laboral creciente.4 La incidencia de las modalidades colaborativas en el desarrollo de los sistemas de calificación y evaluación de la reputación son también relevantes para determinar el posible impacto de la tecnología en el nivel de confianza y en la interacción social.5 Una tercera batería de preguntas se ocupa del tema de la desigualdad: ¿las plataformas mejoran, transforman o exacerban las desigualdades existentes?6
Por la escasa información disponible, las investigaciones empíricas sobre la “economía colaborativa” son aún limitadas. En este artículo sobre las plataformas digitales con fines de lucro nos ocuparemos en primer término de la definición: ¿qué es la “economía colaborativa”?, ¿es un término apropiado para los tipos de intercambios involucrados?, ¿representa una categoría analítica coherente? Luego, nos adentraremos en el análisis de la confianza y la interacción social. A continuación, discutiremos el impacto de la proliferación de las plataformas digitales en el empleo y, por último, exploraremos la cuestión de la desigualdad.
Primeros pasos y la complejidad
de una definición precisa
El origen de lo que se conoce como “economía colaborativa” se remonta a 2008 con la aparición de Airbnb y Uber. En sus inicios, el término más empleado para describir estas actividades fue el de consumo colaborativo y, con él, se destacaba su contribución al uso más racional de la capacidad instalada. El argumento era que esta nueva modalidad económica (plataforma o aplicación digital) favorecía el intercambio de activos ociosos y, por tanto, elevaba la eficiencia, reducía la huella de carbono y mejoraba el bienestar de los propietarios. Airbnb y Uber “monetizaron” la capacidad ociosa (habitaciones y autos subutilizados), mientras que otras innovaciones tempranas, como Yerdle, LandShare, NeighborGoods y Share Some Sugar, intentaron promover el préstamo no monetizado; al tiempo que otras iniciativas hicieron uso de plataformas para crear nuevos mercados de segunda mano.
En algún momento de 2010, el concepto “economía colaborativa” empezó a generalizarse, y eclipsó al de “consumo colaborativo”. A medida que el sector crecía, proliferaron términos como economía bajo demanda, economía de acceso o economía por encomienda, en lo que representó un intento por tipificar la diversidad de actividades y modelos emergentes. En enero de 2012 se fundó en Francia Guisare, una red mundial de expertos interesados en identificar elementos comunes a la “economía colaborativa”. En mayo de ese mismo año, se realizó en San Francisco una importante conferencia con este mismo propósito.7 Un aspecto destacado de estos primeros esfuerzos es que involucró tanto a plataformas lucrativas como Airbnb, Lyft y TaskRabbit como a pequeñas plataformas sin fines de lucro. Uber, sin embargo, nunca se involucró.8 En los hechos, la inclusión o no en la corriente colaborativa se convirtió en una suerte de decisión empresarial.9 Lyft formaba parte y Uber no, pese a que eran plataformas casi idénticas. TaskRabbit, una plataforma de encomiendas y tareas formaba parte, pero Amazon Mechanical Turk y otras plataformas de trabajo digital no. Desde un punto de vista analítico, esto era claramente insatisfactorio.
Desde entonces, los investigadores se han dado a la tarea de aportar estudios para perfilar una definición satisfactoria de la “economía colaborativa”. En una contribución pionera, Schor y Fitzmaurice10 identificaron en el tipo de retribución —lucrativa o sin ánimos de lucro— y el intercambio entre particulares dos aspectos medulares de la “economía colaborativa”. Si bien la separación lucrativo/sin ánimo de lucro resulta aún crucial, el creciente control que ejercen las plataformas lucrativas sobre sus trabajadores terminó por restar sustancia al intercambio entre particulares.
