Ventajas y desventajas
Estados Unidos debería ser el primer abanderado de la globalización y transformar en ganadores netos a los perdedores del comercio internacional.
Por: Alan S. Blinder

Declararse a favor o en contra de la globalización es, en la práctica, un sinsentido: algo así como defender o condenar la salida del Sol. Ocurrirá de cualquier manera. La disyuntiva es sacarle el mayor provecho posible, disfrutando el calor del día y la naturaleza, o fijarse más en las desventajas, como la insolación y las alergias. Podemos también vivir nuestra propia fantasía: encerrarnos, correr las cortinas y pretender que el Sol sencillamente no sale.

Hay gente que prefiere esta última salida. Pero para un Estado-nación, esta alternativa no existe. Las fuerzas históricas y tecnológicas han impulsado la globalización durante décadas. La Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial la revirtieron temporalmente, pero luego resurgió. Esas fuerzas no pararán, lo que significa que cada país debe decidir cómo aprovechar las ventajas de la globalización y reducir las desventajas.

Nada de esto es novedad. Desde los tiempos de David Ricardo a comienzos del siglo XIX, los economistas saben que el comercio internacional —que es tal vez quintaesencia de la globalización— arroja ganadores y perdedores. Y estos, los perdedores, han combatido la globalización desde antes de que recibiera este nombre. Aún lo hacen, y ya viene siendo hora de que los economistas —por más que apreciemos las bondades del comercio— prestemos más atención a sus reclamos. Tal vez están pidiendo un trato diferenciado, pero perder el trabajo no es un asunto común. Tal vez busquen marcar las cartas a su favor, pero de lo contrario, la tecnología y el comercio las marcarán en su contra.

El mundo parece estar cada vez más dividido en dos bandos: los que tienen el talento, la disposición o sencillamente la suerte de cosechar los frutos de la globalización y los que se rezagan. Acotar —por no decir mitigar— esa brecha: este es quizás el problema económico de nuestros tiempos.

Los economistas recalcan que el comercio internacional es un juego de suma positiva: las ganancias de los ganadores superan las pérdidas de los perdedores. Esta es, básicamente, la razón por la que estamos a favor de un comercio cada vez más abierto. Las ganancias netas del Estado permiten que haya compensaciones, es decir transferencias de los beneficiados a los perjudicados. Según la aritmética, es posible en principio que todos salgan ganando. Pero eso no es lo que ocurre en la práctica. Las transferencias y otros mecanismos amortiguadores rara vez bastan para que los perdedores netos se vuelvan ganadores, incluso en los países de Europa occidental que cuentan con amplias redes de seguridad social. Estados Unidos apenas lo intenta.

Esta insuficiencia tiene dos consecuencias principales. Primero, la apertura comercial puede exacerbar la desigualdad en el ingreso. El libre comercio tiene muchos más defensores entre los trabajadores mejor calificados y remunerados que entre los menos calificados. No es casualidad: la globalización favorece a los más privilegiados. Segundo, quienes resultan perjudicados por los tratados comerciales, por ejemplo, a menudo se oponen a ellos porque no esperan recibir ningún beneficio.

Así, por razones tanto de justicia (menos desigualdad) como de economía política (mayor comercio), conviene ayudar más a los damnificados del comercio internacional. ¿Cómo? La respuesta varía entre países. En aquellos países donde ya se hacen esfuerzos sustantivos para que el trabajador pueda enfrentar los cambios económicos (mediante redes firmes de seguridad social, políticas activas de marcado laboral, programas eficaces de entrenamiento y mercados laborales de alta presión, por ejemplo— quizá no se necesiten programas especiales para ayudar a las víctimas del comercio internacional. Pero en otros países tal vez sí.

 

El libre comercio tiene muchos más defensores entre los trabajadores mejor calificados y remunerados que entre los menos calificados

 

Estados Unidos cae sin duda en esta última categoría. El Programa de Adaptación al Comercio (TAA, por sus siglas en inglés), lanzado en 1962, tiene como propósito tender una red de protección especial para aquellos que pierden su empleo por causa del comercio internacional. Sin embargo, beneficia a muy pocos trabajadores desplazados. Teóricamente, también debería facilitar la reinserción laboral, pero al parecer ha dado más importancia a la asistencia que a la adaptación. Desde hace décadas se debaten otras ideas, como el seguro salarial, pero nunca se han puesto en práctica.

La feroz oposición a la globalización en Estados Unidos, puesta en evidencia durante la campaña presidencial, es tan irónica como importante. Es importante porque Estados Unidos mantiene su liderazgo mundial en casi todos los ámbitos. ¿Quién defenderá la causa de la globalización si no lo hace este país? Y es irónica porque Estados Unidos parece estar en una situación ideal para sacarle un partido enorme a la globalización. ¿Qué otro país puede sostener la moneda de las reservas mundiales? ¿Qué otra nación puede igualar la flexibilidad mercantil, la competencia interna, la creatividad económica, el celo empresarial y la capacidad de trabajo de Estados Unidos?

Gracias a estos y otros atributos, Estados Unidos es un ganador casi seguro de la globalización. Con mecanismos capaces de amortiguar mejor los golpes que sufren los perdedores, todo el país podrá beneficiarse de las ganancias. 

 

* Este artículo apareció originalmente en la revista Finanzas y desarrollo, publicada por el Fondo Monetario Internacional (diciembre de 2016, núm. 4, vol. 53).