Relación simbiótica entre comercio exterior y reformas
La naturaleza del comercio exterior exige la entrega de productos y servicios que tengan alta calidad o, al menos, estándar. Para vender fuera del país, sobre todo si es a Estados Unidos y a otros países desarrollados, es necesario hacer las cosas bien.
Si no proveemos calidad, oportunidad y servicio, se buscarán en otra parte. En ese sentido, el comercio exterior demanda disciplina, mejores prácticas y cambio de viejas estructuras para lograrlo. Al reformar los viejos modelos, la competitividad tiende a aumentar, alentando, a su vez, nuevas mejoras al ir expandiendo la escala del intercambio. Reformas y comercio exterior se complementan en una relación simbiótica.
Tal vez la reforma estructural más importante de la última parte del siglo XX en México fue la eliminación del modelo de crecimiento con base en la sustitución de importaciones y la apuesta por la apertura comercial. La explosión en el comercio exterior mexicano que produjo la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, firmado en 1994, es muy conocida. Lo es también la crítica que señala la brecha entre el sector moderno ligado precisamente al comercio exterior y el sector tradicional desvinculado de este.
Este reto —apoyar a las pequeñas y medianas empresas, a regiones atrasadas y a proveedores de bienes y servicios tradicionales—, a mi juicio, se resuelve, en parte, con más reformas y más cambios que alienten y generalicen el aumento de la productividad. En ese marco se inscriben las importantes reformas estructurales alcanzadas en los últimos años, y la pendiente reforma a profundidad del Estado de derecho mexicano.
Las reformas estructurales aumentan el PIB potencial
Desde inicios de 2013, en Prognosis hicimos un esfuerzo por medir, de manera nocional y solo con el ánimo de acercarnos a un orden de magnitud, el efecto sobre el “PIB potencial” que pudieran tener las diversas reformas. Aunque el concepto de PIB potencial se refiere a la capacidad máxima de crecimiento que tiene una economía sin generar presiones inflacionarias, no existe una medición formal de este por parte de las autoridades económicas. El promedio de los últimos 20 y 30 años del crecimiento del PIB mexicano es de 2.4%, que puede usarse como una aproximación a esta capacidad de crecimiento.
Así, de forma gruesa y poco científica, puede afirmarse que las reformas estructurales de los últimos años pudieran, dependiendo de la eficacia de su instrumentación, incrementar la capacidad de crecimiento de la economía entre uno y dos puntos porcentuales. En otra palabras, el PIB potencial de México podría crecer de 2.4% a 3.4%-4.4%, aproximadamente (ver tabla).
La proyección que utilizamos internamente para el crecimiento promedio de la economía mexicana entre 2016 y 2018 es de 3%, una mejoría muy sustantiva respecto al esperado 1.9% entre 2013 y 2015, pero muy inferior a las expectativas al inicio de la Administración que eran superiores a 4% (ver gráfica). Esta última proyección, creemos firmemente, podría superarse si el país lograse mucho mayor seguridad jurídica y física, y los niveles de corrupción e impunidad se abatieran hasta los niveles que existen, por ejemplo, en Chile.
De cualquier modo, es casi seguro que el tamaño del comercio exterior mexicano seguirá creciendo en el futuro. En términos absolutos, prevemos que la suma de exportaciones e importaciones mexicanas podría llegar a un billón de dólares (usd one trillion) hacia finales de 2021, si el PIB logra crecer sostenidamente al 3.2% en ese periodo y el tipo de cambio con el dólar no se deprecia en términos reales. Si este escenario se hiciera realidad —mayor productividad y mayor crecimiento como resultado de reformas continuas— es muy probable que tanto los niveles de informalidad como los de desigualdad mejoren, creando un círculo virtuoso de desarrollo económico y social. Corea del Sur y Singapur lo lograron en menos de cinco décadas.
Para el comercio exterior, las reformas en sí mismas proveen mayor certidumbre para el intercambio comercial al establecer reglas claras en industrias tan importantes como la petrolera, la eléctrica y la de telecomunicaciones. Una fuerza de trabajo equipada con una educación de mayor calidad promete también calidad en los productos y servicios exportables y permanencia en la cadena de suministro global.
El impacto de las reformas será más visible en el mediano plazo pero existen algunos elementos alentadores que hacen suponer que la implementación se está llevando de manera adecuada.
Por ejemplo, desde la aprobación de la reforma energética se han construido mil 32 kilómetros de gasoductos y están en construcción 2 mil 549 más, mientras que el costo de la electricidad de las empresas de alto consumo se ha reducido en 30% anual al cierre del primer trimestre de 2015. Con la reforma de telecomunicaciones se han formalizado inversiones por más de 6 mil mdd de empresas como AT&T, Eutelsat y Virgin Mobile. Además, empresas de radiodifusión y los nuevos jugadores en el mercado de la televisión pueden aprovechar indiscriminadamente la infraestructura de Televisa para la transmisión o transporte de señales de televisión.
México necesita más casos de éxito como el del emblemático sector automotriz. Esta industria contribuye con 3.5% del PIB nacional, 20% del PIB manufacturero y genera más de 2.7 millones de empleos, directos e indirectos. Adicionalmente, México es el séptimo productor mundial de automóviles y la industria automotriz es la fuente de divisas más importante del país con casi 100 mil mdd generados en 2014, lo que duplica los ingresos por exportaciones petroleras y supera con creces las divisas que se reciben por concepto de remesas y turismo.
El país necesita más comercio exterior y más reformas para que el crecimiento y el desarrollo sean más inclusivos. ¿Nos atreveremos a seguir cambiando?
¿Nos atreveremos a convertirnos en una sociedad más transparente, sin corrupción y sin impunidad? ¿Nos atreveremos a crecer con rapidez dentro del contexto global de economías modernas?