¿Los robots crearán, desplazarán o destruirán empleos? ¿Cómo afectará el fenómeno de la automatización acelerada a los procesos de integración y comercio de América Latina? Estas son las dos preguntas clave que las tecnologías exponenciales nos plantean. Se trata, por un lado de reconvertir nuestra matriz productiva ante la Cuarta Revolución Industrial y, por el otro, de garantizar que los cambios tecnológicos promuevan la equidad social.
Los robots marchan sobre nuestra vida cotidiana como parte del fenómeno incipiente de la inteligencia artificial y la digitalización, pero no se han definido aún estrategias predictivas y proactivas para que el cambio tecnológico pueda revertir la tendencia de pobreza e inequidad de la región. De eso se trata. De comenzar a conjugar un conocimiento de avanzada y una ciencia con conciencia que despliegue energías multidisciplinarias rumbo a un contrato social tecnológico para América Latina.
Con este objetivo, recientemente convocamos a voces autorizadas para contribuir a la consolidación de una agenda en la que converjan propuestas que nos permitan afrontar con éxito la transición hacia una economía digital. El resultado fue Robotlución: El futuro del trabajo en la integración 4.0 de América Latina, un informe del Intal-BID que reunió a más de 40 expertos de diversas partes del mundo para analizar los riesgos y las consecuencias de la automatización del empleo. Los temas abordados siguen un mismo hilo conductor y van desde el surgimiento de una tecnodiplomacia hasta la nueva agenda de negociaciones comerciales internacionales, enfocada en estándares laborales e innovaciones disruptivas, y desde la aplicación de big data en la gobernanza glocal (global+local) hasta la computación en la nube y la economía colaborativa.
Los robots vienen y urge afinar las métricas
En la Cuarta Revolución Industrial, los cambios se producen a la velocidad de la luz. Las disrupciones tecnológicas permiten crear nuevos mercados donde antes no había nada y vuelven obsoletos bienes y profesiones que son reemplazados por una nueva vanguardia de instrumentos.
En estas circunstancias, la automatización del empleo genera grandes interrogantes. La Federación Internacional de Robótica calculó que en 2017 había más de 1.3 millones de robots industriales funcionando en fábricas de todo el mundo, sobre todo en los sectores automotriz, electrónico y metalúrgico. De ellos, solo 27 mil 700 se encontraban en América Latina y el Caribe. El 75% se concentraba en apenas cinco países desarrollados. Corea, Alemania y Japón son los países con mayor densidad de robots por obrero industrial.
Una cosa es segura: muchos trabajos se perderán y surgirán nuevas profesiones que hasta hace poco no existían. Las estimaciones del World Economic Forum (WEF) auguran que 65% de los niños que están cursando la escuela primaria trabajarán en empleos que hoy no existen.
Una conectografía para las cadenas globales de valor
Los desafíos se entremezclan con las oportunidades. La automatización tiene claras ventajas, como la reducción de accidentes, la mejora de las condiciones laborales, la reducción o eliminación de trabajos de riesgo, el incremento en la productividad, la disminución de costos y el crecimiento económico. En esta primera fase, se observa que el comercio bilateral crece 2% por cada incremento de 10% en la dotación de robots en los países involucrados. Esto coincide con el aumento de la productividad que resulta de la automatización, al menos en el sector automotriz, que concentra la mayor cantidad de robots industriales a nivel global.
Surgen así oportunidades para que los países de la región capten divisas, no solo en sectores económicos tradicionales, sino también en el de servicios basados en conocimiento y en otros menos afianzados o con menos trayectoria, como los de software, tecnología aplicada a las finanzas o fintech, biotecnología, ciberseguridad, medios de pago digitales, robótica de servicios, e-commerce, energías renovables y empleos tecnológicos verdes, donde nuevas tareas como el cuidado de bosques o el reciclaje están creando puestos de trabajo a una tasa de 9% anual, tres veces mayor que la de los empleos tradicionales.
