El tesón permitió a los productores agrícolas de Michoacán sobreponerse a la adversidad.
Los sucesos los conocemos todos: debilidad de las instituciones políticas y de seguridad estatales, deterioro del ambiente propicio para las actividades productivas, desplome del turismo, surgimiento de las autodefensas. La llegada, al fin, de la autoridad federal y el lento inicio de lo que deseamos sea el retorno a la normalidad.
Esa grave situación, más la proclividad mediática a destacar la nota roja, mantuvo a los productores agrícolas de la entidad alejados de la cobertura de los medios de comunicación. Ellos, no obstante, estaban en lo suyo: trabajando.
No era la primera vez que la realidad les llevaba la contra. Los productores de aguacate, frutas del bosque —las berries: zarzamora, fresa, frambuesa, arándano—, limón y nochebuenas, y granos y carne de cerdo, iniciaron hace una, dos o tres generaciones, según cada caso, una apuesta, en buena medida familiar. No hubo, coinciden los testimonios, apoyo de políticas ni municipales, ni estatales, ni federales. Algunos de ellos no están seguros de que lo haya en la actualidad. A la gestión actual de la Sagarpa no le escatiman méritos, aunque la exhortan a que absorba los gastos de sanidad vegetal, parte de su mandato.
Es la historia que se escuchó durante el recorrido de Comercio Exterior por La Paz, Zamora, Uruapan, Apatzingán, Ario de Rosales y Zitácuaro.
Los logros de los productores están ahí, en la numeralia de los recuadros. Pero el primer paso para alcanzarlos fue la organización en torno a cuestiones concretas: normas sanitarias, lucha contra los intermediarios, búsqueda de espacios de comercialización, promoción de sus productos, mercados de exportación. La faena cotidiana que realizan diversas asociaciones.
Lo relatan José Armando López Orduña, director general de la Asociación de Productores y Empacadores Exportadores de Aguacate de Michoacán —hoy de México— (APEAM) (ver recuadro); Crisanto Cacho, productor aguacatero e integrante de la APEAM (ver recuadro); Mario Andrade, presidente de la Asociación Nacional de Exportadores de Berries (Aneberries); Bernardo Bravo, presidente de la Asociación de Citricultores del Valle de Apatzingán (ACVA), y Juan Albino de Jesús, líder de Floricultores Unidos de Michoacán.
La visita propició también encuentros con Rodrigo Bibriesca, productor de granos y carne de cerdo del Bajío; Manuel Sámano, gerente de operaciones de Agro Fresam; Iván Ceja Rodríguez y Rodolfo Raya Sánchez, de Fresh Kampo (la compañía de Fabricio Blanco, quien facilitó los encuentros); Cajeme Argote y Ubaldo Hernández Ibarra, de Planamerica, y Manuel Méndez Ávalos, gerente de investigación y desarrollo de Lassen Canyon South, cuyo registro figura en la versión digital de la revista (junto a los testimonios completos de Mario Andrade, Bernardo Bravo y Juan Albino de Jesús, que anticipamos en estas páginas).
Lo que se palpa en varios municipios de la entidad es el retorno de cierta expectante tranquilidad a la vida diaria. El crimen sigue tras las lomitas y en las serranías, dispuesto a sobornar o amenazar a autoridades y ciudadanos. Es frecuente, off the record, escuchar hablar de situaciones de cobro de piso y de la recomendación de evitar traslados en autobús por las noches mientras, por aquí y por allá, discretas pero frecuentes, circulan las rondas de los convoyes militares y la Policía Federal.
No obstante, en una suerte de acuerdo común, la réplica de los michoacanos es en pos de las calles, de sus calles. La plaza contigua al palacio municipal de Apatzingán congrega un jueves por la noche a una multitud de lugareños de distintas edades en torno a un bailongo de cumbias. Las calles circundantes al zócalo de Morelia se dedican un viernes, después de las horas laborales, a la circulación peatonal, y los restaurantes y bares abren sus puertas y atienden a los clientes en las mesas dispuestas sobre las aceras. En los distintos lugares hay pequeños negocios familiares, modestos pero acicalados. El afán de recuperación de lo que pertenece a la vida pública se extiende paulatinamente. El servicio, en las distintas escalas, es hospitalario y cordial; en los hoteles y restaurantes se esmeran en la atención.
Y, en más de una ocasión, está la expresión de agradecimiento, que así sintetiza Bernardo Bravo: “Quiero agradecerte tu visita a Apatzingán. Eso es lo que queremos, que vengan, así como estás tú aquí, a tomarse un café con nosotros, para que nos conozcan, conozcan a la sociedad, para que vean que aquí somos gente de trabajo, para que vean y ubiquen que también nosotros tenemos cosas buenas que podemos mostrarle a todo el país”.
