El domingo 11 de marzo de 1990, tras 17 años de dictadura militar, y luego de un complejo proceso electoral, asumió la presidencia del país austral el abogado Patricio Aylwin Azócar. Menos de dos semanas después, el viernes 23, como un claro signo de apoyo del Gobierno mexicano al retorno de Chile a la vida democrática, el presidente mexicano, Carlos Salinas de Gortari, inició una visita de Estado a ese país durante la cual se formalizó el restablecimiento de relaciones con la firma de documentos protocolarios por parte de los cancilleres de ambos países. Chile inició un proceso de transición hacia la plena normalización de las instituciones en el que México lo acompañó desde el primer momento. Había una clara voluntad política de acercamiento entre los dos países, que se hizo manifiesta en la determinación de restaurar e intensificar las relaciones comerciales. Ese fue uno de los objetivos inmediatos de la relación diplomática, y su primer fruto fue el Acuerdo de Complementación Económica, firmado el 22 de septiembre de 1991, en Santiago, en el marco de una segunda visita de Carlos Salinas de Gortari. (Septiembre, valga mencionarlo, es el mes en que ambos países celebran sus fiestas patrias: México el día 16 y Chile el día 18.)
Negociado durante ocho meses, ese Acuerdo preveía la apertura de un mercado de libre comercio entre Chile y México que habría de concretarse por etapas, a partir de enero de 1992, con una paulatina desgravación arancelaria.
Sobra decir que ese Acuerdo es el origen del Tratado de Libre Comercio que los Gobiernos de México y Chile suscribieron el 17 de abril de 1998, y que comenzó a regir a partir del 31 de julio de 1999.
Desde que este Tratado entró en vigor, el comercio bilateral ha escalado de manera impresionante. De poco más de mil millones de dólares (suma total de las importaciones y exportaciones entre ambos países) que se registraron en 1999, la cifra se elevó el año pasado a 4 mil millones de dólares. Una cifra aún más impresionante cuando se tiene en cuenta que, al momento de la reanudación de relaciones diplomáticas, el total por el mismo concepto apenas rondaba los 150 millones de dólares.
La coincidencia en una política de apertura comercial ha sido el eje sobre el que se ha desarrollado la “relación especial” ?como se le denomina en los círculos diplomáticos de México y Chile?, que ha convertido a los dos países en estrechísimos socios económicos a pesar de los siete mil kilómetros de distancia geográfica entre ellos.
Sonará paradójico pero, en cierto sentido, la distancia misma ha hecho posible y atractiva esa cercanía entre las dos naciones.
El idioma, en efecto, es un elemento clave en la aceptación de las expresiones culturales de México ?y de todos sus demás productos
Es fácil imaginar que, si hubiesen colindado físicamente, durante la ola de beligerancia que caracterizó la segunda mitad del siglo XIX en buena parte de los países de América del Sur y redefinió fronteras y litorales, México y Chile habrían tenido más de un conflicto y hoy quizá se guardarían recelos. Por supuesto, no es el caso. Libre de todo asomo de rivalidad, México es visto en Chile con afecto y admiración. Si acaso existe algún rencor será solo dentro de una pequeña fracción de la derecha más recalcitrante que no ha dejado de creer que, por haber roto relaciones con la junta militar en noviembre de 1974, México era un país de comunistas.
En realidad, México es bien apreciado en Chile en todos los estratos sociales, especialmente entre los más modestos. Su música vernácula, sus películas y sus programas de televisión tienen un público amplísimo que abarca por igual sectores urbanos y rurales. Los mariachis y la música ranchera, por ejemplo, gozan de tal popularidad en la provincia chilena que, una vez al año, en Chanco, un pequeño pueblo a 400 kilómetros al sur de Santiago, sus 10 mil habitantes ?hombres y mujeres; niños, jóvenes y adultos? se visten como charros y mariachis mexicanos para homenajear durante todo un mes a una hija de ese lugar: Guadalupe del Carmen (1941-1987), quien fuera una muy célebre intérprete de la música popular mexicana, a pesar de que ni siquiera llegó a visitar México.
