Eduardo Orihuela Estefan asumió la presidencia de la Confederación Nacional de Productores Rurales (CNPR) a finales de enero de 2016. La responsabilidad que enfrenta es amplia y variada. La apuesta de su gestión tiene como base conceptual que la CNPR se vuelva un “espacio de transformación rural”.
Desde esa perspectiva, se compromete a trabajar en tres líneas. La primera y más importante es el fortalecimiento de la institución: una estructura novedosa de los productores para los productores, y finanzas sanas, transparencia y rendición de cuentas. La segunda es un gran sistema de información que vuelva la curva de aprendizaje menos costosa y que combata, entre otros aspectos, los excesos del intermediarismo. La tercera: que la biodiversidad de México sea la base para encarar los retos del cambio climático, las energías renovables y la sustentabilidad.
Indicó usted que apostará por un “espacio de transformación rural”. ¿En qué consiste esto?
Me gustaría, inicialmente, describirte el escenario que percibo a nivel nacional, y en algunos casos local, pues las condiciones que vivimos en el sector primario se desdoblan de maneras distintas. Actualmente, el tipo de cambio presenta una gran oportunidad para productores y exportadores locales, pues se recibirán más pesos por la misma cantidad de bienes. De la misma manera, quien comercializa en el mercado local enfrenta más competencia dado que importar productos resulta más caro. Vivimos, pues, una coyuntura que debe ser aprovechada para dar ese gran impulso a la generación de empleos que inhiban la migración de las zonas rurales a las ciudades y vuelvan al campo un referente en la producción y en el orgullo de ser productor.
Esa tiene que ser la misión de la CNPR: represtigiar al campo es un tema central. Hoy día, quienes somos productores y pasamos largas horas en nuestras tierras ocupados en producir alimentos de calidad para los mexicanos y para el resto del mundo, esperamos un reconocimiento por lo que hacemos. Esto tiene que llevarnos a una discusión para establecer una imagen que no hemos logrado. ¿Por qué, digamos, uno de los aspectos más bellos de Italia es un viñedo en la Toscana, y por qué no lo es una huerta de aguacates en Uruapan o un plantío de mangos en la costa?
Por eso la CNPR apuesta por ese espacio de transformación rural. No solo en la tecnificación y capitalización de la producción —los cuales son temas centrales—, sino también de acuerdo con su condición social, económica, geográfica y cultural. La CNPR tiene que entender las distintas peculiaridades de los productores para que no se genere ese otro tipo de estereotipos que inhiba su transformación en productores competitivos. Tenemos que dejar de ver al productor del campo como aquel que requiere del asistencialismo. Hoy es un momento que brinda las condiciones para hacer de los productores de México los mejores del mundo, sin importar su escala, su condición, o su ubicación geográfica.
¿A cuántas organizaciones integra la CNPR?
La CNPR está organizada de forma territorial, con presencia en todos los estados. Incluye federaciones estatales que representan a las organizaciones estatales. Tenemos también uniones nacionales que integran a una gran parte de los sistemas-producto que existen en México: la de los cañeros o la del sorgo, y también de algunos productos derivados como el mezcal. Asimismo, contamos con organizaciones adherentes, con fines específicos de trabajo en ciertas áreas, ocupadas en asuntos desde financieros hasta sociales y ambientales. Es, pues, una asociación rica en participación, en ideas, en la gente que trabaja en el campo mexicano.
¿Cuál es su diagnóstico del campo?
Es un sector amplio y heterogéneo. Por primera vez en lo que va del siglo, México tiene una balanza comercial superavitaria, exportamos más de lo que importamos, pero también importamos 48% de los alimentos que consumimos. Es decir, México todavía tiene una gran dependencia en sus importaciones. Un tema que se discute a nivel mundial es el de la soberanía alimentaria: qué capacidad tiene un país para autoalimentarse y no depender de otros. México tiene regiones ricas y otras que son pobres, y tenemos que reconocerlo. Esto establece condiciones distintas en los escenarios de producción. Uno de ellos es el de la tenencia de la tierra. México es un país que tiene comunidades indígenas, que tiene ejidos, y que tiene pequeños propietarios, como lo somos todos los que estamos en la CNPR. México también es un país que tiene estados tan diversos como los productores de la sierra de Oaxaca o como los agroindustriales de Jalisco y de Nuevo León, con condiciones económicas y de cultura totalmente distintas.