En 2016, el Departamento de Comercio de Estados Unidos ofreció la primera definición gubernamental al identificar cuatro características de lo que denominó “empresas de emparejamiento digital”: (1) el uso de tecnología de información para facilitar las transacciones entre particulares, (2) el uso de sistemas de calificación basadas en la reputación, (3) la flexibilidad de horarios de los trabajadores y (4) la aportación de los trabajadores de herramientas y activos necesarios para proporcionar el servicio.11 Aunque estos criterios pueden ser una buena aproximación, la propia dinámica de la “economía colaborativa” terminó erosionado su capacidad explicativa. Ahora existen plataformas que mantienen en propiedad los activos, mientras que el control que ejercen ciertas empresas colaborativas les permite determinar tanto horarios como volúmenes de trabajo.12
Una aproximación alternativa plantea que el análisis de la actividad de las plataformas debe situarse en el contexto más amplio de la economía digital. Una primera vertiente sugiere que debe vincularse con los movimientos más dinámicos del mundo cibernético, en particular el de la producción colaborativa de software, la creación de contenidos mediante esquemas colaborativos y la computación distribuida.13 En nuestra investigación, encontramos que actividades en línea como el intercambio de archivos, la publicación de videos y el intercambio de música cultivaron habilidades y prácticas digitales que fueron capitalizadas por las primeras empresas colaborativas.
Otra alternativa para la agrupación de las actividades colaborativas no se centra en los usuarios sino en la tecnología (particularmente en el potencial de la informática) y en las estrategias de creación de valor de las compañías. Kenney y Zysman,14 en varios artículos esclarecedores, describen lo que ellos llaman la “economía de plataforma” y argumentan que la evolución de Airbnb, Uber y otras empresas orientadas al consumidor será determinada, muy probablemente, por el desarrollo de un grupo más amplio de tecnologías como las de Google, Apple, Amazon y Facebook. En esta aproximación, Airbnb, Uber y otras plataformas de consumo colaborativo son pequeños actores que interactúan dentro de una reestructuración de mayor alcance. En opinión de Kenney y Zysman,15 “estamos en medio de una reorganización de nuestra economía en la que los dueños de plataformas digitales están acumulando un poder sustancial, incluso más amplio que el alcanzado por los dueños de fábricas durante la primera Revolución Industrial”.
Por último, está la cuestión de si “colaborativo” es un término apropiado para los tipos de intercambios que se están organizando alrededor de las plataformas lucrativas. Los analistas han publicado críticas fulminantes al respecto en la prensa popular16 y este escepticismo se reproduce en la bibliografía académica. Alexandrea Ravenelle,17 quien hizo estudios sobre los trabajadores por encomienda en la ciudad de Nueva York, afirma que “rentar un sofá extra o el auto sin usar de otra persona no es más que un capitalismo racional”.
En todo caso, aún no existe una terminología satisfactoria de la economía colaborativa y es probable que esta condición se mantenga por un tiempo dada la acelerada transformación del sector. Como Kenney y Zysman18 señalan, “la proliferación de etiquetas es simplemente un indicador de las trascendentes consecuencias que se avizoran para la sociedad, los mercados y las compañías con el auge de las plataformas digitales, y del hecho de que no se cuenta hasta el momento con una idea clara sobre su alcance y dirección”.
Confianza e interacción social
Dado que el intercambio en las plataformas colaborativas se realiza entre personas desconocidas, los sociólogos tienen interés por dilucidar si este tipo de transacciones favorece o no el nivel de confianza y el grado de convivencia social. Se considera que la economía de plataforma cuenta, entre sus méritos principales, con la capacidad de reunir a personas desconocidas y encauzar su convivencia.
En términos generales se puede afirmar que los participantes valoran el trato más personalizado que brindan los servicios intermediados por las plataformas digitales. En el caso de Couchsurfing, un estudio realizado antes de su trasformación en una plataforma lucrativa de servicio de alojamiento, encontró que el vínculo inicial establecido por usuarios y anfitriones solía evolucionar hacia relaciones más perdurables.19 Sin embargo, un análisis longitudinal de la misma plataforma sugirió que la calidad de estas conexiones sociales disminuyó a medida que los usuarios se “desilusionaron” de su capacidad para establecer nuevos vínculos sociales.20 De manera similar, Ladegaard21 encuentra que los anfitriones de Airbnb en Boston aprecian la oportunidad de experimentar un “exotismo confortable” pues con frecuencia sus invitados son extranjeros, pero con una cultura lo suficientemente similar para no generar temor a lo desconocido. Ravenelle22 encuentra que los usuarios de Airbnb pueden ser descritos como lo que Zelizer denominó un “circuito de comercio”, es decir, un tipo particular de red social que no es ni un mercado ni una empresa, pero que tiene conexiones sociales duraderas.
