Por una diversificación de la política exterior.
Es un error frecuente confundir al TLCAN con el modelo de desarrollo y no considerarlo como uno de los elementos de la política económica general del país, refiere en entrevista con Comercio Exterior Susana Chacón, vicepresidenta del Club de Roma. Qué bueno que contamos con el Tratado, señala, pero hay que definir el modelo con la mira puesta en la reducción de la desigualdad y de los niveles de pobreza. Ese es el reto mayor del próximo Gobierno, coordinar esfuerzos para que las ventajas comerciales se reflejen en mayores niveles de desarrollo.
Por: Guillermo Máynez Gil

Con la renegociación en marcha de los tratados comerciales más relevantes, 2018 se perfila como un año decisivo para las relaciones exteriores de México. ¿Cuáles son los retos y los logros más relevantes de la política exterior del país en esta coyuntura?

Son varios los temas que es importante considerar. Primero, hay que hacer un poco de historia y recordar cómo la política exterior de México se concentró en la economía, primero en la administración de Miguel de la Madrid y, de manera más evidente, con la negociación del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN).

¿Qué pasa entonces? Que los temas comerciales capturan los primeros lugares de la agenda de política exterior. Pero esta agenda es más amplia. Tiene que ser un paraguas que abarque una variedad de temas más amplia que los meramente comerciales. Cuando llegamos a 2018, ya con un número muy importante de tratados comerciales, lo primero que debemos pensar es para qué queremos tantos. ¿Cómo podríamos mejorar el funcionamiento y aumentar los beneficios de cada uno de ellos? Me preocupa que no veamos los acuerdos comerciales como parte integral del desarrollo del país, para el que la política exterior es sustancial.

Si contamos con un número significativo de acuerdos, pero no tenemos claro cuáles son los intereses nacionales y cómo la política exterior puede ayudarnos en términos de cabildeo, particularmente con actores que no son a simple vista los protagonistas del comercio, como los gobiernos locales, perdemos muchas oportunidades. Ese es el mayor reto del próximo Gobierno: lograr que la política exterior coordine los esfuerzos para que las ventajas comerciales se traduzcan en un mayor nivel de desarrollo. Se ha dicho que la mejor política exterior es una buena política interna, pero también hay que verlo de otra forma: el hecho de que México esté inserto en la globalidad permite actuar estratégicamente en beneficio al país.

 

Después de una época de auge del liberalismo comercial, estamos viendo un regreso de los nacionalismos en muchas regiones del mundo. Ante este fenómeno, ¿cuál debe ser el papel de la política exterior, más allá de lo meramente comercial?

Justamente, en función de lo que se defina como intereses nacionales, ver cómo nos acercamos a quienes realmente nos puedan apoyar para alcanzarlos. Estamos en un momento de incertidumbre global y la economía mexicana está preparada para un entorno de libre intercambio, porque esto es lo que ha predominado durante los últimos 25 años.

Es momento de replantear prioridades. Tenemos que afianzar nuestra presencia en el mundo, aunque muchas economías se estén cerrando. Hay que recordar que, a fines de los ochentas, se decía que el mundo se estaba fragmentando en bloques más o menos cerrados que maximizarían el comercio intrarregional. Pues ahora estamos regresando al nivel nacional, al “America first” o al “Hecho en México”, pero no podemos olvidarnos del mundo. Son tantas las interconexiones, son tales los compromisos adquiridos, las economías de escala y la creación de valor entre los países que tienen acuerdos, que es imposible cerrarse por completo de la noche a la mañana, aunque haya mayor proteccionismo.

Lo que sí tenemos que hacer es jugar estratégicamente. No podemos seguir con los mismos parámetros de hace 25 años, porque tampoco nos conviene. El TLCAN ha sido muy bueno en cierto sentido, pero sus beneficios no han sido homogéneos. Replantear no quiere decir cerrarnos o tener un nacionalismo a ultranza, sino repensar cómo manejar los tratados que tenemos. Hubo un error en la definición del TLCAN: no considerarlo un elemento de la política económica general del país, sino convertirlo casi en el modelo de desarrollo. Tenemos que ver las cosas al revés: qué bueno que contamos con el Tratado, pero hay que definir el modelo de desarrollo en función de la reducción de la desigualdad y los niveles de pobreza, de cerrar la brecha de desarrollo entre norte y sur. No es correcto que haya estados que, por exportaciones, crecen al siete u ocho por ciento, y otros como Campeche y Tabasco que decrecen.

 

 

El avance tecnológico permite hoy una movilidad que no se va a detener, lo mismo en migración, comercio y finanzas que en el campo del conocimiento. ¿Qué puedes decirnos sobre esto?

En efecto, no se va a detener. Los gobiernos pueden controlar algunos cauces, pero hay procesos independientes. En América del Norte, el movimiento de la frontera entre México y Estados Unidos ha existido siempre, independientemente de los tratados de libre comercio. La relación comercial fronteriza ya estaba ahí; en 1994 se crea un marco institucional que permite formalizar la relación y tener acuerdos con agendas y tiempos muy claros. Los acuerdos se pueden terminar o se pueden mejorar, pero las relaciones comerciales van a seguir, porque hay un beneficio mutuo.

 

Las instituciones de la gobernanza global, ¿están preparadas para enfrentar el regreso de los proteccionismos? ¿Qué pasa, por ejemplo, con la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático o con las fricciones en la OTAN?