Como bien explica el brillante investigador cultural Claudio Rolle, coautor de la Historia social de la música popular en Chile: “La combinación de cine y música que proponían las películas mexicanas resultó muy atractiva. La cultura campesina expresada en estas cintas era mucho más cercana por el idioma, costumbres, humor e ingenio que las estadounidenses. En estas historias, un campesino podía ser un héroe”.
El idioma, en efecto, es un elemento clave en la aceptación de las expresiones culturales de México ?y de todos sus demás productos. Parece bobo decirlo, pero en realidad son pocas la veces en que nos detenemos a valorar el inmenso bien que representa el compartir la misma lengua con otro país. Que el idioma sea en la América hispana una matriz común implica una serie de ventajas que aún no hemos aprendido a capitalizar hasta el punto que deberíamos, aunque la propia dinámica del idioma nos lleva a aprovecharlas. Cuando se piensa en el enorme esfuerzo económico y político que ha representado para los muy diversos países que decidieron constituir la Unión Europea el crear una moneda común, el manejar un pasaporte común ?incluso el hecho mismo de imaginar un sistema legislativo común? los hispanoamericanos deberíamos considerar lo que significa para todo tipo de proyecto que derive en nuestra integración (económica, política, social) el contar con la extraordinaria base de un idioma común, lo que en muchos sentidos implica también contar con grandes semejanzas idiosincrásicas (un idioma es una manera de ver, de imaginar y de habitar el mundo). El idioma nos aproxima y nos hace vecinos.
Dada esa vecindad, intangible pero muy real, México es atractivo para Chile como una puerta de entrada al bloque de países integrados con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y Chile es para México una entrada al Mercado Común del Sur ?y la oportunidad de fortalecer su presencia en esa parte del continente, sobre todo ante países como Argentina y Brasil, que ocupan una posición de liderazgo regional.
Asimismo, la integración con Chile también permite equilibrar la percepción que se tiene de México al afiliarse al bloque del Norte (más de una vez se ha dicho que le ha dado la espalda a la América Latina).
Chile, por su parte, gana mucho en términos de proyección internacional. Los tratados de libre comercio que ha suscrito con Canadá y con México le hacen tener un pie firme en la América del Norte y disipan de manera contundente la imagen de Chile como una nación aislada por su situación entre el océano Pacífico y la cordillera de los Andes. Para Chile, como para México, el Pacífico es ahora el puente que lo une con los países de Asia.
La percepción que se tiene de México entre los sectores medios de Chile también es muy favorable. En primer lugar, aún existe un número muy importante de personas que guarda gratitud a nuestro país por la hospitalidad que brindó a tantas personas, muchas de ellas, figuras destacadas en la vida política y cultural de aquel entonces, que en los últimos 25 años han vuelto a ocupar sitios eminentes en esas mismas esferas. Por ese solo hecho, la relación entre los dos países será especial durante largo tiempo. Pero también lo será por las muchas aportaciones que los exiliados chilenos hicieron a México, especialmente en el campo de las humanidades y las ciencias sociales.
Es necesario tener presente que durante los años en que se encontraron exiliados en México muchos chilenos supieron tejer una sólida red de relaciones con sus pares y colegas mexicanos, que es parte muy importante de la relación entre las dos naciones, en la que abundan los gestos de amistad y deferencia.
México ha sido particularmente generoso hacia Chile, sobre todo en el plano cultural, rubro en el que siempre ha brindado una gran diversidad de apoyos. Por ejemplo, en el convenio cultural bilateral se establece que cada país otorgará a su contraparte cinco becas para realizar estudios superiores. México, por propia decisión, ofrece 20.
La generosidad de México hacia Chile en el plano social y cultural no es reciente. Se remonta, por lo menos, al año de 1960, cuando Chile sufrió el mayor terremoto que haya azotado a cualquier país del planeta.