De acuerdo con los datos de Schor23 sobre las experiencias de los usuarios de plataformas colaborativas, la interacción social fue un motivo importante para al menos la mitad de todos los anfitriones de Airbnb, e incluso para algunos de TaskRabbit. Schor documenta que los primeros socializan, comen, beben, recorren una ciudad y, en ocasiones, cultivan una amistad duradera con sus huéspedes. Sin embargo, también encuentra casos de huéspedes y anfitriones que prefieren no socializar. Una consideración importante sobre estos hallazgos es si los servicios de alojamiento se están volviendo más impersonales a medida que proliferan las plataformas colaborativas y el interés por la socialización es reemplazado por motivaciones de índole económica.
Otra cuestión relevante es si prácticas cotidianas no remuneradas —como hacer favores u hospedar a amigos—, se verán afectadas por la proliferación de plataformas que brindan este tipo de servicio mediante una retribución económica. Una investigación de Andrés Monroy-Hernández24 encuentra que las personas reducen su “altruismo” a medida que se transforman en generadores activos de ingresos. Hasta la fecha, solo hay pruebas anecdóticas sobre este efecto. Schor25 documenta el caso de un anfitrión al que le molestan las visitas familiares porque reducen sus ingresos provenientes del alquiler en línea de habitaciones. Pero también hay ejemplos opuestos, como el de un anfitrión que aconsejó a sus huéspedes el uso del servicio de Couchsurfing (en lugar del de Airbnb) para que no tuvieran que pagar por el alojamiento.
El grado de satisfacción del trabajador depende estrechamente de la plataforma especíca que se examine
Los temas de confianza, interacción social y la mercantilización de la vida diaria abren grandes interrogantes sobre la naturaleza de las plataformas digitales y sus probables impactos en la convivencia social. Si Kenney y Zysman están en lo correcto acerca de que las plataformas representan una acumulación histórica de poder similar, o incluso mayor, al que ostentaban los dueños de fábricas durante la Revolución Industrial, podemos esperar cambios trascendentes. La mercantilización de la vida diaria plantea una batería de preguntas acerca de cómo esta tendencia afectará no solo a las relaciones entre desconocidos sino también las que involucran a la convivencia de personas conocidas (amigos, familiares y personas con las que los individuos comparten lazos sociales débiles y fuertes). El creciente poder de las plataformas también plantea cuestiones sobre el futuro del mercado laboral, tema al que nos dirigimos ahora.
Trabajo por encomienda
Existe un amplio consenso respecto a las repercusiones de la “economía colaborativa” en las condiciones de vida de los trabajadores, al grado que algunos analistas la asocian con una auténtica renovación del capitalismo.26 Las discrepancias aparecen en torno a la dirección esperada del cambio. Economistas como Arun Sundararajan,27 perfilan una sociedad emergente de microempresario en red, donde el “fin del empleo y el auge del capitalismo de masas” darán lugar a una transformación fortalecedora, eficiente y vanguardista de la sociedad, en tanto que otros analistas prevén un incremento de la precariedad y la explotación laborales28 y no descartan una posible distopía neoliberal.29
Del análisis de la información recabada a partir de entrevistas a trabajadores de plataformas entre 2013 y 2017, encontramos que la competencia por el mercado y el control que ejercen las plataformas sobre los trabajadores son crecientes mientras que los ingresos siguen la trayectoria opuesta, particularmente entre los trabajadores de más bajos salarios.30 Nuestros hallazgos sugieren que el grado de satisfacción del trabajador depende estrechamente de la plataforma específica que se examine, así como de la trayectoria temporal. Las plataformas no solo cambian de políticas y procedimientos, sino que también confrontan un entramado institucional en evolución. Además, los trabajadores de las plataformas están posicionados de forma distinta en términos de los activos que aportan al trabajo y de su dependencia a los flujos generados mediante estas plataformas. Estas dimensiones son importantes para entender por qué algunos trabajadores están satisfechos con su condición y otros son extremadamente críticos.