De entrada, hay que fortalecer esas instituciones —porque efectivamente van a enfrentar amenazas que no se habían visto en muchos años—, pero muy de la mano de los actores que están trabajando en cada uno de los temas. En el caso del Acuerdo de París, estamos viendo que el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados centígrados ya no es suficiente, y quienes estudian estos temas saben que debemos tomar decisiones más extremas. Con o sin nacionalismos, los actores gubernamentales y no gubernamentales seguirán trabajando en esto. Mario Molina recordaba hace poco que desde 1992, mediante instrumentos como el Protocolo de Montreal y la Declaración de Río, se alcanzaron acuerdos con metas muy concretas y factibles, y no porque regrese el nacionalismo van a desaparecer esas preocupaciones. Las externalidades seguirán. Tal vez no podamos enfrentarnos a cada nacionalismo, pero sí podemos construir instituciones ad hocpara temas particulares, y esto se tiene que fortalecer.

 

“Me preocupa que no veamos los acuerdos comerciales como parte integral del desarrollo del país, para el que la política exterior es sustancial.”

 

¿Cómo evalúas la participación actual de México en los foros globales?

México es un asistente asiduo en los foros multilaterales. La diplomacia mexicana, incluyendo desde luego la comercial, goza de prestigio a nivel internacional. La OCDE y la Cepal son ejemplos. Sin embargo, aunque hemos conseguido colocar a funcionarios internacionales, nuestros esfuerzos de política exterior no están tan coordinados como deberían. A veces, por evitar lastimar la relación con Estados Unidos, hemos dejado de lado los beneficios de participar en foros multilaterales que servirían de contrapeso a esa relación. Es momento de que esto cambie. No es solo Naciones Unidas; hay foros que escapan a su ámbito. Debemos contar con especialistas en cada uno de los temas que se discuten en los organismos. La dinámica del multilateralismo es muy compleja porque se busca no solo defender los intereses de México, sino también participar en el conjunto de la dinámica global, que no definimos nosotros.

 

¿Cómo evalúas a las agencias mexicanas que se dedican a promover la inversión, la marca país, el turismo, etcétera?

La idea no es mala; permiten tener más presencia. Pero regreso a un tema central: deben estar coordinadas. Hay duplicidad de funciones, por ejemplo. Y eso significa un mal uso de recursos y de capital humano. Hace falta un eje de coordinación y una definición de intereses nacionales. Puede haber un gabinete de política exterior que incluya la parte comercial, pero también el turismo, por ejemplo.

 

¿Cómo lograr mejores sinergias entre política comercial y política exterior?

Para empezar, recordemos que no solo el Poder Ejecutivo debe definir esa política. Incluso hay casos en que es mejor que no sea así. Además de los gobiernos locales y los congresos, conviene que participen los empresarios y las organizaciones civiles. Por su parte, los consulados han de ocuparse no solo de la protección de los mexicanos en el extranjero, sino también de la promoción comercial, cultural y académica del país; pero los consulados tienen recursos muy limitados, sobre todo humanos.

 

 

¿Qué opinión tienes de la democracia parlamentaria?

Tiene mucha importancia, pero con frecuencia se le encarga a legisladores que no conocen bien los temas relevantes, empezando por las propias relaciones internacionales. Es muy diferente actuar en temas de medio ambiente desde la óptica de la contaminación en la Ciudad de México que desde la del cambio climático global. El Congreso debe servir de contrapeso de las presiones externas y favorecer el desarrollo del país. No se ha entendido el instrumento de la diplomacia parlamentaria. Ha habido excepciones como Rosario Green, pero son escasas.

 

“Replantear no quiere decir cerrarnos o tener un nacionalismo a ultranza, sino repensar cómo manejar los tratados que tenemos.”

 

También hay una diplomacia privada, académica y social. ¿Cómo contribuir a su formación sin controlarla?

Esta última palabra es clave. Cuando pensamos en un gabinete de política exterior, habría que considerar al sector privado, las ONG y los académicos. Ese gabinete no puede pretender controlar a estos actores. Las relaciones internacionales ocurren, por ejemplo, entre ciudades, pero la Cancillería debe conocerlas. Estas relaciones son facilitadas por la tecnología y van a ser cada vez más intensas. Si no debe haber control, sí puede haber coordinación y acercamiento.

 

¿Cómo crees que será la política exterior en 2018-2024?

Debemos tener una política exterior estratégica. Es decir, no podemos dejar de lado la relación con América del Norte, porque nos rebasaría. Me preocupa que se vuelvan a tomar decisiones a botepronto; que, por responder a los tiempos inmediatos, dejemos de pensar bien lo que queremos. ¿A qué me refiero? Es muy grave, por ejemplo, que en la llamada entre el presidente Trump y el presidente electo de México se hicieran propuestas concretas, antes de tener un plan estratégico de política exterior.

Hay que ver las cosas con calma. Mientras haya alguien como Donald Trump, debemos ser sumamente cautelosos y no suponer que sus políticas se van a mantener. Diversificar la política comercial en el corto plazo tal vez sea difícil, pero hay una diversificación diferente en otros temas y regiones. No escucho nada de la política hacia China, por poner un caso. Tenemos a las personas indicadas para cada tema, pero hay que acercarse a ellas, a quienes trabajan en los distintos asuntos. Debemos aprender a jugar en un mundo distinto al que estábamos acostumbrados.