Como la otra cara de una moneda, la automatización también amenaza con masificar el desempleo tecnológico hasta niveles nunca vistos. Una parte sustancial de las exportaciones y el empleo de América Latina y el Caribe se concentra en actividades que corren el riesgo de ser automatizadas, como la manufactura intensiva en mano de obra, la explotación de recursos naturales y los servicios de calificación media (por ejemplo, los contables, los legales o de gestión).
Se trata de un riesgo para una gran cantidad de individuos, incluso los llamados “profesionales de cuello blanco”. La automatización de tareas tiene lugar no solo en trabajos no calificados, sino también en labores sofisticadas aunque rutinarias. En los últimos 10 años, se ha reducido en más de 20% el trabajo de bibliotecarios, traductores y agentes de viaje, profesionistas con mucha formación. Los ingenieros, matemáticos, abogados o contadores, junto con otros trabajadores de oficina, lo mismo del sector público que del privado, no son inmunes a este peligro.
“En la era de la automatización, no se puede esperar que el “piloto automático” de los intereses individuales defina el rumbo ni las prioridades de la cohesión social.”
Una tecnodiplomacia para la integración 4.0
La región necesita repensar su estrategia de desarrollo a largo plazo. Las expectativas que se depositaron en las materias primas no se han cumplido y las economías locales son aún vulnerables a los ciclos de precios de los bienes tradicionales de exportación. Diversificar las exportaciones mediante procesos que agreguen valor a los productos básicos e instrumentar nuevas estrategias de desarrollo donde la innovación sea el motor de crecimiento son ingredientes fundamentales de una fórmula exitosa. Las políticas de integración pueden contribuir a generar clústeres de innovación y fomentar la creatividad, por ejemplo a partir de compras públicas regionales.
Los acuerdos mercantiles deben adaptarse al nuevo entorno, porque las negociaciones comerciales se encuentran rezagadas frente al rápido avance del cambio tecnológico. El intercambio de servicios basados en telerrobótica y telepresencia requerirá de un esfuerzo multilateral de armonización de regulaciones y estándares que hoy están alejados de la vanguardia tecnológica.
Tenemos por delante la misión de configurar una América Latina más conectada al mundo y con acceso a nuevos mercados, y de incrementar el comercio tanto en la propia región como con el resto del mundo. Esta nueva configuración tendrá irremediablemente un carácter híbrido, tanto digital como físico. El antiguo comercio de contenedor y fronteras rugosas dio paso a un intercambio instantáneo, que va ganando terreno lentamente y se superpone con el modelo clásico, sin que se haya emitido aún ningún certificado de defunción.
De esta transformación estructural surgirán ganadores y perdedores. ¿Cómo hacer frente a las tensiones sociales propias del cambio exponencial?
¿Inteligencia o ética artificial?
No hay inteligencia artificial con ética artificial. En el mercado laboral, la robótica plantea el problema moral de la pérdida de empleos que resulta de la automatización de las tareas. Ocurre lo mismo desde que el hombre inventó la rueda: el resultado final del uso de cada nueva tecnología depende en última instancia de los valores éticos imperantes.
En ciertos mercados bursátiles sofisticados, un conjunto de robots define operaciones de riesgo que bien pueden generar burbujas financieras. Cuando reina la codicia de los algoritmos, crecen las probabilidades de que ocurran crisis financieras que terminan, indefectiblemente, en una injusta distribución de sus costos en el conjunto de la sociedad.
Desde distintos ámbitos están surgiendo respuestas al dilema moral de la automatización. En 2016, la Oficina Ejecutiva del Presidente de los Estados Unidos llamó a prestar especial atención a la violación de derechos humanos por el uso de nuevas armas autónomas, y a añadir contenidos de ética en las escuelas y universidades, y de seguridad y políticas de privacidad en los planes de estudio de ciencias de la computación y ciencias de datos.
El peligro no es la inteligencia artificial, sino su convivencia con una ética artificial. Combinados, estos dos elementos pueden hacer más cuesta arriba la batalla de la inclusión con equidad.