Los michoacanos no doblan las manos ni bajan la guardia.
El encuentro sucede en Zamora.
¿Cuándo inicia el cultivo de las berries?
Inicia entre 1995 y 1997. En esas fechas debió haber solamente tres empresas: Hortifrut, Curt y Jaguar, una chilena y dos estadounidenses. El chileno Julio Giddings llegó a México, al área del Bajío, con la intención de cultivar algunos vegetales y espárragos, y advirtió que el clima y la tierra eran propicios para la siembra de berries, así que empezó a traer algunos “varietales”. Otro de los pioneros fue Salvador Arteaga, en paz descanse, uno de los mexicanos, oriundo de Michoacán, que comenzó con los cultivos en el área de Los Reyes, principalmente.
Empezaron básicamente jugando. No había un mercado y anduvieron batallando con las zarzamoras, que fue con lo que iniciaron, a ver dónde se vendían, porque no había una infraestructura. Las empresas extranjeras implementaron los procesos de cultivo y trajeron varietales experimentales. Estamos en una zona atípica. Tú, cuando piensas en berries, es porque te hablan de frutos del bosque, y aquí no se producen en los bosques, sino en los valles. Es totalmente atípico: vienen los técnicos chilenos, las vacas sagradas, y se dan de topes porque no pueden producir de la manera en que lo han hecho toda la vida; allá tienen una temporada de dos o tres meses y aquí una de nueve a diez.
¿Las empresas llegaron por algún tipo de programa de fomento a la inversión extranjera?
Ninguno. No, no, no, no. Eso no existe todavía. Llegaron, se establecieron, y ahora sí que fue como el burro que tocó la flauta: se empezó a dar, vieron el potencial, y llegaron más empresas.
¿Cuál es el estatus actual de la industria?
Hoy en día, la industria se compone de alrededor de 30 empresas, de las cuales la mayoría son extranjeras. En números, las mexicanas representan entre el 40 y el 50%, pero en volumen de exportación a lo mucho son el 25%. Es muy sencillo: nosotros somos los nuevos en esto; los que traen el know-how son los extranjeros. Es un cultivo nuevo y no llegamos ni siquiera a los 20 años.
¿Hubo en su momento apoyo de políticas públicas al productor nacional?
Ninguno. La industria de las berries empezó a ser visible para el sector público a partir del mandato de Enrique Martínez en la Sagarpa. Antes de eso, las berries eran un producto que no estaba dentro de la agenda pública. Hoy en día, afortunadamente, tenemos una gran visibilidad, y ya somos un tema de agenda. Somos el cuarto productor agropecuario con mayor generación de divisas, después del tomate, el aguacate y la carne, con alrededor de mil 200 millones de dólares de ventas anuales.
¿En qué momento y por qué se funda Aneberries?
En 2010. No había una norma mexicana para las berries, no había una regulación. Al estar las cosas tan sueltas todo dependía de las voluntades. Había una preocupación grande y real de las empresas por crear ciertos estándares, sobre todo acerca de la inocuidad, el tema en boga en ese momento. Lo que hicimos, pues, fue juntarnos, en un acuerdo de voluntades, para generar una estructura legal, que es Aneberries, y establecer esos estándares mínimos de inocuidad, fitosanidad y calidad.
El objetivo de Aneberries era, pues, crear nuestra propia normatividad como industria en el país. Hoy en día la apertura del protocolo fitosanitario de México a China para zarzamora y frambuesa se dio gracias a estos estándares y fue liderada en su totalidad por Aneberries, junto con el Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica). El mercado lo norma. Lo que para muchos cultivos es optativo, como las certificaciones Globalgap, para nosotros es obligatorio. La regulación viene del mercado, pero como industria la cuerda se revienta por lo más delgado.
Fue entonces que nos dijimos: “¿Qué vamos a hacer si el vecino no cumple? Hay que conformar un bloque donde nos aseguremos de que se cumpla con ciertos estándares”. No están todos en Aneberries, pero sí la mayor participación del mercado, el 85%, y como empresa tenemos las certificaciones establecidas.
¿Qué tanto se venden las berries en México y qué tanto en el exterior?
En términos llanos y sencillos, te diría que no hay mercado nacional. Sí lo hay pero, para efectos prácticos, creo que no llega ni al cinco por ciento, salvo la fresa, que tiene una ventana bastante grande y una participación de mercado muy importante.
En Apatzingán, Bernardo Bravo relata los orígenes de la ACVA.