El 22 de mayo de 1960 un terremoto de más de 9 grados en la escala de Richter destruyó la ciudad de Valdivia y causó graves daños en gran parte del sur de Chile. Al igual que muchos otros países, México envió auxilio urgente por vía aérea, y menos de dos meses después arribó a Valparaíso el buque Tabasco, repleto de materiales de construcción, alimentos y ropa, entre otros artículos, además de un contingente de médicos y enfermeras ?e incluso un mariachi?, para colaborar en el plan de reconstrucción fijado por el Gobierno chileno.
Todo esto gracias a la cooperación mexicana, cuyo principal impulsor desde Chile fue el escritor jalisciense Gustavo Ortiz Hernán, embajador de México en aquel país desde septiembre de 1959. A sus gestiones se debe la construcción de una decena de escuelas que aún hoy llevan el nombre de México, casas de cultura, viviendas para pescadores, un club deportivo y notabilísimas obras plásticas de carácter monumental realizadas por artistas mexicanos como Juan O?Gorman y Jorge González Camarena.
Desde 2007 existe un Fondo Conjunto de Cooperación México-Chile, al que cada Gobierno aporta anualmente un millón de dólares. Parte de esos recursos se destina al mantenimiento de dicha infraestructura.
Ambos países tienen una profunda vinculación cultural que se remonta al siglo XIX, pero que se vuelve mucho más fuerte y profunda en los años inmediatos al triunfo de la Revolución mexicana.
En noviembre de 1922, José Vasconcelos, ministro de Educación, hace una visita oficial a Chile con la que conquista la admiración de muchos artistas e intelectuales, y de una gran parte de los estudiantes universitarios, pero también la impopularidad y hasta la hostilidad entre algunos sectores del Gobierno chileno, que malinterpretan sus palabras. Con su habitual franqueza, critica el militarismo chileno, la rivalidad peruano-chilena por las provincias fronterizas, que ve como un peligro para la estabilidad de la región y, cerca del final de su visita, en un discurso pronunciado en el Ateneo de Santiago, se permite decir: “La desgracia de México, la desgracia de Chile, la desgracia de la América Latina consiste en que hemos estado gobernados por la espada y no por la inteligencia.” 1
El 22 de mayo de 1960 un terremoto de más de 9 grados en la escala de Richter destruyó la ciudad de Valdivia y causó graves daños en gran parte del sur de Chile. México envió auxilio urgente por vía aérea, y materiales de construcción, alimentos y ropa a bordo del buque Tabasco
Aun antes de visitar Chile, Vasconcelos ya ha trabado contacto con una de sus figuras intelectuales más importantes: Gabriela Mistral. Vasconcelos le ha enviado los primeros números de El Maestro, la revista que edita bajo el sello de la Secretaría de Educación Pública, y ella le escribe para agradecerle los envíos. La afinidad entre ambos es extraordinaria, y Vasconcelos no tarda en invitarla a residir en México para que colabore con él en su proyecto educativo.
La poeta vivirá dos años en México, cuya fecundidad no se puede medir solo por los frutos que produce durante ese lapso, sino también por todo lo que habrá de producir después. Pocos autores chilenos han escrito tanto y tan inteligentemente sobre nuestro país como Gabriela Mistral, que se mantuvo siempre leal hacia Vasconcelos aunque esa lealtad no opacó su mirada crítica cuando su desbordante ímpetu lo llevó a cometer equivocaciones.
El recuento de esa colaboración y amistad basta para escribir un capítulo entero de la historia de la relación cultural entre los dos países pero, a pesar del tamaño enorme de sus protagonistas, quizá no sea el más importante.
En orden de importancia, tiene una dimensión mucho más grande y un mayor peso específico la dilatada relación que Pablo Neruda entabla con nuestro país a partir de agosto de 1940, cuando llega a la ciudad de México en calidad de cónsul general de Chile.
En la relación entre ambas naciones Pablo Neruda es un personaje central de la misma manera en que México es un país importantísimo en la vida del poeta.
No sabemos exactamente por qué, pero Neruda deseó desde muy joven viajar a México. Podemos suponer que lo animaba la admiración a la Revolución mexicana y, probablemente, el saber que México le otorgaba un lugar muy especial (que su propio país no le daba) a Gabriela Mistral.