Para entender esta dinámica laboral conviene situarse en el contexto de cuatro décadas de estancamiento salarial, de declive de los beneficios laborales y del aumento de la precarización del empleo.31 Un estudio reciente de Katz y Krueger32 encuentra que buena parte del incremento neto del empleo entre 2005 y 2015 se dio sobre la base de acuerdos alternativos, es decir, no estandarizados. Esta debilidad del trabajo en la etapa posterior a la recesión permitió a las plataformas reclutar a trabajadores capacitados incluso bajo condiciones precarias, aumentar el control de la mano de obra y transferir riesgos a proveedores y clientes. Bajo el “capitalismo de plataforma”,33 los trabajadores han recuperado los medios de producción solo para descubrir que tienen poco control sobre las relaciones de producción —en este caso, la estructura de la red—, una situación a la que Scholz34 se refiere como “multitudes trasquiladas”. Dado que estas relaciones están intermediadas algorítmicamente,35 es difícil para los trabajadores, los consumidores y los reguladores comprender cómo funcionan las plataformas y, por lo tanto, a quién responsabilizar de sus resultados.
La clasificación de los trabajadores es otro aspecto de gran controversia, incluso más que el de las percepciones salariales. Casi todas las plataformas designan a los trabajadores como contratistas independientes, y en esta condición carecen de las prestaciones y el respaldo de la previsión social.36 Los mismos trabajadores tienen sentimientos encontrados sobre esta cuestión. En la encuesta de Pew,37 68% de la muestra se considera un trabajador independiente que simplemente usa estos servicios para conectarse con clientes o usuarios, mientras que 26% se asume como empleado. En ausencia de las habituales protecciones del empleo y de sindicatos, las plataformas tienen un margen de maniobra más amplio para elaborar y hacer cumplir las reglas del trabajo y habitualmente están ejerciendo este poder. En un estudio de Rosenblat y Stark se identifica una serie de tácticas utilizadas por Uber para controlar a los conductores, entre las que se incluyen notificaciones, métricas de desempeño, inspección y penalizaciones. Al tiempo que destacan las asimetrías de la información y el poder entre ambos bandos.38 Las plataformas pueden desactivar unilateralmente las cuentas y dejar fuera a los trabajadores de los mercados sin prácticamente ningún recurso.
Las plataformas colaborativas podrían desempeñar un papel en la gobernabilidad urbana, lo cual facilita la toma colectiva de decisiones y el compromiso cívico
Durante casi una década, un conjunto creciente de evidencias sugiere una tendencia hacia la intensificación del trabajo y el deterioro de las condiciones laborales. La competencia entre plataformas, las guerras de precios y las presiones para aumentar el volumen de transacciones amenazan con bajar los salarios y erosionar las condiciones laborales.39 Que esta tendencia continúe o no dependerá, en gran parte, de las condiciones laborales en el resto de los mercados de trabajo y de la flexibilidad para que los trabajadores puedan entrar y salir de este sector.
“Economía colaborativa” y desigualdad
Una de las reivindicaciones comunes propuestas por las plataformas es que están creando una oportunidad económica para los estadounidenses cortos de dinero. Ya sea la capacidad de quedarse en casa porque los ingresos de Airbnb ayudan a pagar la hipoteca o el efectivo de una “ocupación secundaria” en Uber que paga las facturas, la cuestión de la ampliación de oportunidades es fundamental para la retórica de las plataformas. Aunque no hay duda de que las plataformas han sido un medio eficaz para que muchos estadounidenses perciban ingresos, el discurso de la ampliación de oportunidades no aborda las pruebas cada vez mayores de que las plataformas también funcionan de maneras discriminatorias.
De hecho, hay un conjunto cada vez mayor de hallazgos que revelan la discriminación existente en la economía de plataforma. Investigadores de la Escuela de Negocios de Harvard hallaron que existe discriminación racial en ambos lados del mercado de Airbnb. Un trabajo, que se basó en datos obtenidos del sitio web de Airbnb, encontró que los anfitriones negros recibieron tarifas por noche 12% más bajas que los anfitriones que no son negros; además del hecho de que los anfitriones negros sufrieron penalizaciones más altas por lugares indeseables.40 Un estudio similar de Laouénan y Rathelot41 encontró que los anfitriones que provienen de las minorías étnicas reciben precios 3.2% inferiores que los que cobran los anfitriones de las etnias mayoritarias. Cansoy y Schor,42 usando una base de datos de más de 400 mil listados de Airbnb en Estados Unidos, también encuentran que los anfitriones que no son blancos reciben precios más bajos por sus propiedades. Además, encuentran que los anfitriones no blancos obtienen calificaciones más bajas. Estos hallazgos también se sostienen para otros subgrupos particulares dentro de la categoría de no blancos, como afroamericanos y latinos.