La ACVA nace en febrero de 2009. Los productores de limones siempre habíamos tenido la necesidad de organizarnos, pero fue cuando llegamos a un punto de declive en el precio que comenzamos a hacerlo. Mi padre, Bernardo Bravo, fue socio fundador y luchó mucho. En el sector agrícola siempre hemos enfrentado barreras comerciales que hacen que el productor pocas veces o difícilmente vea las ganancias finales. Entonces, nosotros en la ACVA estamos en nuestro papel, organizándonos y tomando acuerdo junto con los empacadores para beneficio de todo el gremio.
¿Hablamos de intermediarismo?
Exactamente. Incluso hubo necesidad, por la fecha del inicio de la asociación, de que algunos productores se manifestaran y tiraran su fruta en el centro de la ciudad. Somos una cadena comercial y no perseguimos castigar a uno de los eslabones; simplemente queremos que haya rentabilidad para todos y cada uno de ellos.
¿Con cuántos miembros arrancó y cuántos tiene en la actualidad la asociación?
En un inicio fueron alrededor de 30 productores y la mayoría de los empacadores, entre 45 y 50. Hoy tenemos agremiados a alrededor de 2 mil 200 productores legalmente adheridos. También hay productores, ubicados en zonas más marginadas, que no saben leer o no cuentan con una identificación oficial, pero que se acercan porque tenemos intereses y objetivos comunes, todos y cada uno somos personas que nos dedicamos a nuestro trabajo. Por parte de los empacadores, el número sigue aproximadamente igual.
A partir de la ACVA, ¿mejoró la situación ante el intermediarismo?
Considerablemente. En la asociación delimitamos un espacio para los productores, que es el Tianguis Limonero de Apatzingán, un terreno de ocho hectáreas donde día a día los productores se reúnen con sus muestras para defender su calidad y obtener un mejor precio, y donde se encuentran nuestras oficinas de administración.
Antes de que se fundara la asociación, esto sucedía a las orillas de la carretera; los productores se arriesgaban a algún accidente con un auto o un tráiler. Se buscó apoyo en varias representaciones del Gobierno para que nos asignaran un terreno con áreas dignas y seguras para nuestra comercialización, pero nos daban largas, eran áreas temporales, cambiaban las administraciones y decían: “Sáquenlos de ahí”. Era un rollo. Todo esto de hoy se debió entonces a una auto-organización.
¿Cuáles son los indicadores básicos del sector?
Tenemos limón persa y hay algunas áreas con toronja, pequeñas, en realidad; pero en lo que Michoacán es líder es en la variedad del limón mexicano, que cubre entre 80 y 85% de la superficie dedicada al cultivo de cítricos. En su mayoría, el limón persa y la toronja tienen como destino la exportación, principalmente a Estados Unidos. Se está intentando, entre los productores del limón mexicano, que se adopte la práctica de alternar el cultivo, porque lo estamos produciendo en exceso, más de lo que puede consumirse en el mercado interno; también se está intentando buscar nuevos destinos.
¿El sector limonero cumple con las normas?
Hablando de otros cultivos, en Michoacán tenemos mucha cultura de inocuidad, pero en cuanto al limón, estamos empezando apenas a caminar por ahí. Somos un grupo muy pequeño de productores, en los municipios de Buena Vista y Apatzingán, que está adoptando estas buenas prácticas agrícolas con un compromiso con la calidad. Nos lo comentaba el delegado de la Sagarpa: la inocuidad es la madre de las exportaciones. Esto vamos a tener que definirlo pronto porque si no lo hacemos, no vamos a dejar de tener problema tras problema. Pero el compromiso con las normas sanitarias y de inocuidad también debe ser con el mercado interno. Los mexicanos tenemos el derecho a comer sano.
Después de la inocuidad, el siguiente reto es la trazabilidad de la fruta: que pueda saber con certeza de dónde viene la fruta que me estoy comiendo. Hay tecnologías que con un código de barras permiten acceder hasta a la foto de la persona que cosechó esa caja de frutas. Todavía no entramos en el mercado orgánico, pero si estás pagando más por un producto así y no lo tienes, estás vendiendo algo que no es, estás haciendo uso de una artimaña para un beneficio económico, lo que llevaría a incurrir en una responsabilidad legal. Estos son temas que conversamos cotidianamente en cada asamblea para hacer cartas compromiso, para delimitar responsabilidades, poco a poco.
¿Qué porcentaje de los 2 mil 200 productores se ajusta a la norma?