En 1924, a los 20 años, le propone en una carta a su amada Albertina Azócar, la principal inspiradora de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, fugarse con él: “Nos vamos los dos a México, a querernos libremente, aunque vivamos con pobreza. ¿No te parece, Mocosa?”.
Naturalmente, la fuga no sucedió, pero es testimonio del temprano prestigio que el nombre de México tenía para Neruda. También debe haber contribuido a ello la presencia en Santiago de otro gran poeta: Enrique González Martínez, embajador de México en ese Chile entre junio de 1920 y marzo de 1922.
Aunque González Martínez y Neruda no se conocieron entonces ?pues, como el propio González Martínez señala en sus memorias, El hombre del búho, Neruda no llamaría la atención pública sino hasta 1923, con la publicación de Crepusculario, su primer libro? es razonable pensar que el joven poeta haya leído a Ramón López Velarde y a Alfonso Reyes gracias a González Martínez, quien procuró difundir las obras de sus colegas en el país andino.
Neruda asume sus funciones como cónsul de Chile ante México el 16 de agosto de 1940. Su cargo diplomático no es muy importante, pero su fama como poeta sí. Ya ha publicado Veinte poemas de amor y una canción desesperada (Santiago, 1924) y, más significativo aún, Residencia en la tierra(Madrid, 1935), que a los 31 años de edad le ha ganado un sitial entre los mejores poetas de lengua hispánica de la época.
En México ya cuenta con lectores que lo admiran, como Genaro Estrada quien, tras desempeñar un brillante papel al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores de 1930 a 1932, también fue un brillante embajador de México ante España, de junio de 1932 a noviembre de 1934.
Estrada, lector omnívoro, es el primer mexicano en escribir sobre Neruda. Sus juicios sobreResidencia… son un magnífico ejemplo de su perspicacia: “Picasso, cumbre del continuismo pictórico, crea un nuevo espíritu de la plástica, tanto como en Stravinsky culmina el pulso de muchas generaciones de músicos en la creación de una nueva sensibilidad. Neruda es también un sensibilísimo receptor de los últimos mandatos de la poesía…”.
Pero sus admiradores más fervientes son los jóvenes y, entre ellos, el principal es Octavio Paz. Sinteticemos la historia del comienzo de su relación: Paz le envía a Neruda un ejemplar de ¡No pasarán!(México, 1936), poema que escribe para apoyar a los españoles republicanos. A Neruda ?según sus propias palabras? le parece que contiene un germen de auténtica poesía y lo invita a participar en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que tendrá lugar en Madrid y Valencia en julio de 1937. Allí traban amistad.
En noviembre de 1937 se publica en Chile la primera edición de España en el corazón, y en septiembre de 1938 aparece en la revista Ruta el primer comentario hecho por un mexicano; se titula “Pablo Neruda en el corazón” y lo firma Octavio Paz.
A la llegada de Neruda la amistad entre ambos se estrecha. Poco a poco, sin embargo, van surgiendo diferencias. A Paz le parece que Neruda es muy impositivo. Algunos de los amigos de Paz no son del gusto de Neruda. También hay divergencias de carácter político ?Paz cuestiona cada vez más las posiciones del comunismo soviético? y literarias: Neruda reprueba Laurel, la antología de poesía contemporánea en lengua hispana que Paz hace al alimón con dos poetas mayores que él: Emilio Prados y Xavier Villaurrutia, y un coetáneo suyo: Juan Gil-Albert. El propietario y director de Editorial Séneca, sello bajo el cual aparecería el libro en 1941, era José Bergamín, de quien Neruda se distancia para siempre en México.
Aparentemente, lo que termina por irritar a Neruda con relación a Laurel es la exclusión de Miguel Hernández, que sufre un cruel encarcelamiento en España (morirá en prisión, en 1942), por razones de índole cronológica (la antología no incluye a ningún poeta nacido después de 1919), que le parecen absurdas. En realidad, hay muchas más cosas incubadas que se suman para acabar con su relación.