La economía de plataforma también puede estar aumentando la desigualdad y discriminación por razones de clase social. Schor43 sostiene que la dinámica de las plataformas está desfavoreciendo a las personas en el extremo inferior de la escala de distribución de ingresos y está favoreciendo a aquellos en el extremo superior. Una razón es que muchos proveedores tienen empleos de tiempo completo, como ya se señaló, y las plataformas ofrecen formas novedosas para aumentar los ingresos. El trabajo que las personas están asumiendo parece ser nuevo y no un sustituto de otras oportunidades que generan ingresos. En segundo lugar, un gran número de proveedores tienen un alto nivel educativo y se están encargando de tareas que tradicionalmente hacen los trabajadores con bajos niveles de educación, como la limpieza, la conducción de autos y otros trabajos manuales.
La “economía colaborativa” empezó reivindicando la cooperación y la reciprocidad. En un trabajo reciente, encontramos44 que muchos participantes expresan valores comunes y ven su participación en estos mercados como un intento de crear mercados personalizados y más humanos, en oposición a la economía corporativa global. Sin embargo, conservar estos ideales ante los cambios en este sector parece cada vez más difícil. Las condiciones para los trabajadores, al parecer, tienden a deteriorarse.
Sin embargo, hay contrajugadas en marcha. Aunque los trabajadores en la parte superior de la jerarquía de la economía de plataforma están bastante satisfechos, una parte significativa y cada vez mayor está realizando trabajos precarios con salarios bajos.45 Los conductores intentan sindicalizarse en algunos lugares y otros proveedores se comunican y organizan a través de las redes sociales y otros canales. Otro desarrollo es el cooperativismo de plataforma (en el que los trabajadores poseen y operan las plataformas).46 Scholz sostiene que las cooperativas de plataforma pueden realzar las condiciones laborales y mejorar los servicios. Por último, las plataformas colaborativas podrían desempeñar un papel en la gobernabilidad urbana, lo cual facilita la toma colectiva de decisiones y el compromiso cívico.47 Los esfuerzos en el nivel municipal para regular la “economía colaborativa” son mayores en este momento fuera de Estados Unidos con algunas ciudades, como Seúl y Ámsterdam, que oficialmente se autodenominan como “ciudades colaborativas”.
En esta reseña, nos centramos en las áreas de la economía de plataforma sobre las que se ha publicado bibliografía empírica. Esto significa que pasamos por alto muchas cuestiones importantes, por ejemplo, los impactos ecológicos. Las plataformas han promocionado sus credenciales “verdes” y muchos participantes creen que la colaboración es verde por definición. Pero hay creciente evidencia de que las aplicaciones de viajes compartidos están aumentado el tráfico48 y sacando a la gente del transporte público. Asimismo, en nuestros estudios encontramos que Airbnb está provocando que las personas viajen más. Nuestro equipo de investigación analiza ahora los posibles impactos ecológicos de algunas de las plataformas. Otros temas, como los eventuales efectos de la “economía colaborativa” en la disponibilidad de vivienda y la cultura urbana, también son importantes. Por último, observamos que los hallazgos expuestos a lo largo de este trabajo están en clara evolución. Al concluir la primera década de la economía de plataforma, lo que parece claro es que se trata de una entidad compleja y muy cambiante.
Traducido con la colaboración de Sandra Strikovsky
I Este artículo apareció originalmente en Sociological Compass . Lo reproducimos (de manera resumida) con la autorización de esa revista y de los autores.
II Optamos por poner entre comillas el término “economía colaborativa” porque no creemos que las actividades de las economías de plataformas deban considerarse colaborativas. Véase Juliet B. Schor y Connor J. Fitzmaurice, “Collaborating and connecting: the emergence of the sharing economy”, en Lucia A. Reisch y John Thøgersen (eds.), Handbook of research on sustainable consumption, Edward Elgar, Reino Unido, 2015, pp. 410-425.
Juliet B. Schor es profesora de sociología en Boston College. William Attwood-Charles es doctorando en Boston College. Ambos participan en la Red de Investigación sobre Aprendizaje Conectado de la Fundación MacArthur.