No más de 25 o 30 productores, alrededor de 2 mil hectáreas de las 60 mil oficiales, geoposicionadas, con nombre y apellido, y entre 20 y 30 mil más, lo oficial. Estos datos te los comento con clara certeza. El camino apenas lo estamos empezando. El secretario de la Sagarpa, José Calzada Rovirosa, se ha dado a la tarea de homologar esta normatividad: que el Senasica tenga los mismos criterios que las contrapartes estadounidenses, europeas y asiáticas. Si tienes a Senasica pero no tienes a Globalgap, no te compran el producto. Eso es lo que se está trabajando en la Sagarpa.
En Zitácuaro, el recuento de Juan Albino de Jesús.
¿Cuándo y por qué nace Floricultores Unidos de Michoacán?
La organización, legalmente constituida, data del 2010, pero como grupo social tiene alrededor de 20 años. La función principal es la comercialización y la compra de materia prima en volumen, lo cual reduce nuestro costo. La integran 157 productores dentro del acta constitutiva, más 500 como grupo social. Entre el 70 y 75% se dedica a la producción de nochebuena, y el otro 25% a una enorme variedad de ornamentales: el rosal, el crisantemo, los belenes, planta verde y en floración.
La nochebuena se cultiva desde 1985 de manera industrial. De forma silvestre se daba desde antes, aunque solo se le consideraba una planta medicinal, no ornamental. Fue hasta que comenzó a ocupar ese lugar que se volvió el símbolo idóneo de la Navidad, junto con el árbol navideño, que viene de otra cultura. Es nada más aquí donde se produce, en la zona oriente. No hay otro lugar.
¿Qué lugar ocupan como productores?
En estos momentos ocupamos el primer lugar a nivel nacional. Morelos y Xochimilco, en la Ciudad de México, producían nochebuena. En la actualidad vienen a comprarnos la planta semiterminada, antes de que floree; la trasladan a sus instalaciones y la presentan como si la hubiesen producido. Nosotros estamos facturándoles. Por eso es que nos damos cuenta. A ellos les resulta muy costoso y complicado el mantenerla y producirla. Las comercializadoras vienen y ya tenemos contratos de compra-venta futura.
Con Morelos, igual. El clima aquí es idóneo, no hace ni frío ni calor extremos, como sucede en ese estado, donde en pocos días la planta se dispara, crece bastante, fenece rápido y hay que estarle aplicando productos que reduzcan su crecimiento, lo que la encarece. Aquí, no. Este es un lugar bendecido por Dios.
¿De cuántos empleos y hectáreas hablamos?
Empleos directos tenemos de dos a tres por cada productor miembro de la asociación, por lo que hablamos de alrededor de mil 500. Estimamos un total de 200 hectáreas, y con los 500 productores, como unas 350 en total. El menor tiene media hectárea, y el que más produce tendrá unas cinco. El periodo de producción transcurre de marzo a diciembre. Para nosotros, como mayoristas, son 20 días de comercialización entre los primeros días de noviembre y hasta el 15 de diciembre, o hasta el 24 para los que comercializan al menudeo.
¿Tienen reportes sobre el monto de la producción?
El año pasado se produjeron alrededor de 7.4 millones de plantas en la región. La expectativa está entre 8 y 8.2 millones de plantas para 2016. ¿Cómo sabemos eso? Por la cantidad de macetas que se compran. Las estadísticas que tenemos se deben al contacto directo con nuestros proveedores. Le compramos macetas a la Ciudad de México, el Estado de México y Morelos. Esa es la forma en que nos percatamos de los números, más aparte en nuestras reuniones, donde nos ponemos al tanto. Esa es la información que tenemos, aunque la asociación todavía no rinde un reporte anual de manera interna o externa.
¿El apoyo vía las Pymes (pequeñas y medianas empresas) les beneficia?
Hemos tenido pláticas, solo que sus programas no se ajustan a nuestras necesidades. Nos dicen: “nosotros les hacemos un traje a la medida”, “tenemos lo ideal”, pero ya aterrizado en la vida real, no sucede eso. No ha habido resultados. Lo que requerimos es que las Pymes se bajen un poco más, pues tienen ciertos estándares que no alcanzamos porque estamos dispersos. El que más produce, si se da cuenta, tiene cinco hectáreas, y el que menos, media hectárea, por lo que no entraría en los estándares. Necesitaríamos tener una política interna para acceder como grupo total. Solo que somos un grupo joven que apenas está aprendiendo.
Estamos organizando cursos de capacitación empresarial. Tenemos cursos de pensamiento positivo porque la forma de pensar ha sido individualista y egoísta, y todo mundo quiere irse por su propio camino puesto que no confía, y es ahí donde nos hemos detenido. Hemos tomado cursos precisamente para adquirir la cultura de trabajar en grupo, y capacitaciones para producir con una calidad que sea homogénea. Todo eso nos ayuda. Ahí vamos, caminando, poco a poco.