En los últimos días de agosto de 1943, Neruda está a punto de volver a Chile. Para despedirlo, sus amigos mexicanos convocan a un banquete en su honor que se celebra en las instalaciones del Frontón México. Acuden más de dos mil personas, entre las que se cuentan connotados escritores, políticos de muy alto nivel (el expresidente Lázaro Cárdenas, entre ellos), arquitectos, pintores célebres, actores y actrices… el tout Mexique. La multitud da una idea del peso que tuvo la presencia de Neruda en México.
Casi al final del acto, Paz se acerca para dar un abrazo de despedida a Neruda y se encuentra con agrios reclamos de este. Paz cuenta que ambos están a punto de llegar a los golpes cuando Enrique González Martínez interviene y se lo lleva del lugar. La amistad nunca se reanudará. Aunque volverán a verse una vez más en Londres, en 1966, y se abrazarán con cierta cordialidad, el afecto ya no retoñará.
Es impresionante, cuando uno hurga en la historia de las relaciones culturales entre México y Chile, descubrir la constante intervención de Neruda de una u otra forma. El chileno parece conocer a todo mundo en México y no duda en acudir al amigo adecuado para lograr tal o cual cosa.
Ejemplo de ello es la ya legendaria exposición de obras de José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros que viajó a Chile en 1973 y el gran museógrafo mexicano Fernando Gamboa desplegó en los muros del Museo Nacional de Bellas Artes (dirigido por un gran pintor chileno: Nemesio Antúnez) pero no llegó a inaugurarse.
Una de las razones de que esa exposición llegara a Chile hunde sus raíces precisamente en los años cuarenta, y tiene como actor al cónsul Pablo Neruda, quien en marzo de 1941 pronuncia un memorable discurso ante un público de estudiantes universitarios en uno de los más hermosos recintos del antiguo Colegio de San Ildefonso, el anfiteatro Simón Bolívar: “Una nueva mitología de oradores nos conduce a fáciles halagos. Creemos halagarnos mutuamente destacando los parecidos que existen entre nuestros países. Yo, por mi parte, os aseguro no existir dos naciones hermanas tan diferentes como México y Chile”.
Es un discurso pronunciado para despedir a un pequeño grupo de estudiantes mexicanos que va becado a Chile a estudiar durante algunos meses asuntos de economía. Entre ellos se encuentran dos jóvenes cuyos nombres destacarán en México y en el ámbito internacional en los años setenta y ochenta: Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo.
En la relación entre ambas naciones Pablo Neruda es un personaje central de la misma manera en que México es un país importantísimo en la vida del poeta
En 1972, cuando Neruda se entera de que México ha enviado a la Unión Soviética una gran exposición de óleos y dibujos de los tres máximos exponentes del muralismo, sugiere discretamente a su amigo Luis Echeverría que la muestra haga una escala en Chile, gobernado por otro amigo del poeta: Salvador Allende.
El propio Neruda escribe la presentación incluida en el pequeño catálogo que se imprime para acompañar la muestra, cuya inauguración está programada para el 18 de septiembre de 1973.
La relación cultural entre México y Chile es inmensa, llena de historias sorprendentes y de recovecos por indagar. Los grandes artistas chilenos que han pasado por México son legión: algunos de ellos han vivido entre nosotros largo tiempo y se han nutrido de experiencias que después han vertido en sus obras. Algunos de ellos han sido Roberto Matta, Manuel Rojas, Poli Délano, Roberto Bolaño…
Y, de la misma manera, Chile ha sido un punto de encuentro vital para creadores mexicanos: Carlos Fuentes, María Izquierdo y David Alfaro Siqueiros, entre los más distinguidos, pero no los únicos, por supuesto.
Todo esto para señalar, así sea muy por encima, la enorme cantidad de razones que subyacen en la historia de fraternidad que chilenos y mexicanos hemos ido construyendo a lo largo del tiempo, y que vale mucho la pena ?más bien: que es indispensable? tener presente siempre.
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1 Recogido en La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana. Notas de viajes a la América del Sur, Agencia Mundial de Librería, Madrid, 1925, p. 281