“La automatización también tiene lugar en labores sofisticadas aunque rutinarias. En los últimos diez años, se ha reducido en más de 20% el trabajo de bibliotecarios, traductores y agentes de viaje”
Un contrato social tecnológico para la región
Las mutaciones en el mercado laboral han dado origen al fenómeno de hollowing-out o polarización del empleo, un proceso por el cual los trabajos de alta y baja calificación se expanden en el tiempo mientras se contraen aquellos de calificación intermedia, como consecuencia del impacto diferencial del cambio tecnológico. Esto plantea un doble reto para la educación. En primer lugar, dar herramientas a los jóvenes para que puedan insertarse en un mercado laboral cada vez más sofisticado; en segundo lugar, servir de instrumento equiparador y evitar que se profundicen la inequidad y la fragmentación social.
La revolución educativa debe también facilitar el cultivo de las habilidades “blandas” —la inteligencia emocional, la empatía, la creatividad— y una formación encaminada no solo a la resolución de problemas, sino también al planteamiento de problemas nuevos. Esas soft skills serán clave en médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadores sociales y maestros, y constituyen la base de tareas que no podrán ser robotizadas. Debemos responder a la robotlución con una revolución de guardapolvos blancos.*
Vivimos la paradoja de no poder desatar el núcleo duro de la desigualdad a pesar de que ahora, como nunca antes, producimos la riqueza suficiente para garantizar un nivel de vida digno a cada ciudadano. De ahí que sea esencial repensar el clásico Estado de bienestar en función de nuevos parámetros. ¿Por qué no introducir el concepto de innovación en las negociaciones paritarias como parte de un contrato social tecnológico que asocie a trabajadores, empresarios y Estado en un esfuerzo de modernización de largo alcance? No es utopía. En Alemania, España, el Reino Unido y Francia se alcanzaron acuerdos multisectoriales que dieron lugar a políticas nacionales de Industria 4.0. Aunque suene paradójico, en la era de la automatización no se puede esperar que el “piloto automático” de los meros intereses individuales defina el rumbo ni las prioridades de la cohesión social. Se requieren reglas de juego claras.
Mientras se produce esta transformación educativa, es preciso crear redes de contención y seguridad social, así como impulsar una transición laboral efectiva y sustentable que evite que los desplazados por las nuevas fuerzas productivas se conviertan en excluidos. Debemos reimaginar las políticas sociales y aplicar programas de transferencias condicionadas 2.0 que incorporen de modo creativo la formación en capacidades tecnológicas. Y hay que hablar a fondo sobre medidas paliativas como la renta básica universal y los impuestos a los robots, ya planteadas por distintas voces de todo el mundo.
Es esencial capacitar al sector gubernamental en el análisis de datos en tiempo real. La automatización será clave para ganar eficiencia y mejorar el acceso a servicios públicos. El big data puede facilitar este proceso.
Una receta completa para amortiguar el impacto del cambio tecnológico incorporaría varios ingredientes adicionales; diversificar exportaciones, promover las pequeñas y medianas empresas, impulsar la economía naranja y las industrias creativas, incentivar la cooperación internacional, ampliar las políticas de transferencia, mejorar los estándares ambientales y garantizar la seguridad alimentaria son solo algunos de ellos. En todos estos frentes la inteligencia artificial puede ser un aliado fundamental, como mostramos en otro informe dedicado exclusivamente a este tema, Algoritmolandia: Inteligencia artificial para una integración predictiva e inclusiva de América Latina.
No hay tiempo que perder. La velocidad del cambio es de tal magnitud que profesiones y oficios útiles de repente parecen prehistóricos, como ocurrió con el cine mudo cuando se estrenó el primer filme sonoro.
Nuestro deber es estar preparados y crear las condiciones para conducir el cambio tecnológico hacia Estados más inteligentes y economías más sólidas e inclusivas que creen trabajos sustentables. Por cada empleo que desaparece una persona queda herida en su dignidad. De ahí que ninguna tarea tenga más sentido que evitar esta pérdida.
* Director del Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (Intal-BID)
* Nota del editor. Recordando la añeja distinción entre trabajadores de “cuello azul” (obreros fabriles) y de “cuello blanco” (oficinistas), el autor utiliza esta expresión para destacar la importancia que adquirirán en el futuro profesiones como la de los maestros, los educadores, los enfermeros, los médicos y los psicólogos que en Argentina suelen vestir guardapolvos blancos.