El campo, por una parte, vive un auge con varios productos y, por otra, tenemos una crisis con algunos otros. México está llamado a ser uno de los principales productores hortofrutícolas del planeta. Actualmente es el doceavo productor de alimentos del mundo y yo creo que podríamos llegar a ser el décimo. Para ello, tenemos que reorientar esfuerzos que nos lleven a cultivos de alta rentabilidad que le permitan a un productor, que no tiene la posibilidad de tener grandes escalas, ser rentable. Esto ya sucedió. En Michoacán, por ejemplo, el 75% de los productores de aguacate, o al menos de la superficie establecida, son de menos de 5 hectáreas. No son los grandes de 100, de 500 o de 1,000 hectáreas. Esto significa que esos pequeños productores son realmente los que le dan sustento a la exportación, y que han cambiado no solo su condición económica sino también la dinámica social de muchos pueblos, la posibilidad de desarrollarse en muchos otros aspectos. Lo mismo sucede con las berries. ¿Qué nos muestran estas experiencias? Que la sustitución de cultivos puede generar riqueza, sin importar las escalas, y que podemos incorporar a pequeños y medianos productores a cadenas de generación de riqueza.
Las Pymes (pequeñas y medianas empresas) ¿son una alternativa para que se añadan a las cadenas de valor?
Yo soy de Michoacán, el primer productor agrícola del país y, lamentablemente, si mal no recuerdo, el número 28 a nivel agroindustrial. Hay que introducir a estos productores a cadenas de valor que generen una transformación. No me refiero exclusivamente a la industrialización, sino a muchas otras de distinta índole: puede ser una cadena generadora de frío que añade valor, y así los estás volviendo pequeños y medianos empresarios. Los insertas en la cadena de valor en la medida en que les das la posibilidad de agregar servicios a la producción. Hoy día esto se vuelve central en México.
Vuelvo al caso de las berries, pues ilustra lo que ya ha sucedido en muchos países. Me parece muy importante lo que ocurre en el Valle de San Joaquín, en Estados Unidos. Las cámaras de refrigeración, de selección, de procesamiento y hasta de industrialización no están al servicio de un productor en particular sino que brindan un servicio abierto. Si yo tengo dos o tres hectáreas puedo llegar a solicitar que en una fecha específica se me rente piso de frío, la máquina seleccionadora o algún otro servicio adicional. De tal manera que ese día puedo contar con la infraestructura que tiene el productor más grande del valle. ¿Qué hace eso? Homogeneiza la posibilidad, del pequeño productor y del productor más grande, de tener acceso a servicios que agregan valor. Eso es lo que necesitamos en México. En México necesitamos que esos servicios no estén exclusivamente en manos de los grandes productores, y que los pequeños y medianos tengan acceso a ellos para que no estén expuestos a una comercialización que es injusta.
¿Funcionan bien las Pymes? ¿Qué ajustes requieren? Desde la experiencia cotidiana, ¿cuáles han sido los atorones?
Obviamente, México es un país donde la burocracia entorpece en muchas ocasiones los trámites. La tramitología es amplia. Yo creo que avanzar en una simplificación de los modelos de otorgamiento de los recursos públicos ayudaría mucho a permitir que los pequeños y medianos productores tengan las mismas condiciones. Cuando caes en manos de un despacho para poder tener acceso a esos recursos, pues acabas perdiendo una parte.
El otro aspecto es que en los países en vías de desarrollo hay una asimetría gigantesca, entre los pequeños y medianos productores, por un lado, y los grandes, por el otro, al respecto de la información. Muchas veces los pequeños y medianos productores hacen cosas sin tener la información completa. Eso causa que la curva de aprendizaje sea más costosa y más larga que para quienes cuentan con la información y pueden disminuir los costos.
Nos toca hacer un gran esfuerzo para que organizaciones como la CNPR se conviertan en los interlocutores importantes de esos productores, para hacerles llegar la información necesaria para saber en qué invertir o hacia dónde dirigirse, y que no sean golpes de suerte, o una “latida”, como decimos en México.
Necesitamos que esa información —que hoy día, en el siglo XXI, prácticamente está disponible a muy bajo costo en cualquier lugar y se puede procesar para que cualquier persona la entienda— nos permita integrar cadenas y acercarnos a mercados locales con los productos que se requieran.